Las extremas derechas en Europa. Jean-Yves Camus

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Las extremas derechas en Europa - Jean-Yves Camus Mayor

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unificada». (62) Promueve una relectura geopolítica del conflicto: «¿Cómo no entendió usted todavía que los pequeños conceptos nacionales hoy estaban superados? ¿Cómo no entendió que ya no se trataba de una guerra por territorios o dinastías, sino de la guerra civil de Europa? […] El verdadero desafío del conflicto actual [es] la construcción del socialismo en una Europa unificada». (63) Augier se ocupa, más en particular, de la sección Jeunes de l’Europe Nouvelle [Jóvenes de la Europa Nueva] (JEN) y luego integra la Légion des Volontaires Français contre le Bolchevisme [Legión de los Voluntarios Franceses contra el Bolchevismo] (LVF).

      Los JEN básicamente se dedicaron a promover la LVF e integraron el Front Révolutionnaire Nationale [Frente Revolucionario Nacional] de Marcel Déat. La mayor parte de los militantes pasa luego a la Milicia o a la división SS Frankreich. (64) Eran los encargados de difundir en Francia La Jeune Europe, una revista destinada a atraer al colaboracionismo a los jóvenes intelectuales. Se lanza en doce lenguas en 1942, con el fin de representar la concordia continental que nace con las SS europeas. Es una revista de geopolítica apta para construir la ideología y la propaganda relativas a la europeización del Frente Oriental. Marcel Déat asegura allí que la presencia francesa en África es la de Europa, el alemán Matthias Schmitt espeta que Alemania unifica a Europa y que Italia unifica a África para culminar en una comunidad «desde Hammerfest hasta Ciudad del Cabo». (65) Bruno Francolini explica allí que después de la guerra la colonización de África deberá estar basada en la prohibición absoluta del mestizaje y el trabajo intelectual de los negros, porque «querer imponer al indígena una vida enteramente a la europea e inculcarle a la fuerza nuestra cultura no podría sino perjudicar a los indígenas», cuando su compatriota italiano Julius Evola expone que «el espacio del Reich» por venir es superior a los pequeños nacionalismos cerrados y favorecerá que las comunidades se apeguen a un ideal trascendente aunque desprovisto de universalismo. (66) Estamos aquí lejos de la clásica imagen del fascismo. Corremos el riesgo, entonces, de participar en las reconstrucciones históricas de los ámbitos radicales que presentan un fascismo mucho más europeísta de lo que fue, desprovisto de la brutalidad de sus hechos para atraerlo al éter de las ideas de sus márgenes. Seamos empíricos: ¿qué vemos?

      Los fascistas del período de entreguerras se legitiman produciendo un conjunto de signos donde se entremezclan elementos extranacionales importados con la afirmación de una tradición nacional específica. Este proceso de bricolaje en el mercado internacional de modelos, de propagandas e ideas es permanente, cualesquiera sean el tiempo y el espacio utilizados para entender un «fenómeno» fascista. No obstante, a partir del momento en que el Tercer Reich decide, en 1942, reorientar su propaganda hacia un eje europeísta, Europa se convierte a la vez en el mito y en la utopía de los fascistas. Después de la Segunda Guerra Mundial, todos los grupos tienen conexiones internacionales y comparten este objetivo ideológico europeísta (los neonazis incluso abandonan todo racismo interno al mundo blanco). Así pues, puede elaborarse una escala del fascismo que descanse en la claridad de la cronología internacional: gestación ideológica previa a 1919, fascismo con varias etapas entre 1919 y 1942, neofascismo a partir de 1942.

      El neofascismo que nace en 1942 no produjo una ruptura completa con el fascismo, pero, en comparación, privilegió la sociedad antes que el Estado y a Europa antes que a las antiguas naciones. Esta fisonomía no puede disociarse del desarrollo de los contextos sociales, políticos y económicos —en suma, de la planetarización y de la posmodernidad—, no más que de la historia de los márgenes supranacionalistas en la dialéctica interna del fascismo durante su primer período (1919-1941) (con Ernst Niekisch u Otto Strasser, entre otros). Pero, después de la Segunda Guerra Mundial, el fascismo se refugió en transmitir su «visión del mundo» —una rebelión moderna «contra el mundo moderno», una «revolución conservadora», cuyo objetivo ideal-típico es una palingenesia comunitarista—. El fascismo en cuanto sustrato ideológico sobrevivió, pero perdió todos sus signos manifiestos, que in fine solo fueron conceptos adyacentes, una forma relacionada con la era industrial. Solo conserva su decorum dentro de microsectas folclóricas, que además, justamente, ya no tienen que ver con lo político sino antes bien con lo cultural.

