Más dulce que la miel. Jennifer Drew

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Más dulce que la miel - Jennifer Drew Julia

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Al menos no eran los matones de Rossano.

      En el tipo de trabajo que hacía Jeff siempre existía la posibilidad de que alguien quisiera partirle la cara.

      —¿Te acuerdas de mí? —preguntó ella.

      —Sara Madison. Tienes el nombre en la tarjeta que llevas colgada —no llevaba gorro y su melena era más larga y sedosa de lo que él había imaginado—. Te debo una disculpa.

      Metió la mano por la ventanilla y le retiró un mechón de pelo que caía sobre su mejilla.

      —¡Decir lo siento no servirá de nada! No solo has conseguido que me despidieran, sino que me has dejado en ridículo delante de todos los cocineros de Phoenix. Me has marcado para toda la vida. Cuando se corra la voz, y Dominick se encargará de ello, no conseguiré trabajo ni haciendo galletas en el Billy Bob’s Pizza Palace.

      —Tú no has hecho nada malo. Hablaré con tu jefe —también pensaba hablar con Auntie, pero no quería decírselo hasta que la periodista confirmara que lo ayudaría.

      —¡Cómo si eso sirviera de algo! Dominick despidió a su abuela por no lavar la lechuga.

      —Quizá pueda hacer algo más por ti.

      —¡No, por favor! Mi único consuelo es que Rossano no engullirá mis pasteles nunca más. ¡Espero que se empache con alguna tarta!

      Sara se disponía a subir la ventana cuando Jeff le agarró la mano. Ella se soltó.

      —En serio —dijo él—, quizá pueda ayudarte.

      —No estás en el mundo de los restaurantes, y si tienes una hermana que quiere hacer una fiesta de cumpleaños para niños, olvídalo. Solo por el hecho de ser repostera la gente se cree que me encanta ir a su casa a preparar una fiesta por menos dinero del que le dan al hombre que les corta el césped.

      —No me refería a eso. Además, la única hermana que tengo vive en Santa Fe con su familia. Está en contra de los dulces, así que es posible que sus pobres hijos coman zanahorias con yogur en lugar de tarta.

      —Adiós, señor Wilcox —dijo ella.

      Él seguía apoyado en la ventanilla del coche cuando ella aceleró. Se tambaleó hacia atrás y sus buenos reflejos evitaron que se diera un batacazo.

      Sara no había aceptado sus disculpas y Jeff se sentía culpable por haberla metido en ese lío. No podía evitar preguntarse cómo sería acostarse con aquella estupenda cocinera y convertir su enfado en algo más divertido.

      ¡Tenía que empezar a disfrutar de la vida social y trabajar menos!

      Se subió a su coche y trató de pensar en el artículo que iba a escribir. No tenía tiempo de pensar en Sara. Suspiró y achacó su mal humor al intenso calor que dejaba desiertas las calles de la ciudad.

      Al menos, el apartamento que compartía con su padre tenía aire acondicionado.

      El lunes por la mañana Jeff fue a trabajar temprano. Esperaba que le hicieran un encargo importante, algo que lo llevara a ganar el premio Pulitzer.

      Excepto un par de periodistas que estaban de vacaciones, el resto de los empleados asistiría a la reunión semanal en la que se asignaban los trabajos y el espacio que los artículos ocuparían en el periódico.

      A pesar de llevar varios años trabajando como periodista a Jeff le seguía gustando el ambiente de la sala de redacción. Al fin y al cabo, llevaba sangre de periodista en las venas. Len Wilcox, su padre, era un periodista retirado que había trabajado durante más de cuarenta años en el periódico Defender, de Minesota.

      —Eh, Jeff, ¿quieres celebrar tu cumpleaños esta noche en ese bar de la espuma que han abierto? —le gritó Brett Davies desde su mesa—. Podemos ir a ver cómo las mujeres se ponen espuma por el cuerpo.

      —Tendré que dejarlo para otro momento.

      —Ya, claro. Eres todo un juerguista, Wilcox.

      ¡Qué diablos! A lo mejor debía de salir de juerga con Brett. ¿Cuándo había salido de fiesta la última vez? Su padre siempre conseguía más espacio que los demás en la primera página del periódico y aún le quedaba tiempo de tomarse unas cervezas después del trabajo. Claro, que su madre se cansó enseguida y lo echó de casa. Ella vivía en Santa Fe, cerca de su hija, Ginger, y su familia. Jeff se había quedado al cuidado de su padre.

      —Oh, oh —dijo en voz alta al ver que había alguien en su mesa.

      Patty, del departamento de publicidad estaba mirando la pantalla de su ordenador. La melena oscura le caía sobre la espalda de forma que cubría el top que llevaba y parecía que fuera desnuda. Jeff estaba seguro de que seguía enfadada porque él le había dicho que la llamaría para tomar una copa y no lo había hecho.

      Quizá debería llamarla. Después de todo, tenía un cuerpo estupendo.

      ¿En qué estaba pensando? Eso sería darle falsas esperanzas.

      Entró en el despacho de la periodista culinaria y dijo:

      —Buenos días, Auntie.

      Liz Faraday levantó la vista de la pantalla del ordenador y lo miró.

      —Feliz cumpleaños, Jeffy, toma un cruasán.

      —Gracias, pero no me apetece. He desayunado cereales y una tostada con mi padre.

      —¿Qué tal está el viejo malhumorado?

      Liz había cocinado para Len en un par de ocasiones, al principio de que él se mudara allí. Lo único que tenían en común era que ambos estaban divorciados.

      —No lo veo mucho.

      —Supongo que sigue yendo al Fat Ollie’s a contar batallitas de guerra con el resto de los periodistas retirados.

      Jeff se encogió de hombros. Durante los días pasados, varios de los periodistas que acudían al Fat Ollie’s habían llamado a su casa preguntando por su padre. Era extraño, pero cada vez que Jeff le preguntaba algo a su padre, este le respondía con evasivas.

      —¿Has pasado por tu mesa? —preguntó Liz.

      —Aún no.

      —He hecho una tarta para que te la lleves a casa. No dejes que se la coman los buitres.

      —¿Me has hecho una tarta? Muchas gracias.

      Llamaron por teléfono y Liz dejó que sonara varias veces.

      —Hay que dejar que piensen que estás ocupada —le dijo a Jeff antes de descolgar. Escuchó durante unos segundos y después dijo—. Enseguida te lo mando.

      —Su majestad quiere verte —le dijo a Jeff cuando colgó—. Ahora.

      Decker Horning siempre tenía prisa. Jeff sentía curiosidad por ver qué quería, pero primero tenía una deuda importante que saldar.

      —Antes de irme, quería decirte que arrinconé a Rossano en Taste of Phoenix —le dijo a Liz.

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