Las extremas derechas en Europa. Jean-Yves Camus

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Las extremas derechas en Europa - Jean-Yves Camus Mayor

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Italia, Alessandra Mussolini y el jefe del Movimento Sociale Fiamma Tricolore, Luca Romagnoli, logran ser electos para el Parlamento Europeo con un programa que llama a la República de Saló contra la «traición» del fascismo por parte de Gianfranco Fini. España cuenta con diversas falanges, que se presentan —todas— como más auténticas y subversivas que las demás, pero también más que el fenómeno contemporáneo del poder franquista. El desvío por la izquierda a menudo surge de una confusión entre propaganda e ideología. Pero también da testimonio de la voluntad de volver a encontrar un fenómeno inconforme, liberado de peso, que retome el espíritu subversivo y social del primer manifiesto fascista de 1919.

      La extrema derecha radical no pudo recuperarse de la conmoción de 1945. La extrema derecha de los «nacionales» estuvo mucho tiempo convaleciente. Tanto uno como otro campo no dejaron de intentar limpiar su nombre de las traiciones y los crímenes del otro. Sin embargo, el lenguaje cotidiano, común, se niega a desunir a los responsables entre sí. Es en este momento —luego de 1945— cuando el término «extrema derecha» integra plenamente el lenguaje cotidiano para designar a las formaciones políticas nacionalistas, autoritarias y xenófobas: Joven Nación (1949-1958), luego el movimiento Poujade (1953-1958) y, por extensión, los de los partidarios de Argelia Francesa que eligieron el camino de la acción violenta, dentro de la Organización Armada Secreta (OAS). Pero, así espacializada, la realidad militante del fenómeno interroga a los comentadores: ¿cómo atreverse a situar a «la extrema» de la «derecha» a personas que podían combatir a través del terrorismo a gobiernos «de derecha»? De hecho, es importante situar el objeto como un campo propio, y no como un punto último del eje lineal derecha-izquierda. Lo mismo sucede cuando abordamos los demás reproches efectuados al uso de la categoría «extrema derecha», según los cuales no sería válido para movimientos tan diversos como demócratas y nazis. Solo valdría si «extrema derecha» estuviera a la derecha de la derecha, lo cual contradiría muchos programas económicos nacionalistas y negaría la propia impugnación de este eje, tal como la practica, por ejemplo, la «nueva derecha», cuya figura intelectual más visible en Francia es Alain de Benoist. Se trata ampliamente de argucias.

      En las extremas derechas, la forma económica nunca es más que un modo puesto al servicio de la visión del mundo y de las necesidades presentes. Fue lo que permitió a Mussolini pasar del «dejar pasar, dejar hacer», propuesto en 1921, al Estado totalitario. En la extrema derecha francesa reciente, se han visto las concepciones neoliberales como integradas al darwinismo social del nacionalismo étnico en el Club de l’Horloge [Club del Reloj] (nueva derecha), luego en el FN, antes que ver a ese último defendiendo un «proteccionismo inteligente» manejado por un «Estado estratega». Vichy intervenía económicamente más que el Frente Popular, Richard Nixon decía «todos somos keynesianos»: considerar el posicionamiento político según el criterio de intervención del Estado es un simplismo. Más allá de la diversidad de las extremas derechas, perdura su deseo de construir una sociedad «orgánica», holística, donde las desigualdades dependen de una jerarquía que se considera legítima.