      El marco francés corresponde a un caso extremo de esta forma. El fascismo francés no se corresponde ni con la morfología clásica del fascismo (partido que moviliza las masas), ni con el conjunto de sus signos (ausencia de imperialismo belicoso), sino que goza de una forma general que le es propia. El fascismo francés, apoyado en las bases del «nacionalismo de los nacionalistas» forjadas durante la fase 1870-1914, se produce, desde fines de la Primera Guerra Mundial, mediante la hibridación de signos, en general extranacionales, y se difunde en un proceso de rizoma cultural que se corresponde con su estructura de rizoma de organizaciones de baja densidad cuantitativa y sin una figura real del guía, inserto en el campo de las extremas derechas. La posguerra vio acentuarse esta estructuración bajo el efecto de los contragolpes de la limpieza étnica, de las formas básicas de combate de la Organización del Ejército Secreto —también de su fracaso, más adelante— y de la revolución mundialista. Así, el fascismo, en tanto reacción al fin del siglo de las naciones en 1919, continuó su camino de cuestionamiento de la organización de sociedades organicistas.

      De este modo, se entiende por qué todas las extremas derechas rechazan el orden geopolítico establecido. En efecto, las innovaciones del campo se relacionan estrictamente con un cambio del orden geopolítico (1870, 1918, 1941, 1962, 1973 y 2001 son todas fechas de mutación tanto de la geopolítica como de las extremas derechas). La extrema derecha es una reacción hostil a las transformaciones en las relaciones Estado-sociedad en el marco de la globalización (el término recubre la «primera» y la «segunda» globalización).

      En la Europa actual, la extrema derecha radical, en su conjunto, es menos una familia política que una contracultura de margen o una subcultura, en el sentido, no peyorativo, que dan a este término los sociólogos, es decir, el de expresión cultural minoritaria. El fenómeno es notorio en Francia. Los grupos radicales vieron cómo se reducía su espacio político a medida que crecía la audiencia electoral del partido lepenista, que se convertía de hecho en aquello que la ciencia política suiza llama con el bonito nombre de «organización buhardilla» [faîtière], (67) es decir, una organización que absorbe a la totalidad de los grupos existentes, por doble pertenencia o por migración de los militantes. Los «radicales» se distinguen por elegir estratégicamente la vía no electoral, a menudo empujados por su rechazo explícito de la democracia. También se diferencian de los partidos electoralistas por expresarse sin eufemismos sobre la cuestión étnica, por su europeísmo (opuesto al nacionalismo «estrecho», estrictamente francés, del FN) y por reclutar miembros básicamente entre los jóvenes. Este movimiento, desperdigado entre grupos locales y revistas nacionales de baja difusión (desde unas pocas decenas hasta miles de ejemplares), es tanto un fenómeno sociológico de contracultura marginal, incluso de «tribu urbana», como un objeto de estudio estrictamente político. Sin embargo, la estrategia de normalización del FN también permitió reforzar las estructuras más consolidadas.

      Algunos movimientos de hoy, aunque no son fascistas, tienen ascendencia en la extrema derecha radical del siglo XX. En el nacionalismo de Vlaams Belang se encuentra la herencia del Verdinaso, de Joris Van Severen. El partido România Mare, expansionista y ferozmente antimagiar, antisemita y antirrom, debe mucho a la Guardia de Hierro. Sin embargo, la propia Guardia de Hierro es deudora del profesor Alexandre Cuza y su Partido Nacional Demócrata, quien había hecho del antisemitismo su profesión de fe ya desde 1919. Casi no puede comprenderse el nacionalismo húngaro contemporáneo sin mencionar el régimen reaccionario del regente Horthy y la Cruz Flechada de Ferenc Szálasi, así como hay que volver a colocar al nacionalismo croata en su relación con el Estado ustasha de Ante Pavelić y la ideología del Partido del Derecho, tal como la formulara entre las dos guerras su teórico Milan Šufflay.

      A menudo, grupos políticos contemporáneos apelan a una tradición «de izquierda» o «auténtica» de los fascismos

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