Corazón al desnudo. Patricia Thayer
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Al día siguiente, Nola hizo las maletas y se marcharon de Stewart Manor. Se fueron en autobús y su madre nunca le explicó por qué.
Poco después, Nola conoció a otro hombre, Orin Harris. Nola le dijo que sería su padre. Shelby no quería un padre, y menos a un hombre que trataba mal a su madre. Además Orin y Nola siempre estaban borrachos y por las noches discutían. Un día su madre se puso enferma, y como no había más familiares que pudieran cuidar de Shelby la dieron en adopción. Nunca más volvió a saber nada de su madre. Después le dijeron que había muerto.
Shelby casi se dejó vencer por la tristeza, pero como otras veces, luchó y salió adelante. La negación era su protección para no hacerse daño.
—Hola, ¿hay alguien ahí?
Shelby se dio la vuelta y vio a un hombre mayor. Era bajito, y a medida que se acercaba, ella notó que cojeaba ligeramente. Tenía el pelo canoso y la cara sonrosada.
—¿Puedo ayudarle en algo? —preguntó Shelby.
—Soy Ely Cullen, señora — dijo él y tendió la mano.
Ella lo saludó.
—Hola, Ely. Soy Shelby Harris.
—Lo sé. Todo el pueblo habla de la nueva propietaria de Stewart Manor. Pensé que debía venir a darle la bienvenida —miró a su alrededor y suspiró—. Estoy seguro de que en su día era un sitio precioso —la miró—. Y volverá a serlo.
—Va a costar mucho tiempo y mucho dinero —dijo Shelby—. Tengo intención de convertirlo en un hostal.
Ely asintió.
—¿Necesitará ayuda para cuidar de las tierras?
—Me encantaría, pero por ahora lo único que puedo permitirme son estas dos manos —se las enseñó.
—¿Y si no tuviera que pagarla?
Shelby lo miró fijamente. No le gustaba aceptar ayuda. Y además, él no podría soportar el cálido y húmedo verano.
—Es todo un detalle por su parte, señor Cullen, pero aquí hay mucho trabajo.
—Lo sé. Lo hice durante treinta años.
—¿Era usted el jardinero de Stewart Manor?
Él asintió contento.
—Solía podar las rosas de la señora Hannah. Cortaba el césped y perfilaba los bordes. Sé que ahora ya soy mayor y más lento. Para mí ha sido muy duro ver como este sitio se iba deteriorando tras la muerte de la señora Hannah —la miró a los ojos—. Todavía puedo ser útil.
—¿Está seguro? Le estoy muy agradecida, Ely, pero no quiero que trabaje demasiado.
—No lo haré. Mi nieto vendrá conmigo a hacer el trabajo duro.
—Entonces insisto en pagarle.
Él sonrió.
—Ya lo arreglaremos. De momento adecentemos esto un poco.
—Estoy deseándolo igual que usted —dijo Shelby, sintiendo que al fin las cosas estaban de su parte.
Esa tarde, Rafe entró en Maria’s Ristorante y se sentó al final de la barra en la zona reservada para la familia de Maria.
Era temprano para cenar, pero quería hablar con su hermano Rick y ese era el mejor sitio para encontrarlo. La mujer de Rick, Jill, había aceptado trabajar en el turno de tarde hasta que en otoño empezara a trabajar de profesora. Sólo llevaban casados un mes y eran inseparables.
Rafe envidiaba a su hermano. Rick había encontrado el amor, y lo mejor de todo, no le había dado miedo perseguir lo que quería. Es decir, a Jill. Rafe no había tenido tiempo de encontrar una esposa. Tampoco es que quisiera una.
Por si el conjuro de los Covelli no era suficiente para disuadir a Rafe de buscar una esposa, desde que dos años antes muriera su padre, tenía mucho trabajo que hacer. Como era el hijo mayor, se hizo cargo de Nonna Vittoria, María, su madre, y su hermana Angelina. Y no podía olvidar el negocio familiar, la constructora Covelli and Sons. Las cosas empezaron a ir mal cuando se dijo que la causa del accidente de su padre había sido la utilización de materiales inadecuados, y Rafaele Covelli era el contratista del edificio. Le llevó algunos meses, pero con la ayuda de Rick y de su primo Tony, Rafe consiguió que el negocio siguiera adelante. Seguían buscando la verdadera causa del accidente y Rafe prometió que no pararía hasta que no probara la inocencia de su padre.
La familia comenzó a hacer otros negocios y no les iba mal. Tenían suficiente trabajo como para contratar a más gente. Pero Covelli and Sons no se caracterizaba por la cantidad, sino por la calidad. Y Rafe siempre se comportaba como debía hacerlo un buen carpintero. Su padre le había enseñado.
Por eso le había dejado las cosas claras a Shelby Harris. Gus Norton no hacía un buen trabajo. Rafe no quería imaginarse a ese hombre poniendo una mano sobre la bonita madera de esa casa.
—¡Eh! ¡Hermano!
Rafe se volvió y vio acercarse a Rick y a Lucas, el hijo de Jill. El niño de dieciocho meses sonrió y echó los brazos hacia su tío.
Rafe lo tomó y lo sentó en la barra.
—Hola, Lucas.
—Hola —dijo Lucas con timidez.
Rafe miró a su hermano.
—Veo que venís a visitar a la camarera rubia.
—Sí —dijo Rick mirando a Jill que estaba atendiendo una mesa—, es duro tenerla todo el día trabajando.
—Pobrecito —acarició la barbilla de su sobrino—. La mayoría de la gente tiene que trabajar para poder vivir.
—¡Eh! Yo trabajo —dijo Rick—. He cambiado el suelo de madera del salón —se refería a la casa que Jill y él habían comprado en Ash Street y que estaban reformando.
—Hoy he estado con una futura cliente, Shelby Harris.
—¿Es la mujer que ha comprado Stewart Manor?
—Sí. Quiere abrir un hostal. Está todo hecho un desastre. Se necesitarán meses de trabajo para arreglarlo. A papá le habría encantado el artesonado tan perfecto.
—¿No trabajó él allí cuando éramos niños?
Rafe asintió.
—Diseñó los armarios de la cocina hace unos veinte años. Hoy no he entrado en la cocina.
—¿Y qué le vas a hacer a la señora Harris?
—Nada.
—¿No le ha gustado tu oferta?
—Era demasiado dinero. Creo que se ha excedido comprando ese sitio. No tiene dinero para reformarlo. No tenía ni idea de lo que le costaría arreglarlo.