      Así pues, no se trata de pensar que, si se considera como pertinente la división derecha-izquierda, la extrema derecha sea, sin embargo, lo que se sitúa, en el eje mencionado, a la derecha de los partidos conservadores y liberales. La política es multidimensional y cada campo político tiene, cierto es, intersecciones con sus vecinos, pero se trata más de esferas interconectadas que disponen cada una de su autonomía que de un solo rasgo. Incluso así, sigue siendo una estructuración que clasifica «extrema derecha» a «derecha». Recordemos la definición de «derecha» que da uno de los académicos contemporáneos cercanos a la corriente católica tradicionalista y realista legitimista. Para Alain Néry, el término «derecha», que proviene etimológicamente del latín directus, indicaría la «dirección hacia la que hay que ir» respecto de «valores superiores, desinteresados a un fin». Mientras que el término «izquierda», derivado «de un verbo franco que significa ceder, flexionar», podría relacionarse con «siniestro», del latín sinister, que se traduce a la vez como «izquierda» y como «funesto». (68) Por un lado, el orden natural; por el otro, el desorden de la revolución a la que llevaría todo constructivismo. La extrema derecha, en la mayoría de sus componentes, no está lejos de compartir esta visión de las cosas. Las derechas radicalizadas que convergieron en 2013 en La Manif Pour Tous [La Manifestación para Todos] estarían de acuerdo con esto. (69) La propia izquierda, al presentarse como «el progreso» y «el movimiento» contra «el conservadurismo»y los «neorreaccionarios», dice más o menos lo mismo, pero invirtiendo el juicio moral. La idea también es leer lo implícito en la «nueva derecha» que aparece mediáticamente en Francia a mediados de la década de 1970, aunque la asociación que lleva sus ideas, el GRECE (Groupement de Recherche et d’Études pour la Civilisation Européenne [Grupo de Investigación y Estudios para la Civilización Europea]), habría sido fundada en 1968. El GRECE prefiere situarse más allá de una división derecha-izquierda, que declara obsoleta y reductora. Así resumía Alain de Benoist sus posiciones, en la reedición de su libro Vu de droite [Visto desde la derecha]: «Llamo aquí “de derecha”, por pura convención, a la actitud que consiste en considerar la diversidad del mundo —y, en consecuencia, las desigualdades relativas de las que necesariamente son producto— como un bien, y la homogeneización progresiva del mundo —promovida y efectuada por el discurso bimilenario de la ideología igualitaria— como un mal». (70) La «nueva derecha» es, además, efectivamente plural según los países inscribiéndose allí en el paisaje específico de las derechas autóctonas: más bien deutsch-national con el semanario alemán Junge Freiheit y su equivalente vienés, Zur Zeit; bastante crítica hacia la derecha berlusconiana y el americanismo de la Alleanza Nazionale, con el politólogo Marco Tarchi en Italia; más marcada por el catolicismo y buscando arrimarse al Partido Popular, con la revista española Hespérides; y, por último, en el caso del movimiento Synergies Européennes [Sinergias Europeas], dirigido desde Bélgica por Robert Steuckers, que canalizaba las tesis «neoeuroasiáticas» del ruso Aleksandr Duguin, así como una fuerte oposición al islam.

      De hecho, la extrema derecha europea tuvo, desde 1945, cuatro olas diferentes de partidos extremistas de derecha. La primera, entre 1945 y 1955, se caracteriza por su proximidad con las ideologías totalitarias de la década de 1930 y a menudo se la denomina «neofascista». La segunda ola, que aparece a mediados de la década de 1950, corresponde a un movimiento de las clases medias radicalizadas. Entre los años 1980 y 2001, llega la «tercera ola» que muchos autores califican como «nacional-populista». La cuarta ola se desarrolla después del 11 de Septiembre y es una traducción populista del concepto de «choque de civilizaciones». Se hicieron varios intentos de aislar, dentro de esta familia de extrema derecha, a subgrupos transnacionales. Así, Piero Ignazi distingue entre «antiguos» partidos, de neta filiación con los fascismos, y partidos «posindustriales». (71) Hans-Georg Betz prefiere oponer los populismos radicales de corte neoliberal, incluso libertario, a los nacional-populismos autoritarios.(72)

      El FN aparece como un caso límite en todos los modelos de clasificación existentes, establecidos a partir de lo que Cas Mudde llama —con ironía pero con justeza— «baterías de criterios» que se emparentan, por su longitud, «a verdaderas listas de recados» (shopping lists). Según Cas Mudde, pertenecen a la extrema derecha las formaciones que combinan: el nacionalismo (estatal o étnico), el exclusivismo (por lo tanto, el racismo, el antisemitismo, el etnocentrismo o el etnodiferencialismo), la xenofobia, rasgos antidemocráticos (culto al jefe, elitismo, monismo, visión organicista del Estado), el populismo, el espíritu antipartidario, la defensa de «la ley y el orden», la preocupación por la ecología, una ética de valores que insiste en la pérdida de las referencias tradicionales (familia, comunidad, religión) y un proyecto socioeconómico que mezcla corporativismo, control estatal en determinados sectores y fuerte creencia en el juego natural del mercado. La lista de los partidos que corresponden a esta descripción comprende el conjunto de las formaciones que, en Europa occidental, experimentaron importantes éxitos electorales en las décadas de 1980-2000 y fueron espontáneamente clasificados

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