Turbulencias y otras complejidades, tomo I. Carlos Eduardo Maldonado Castañeda
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De otra parte, “subjetivamente”, escribir de manera regular, artículos como los que componen este volumen es sencillamente una obligación moral e intelectual por parte de cada investigador: sin ambages, es un ejercicio de calistenia permanente, de fitness intelectual continuado, una condición para mantenerse intelectualmente activo, al día, y hacer de la escritura una forma de vida. Es, si cabe, una de las exigencias de un investigador que dirige su mirada hacia las fronteras del conocimiento.
Una lectura posible es que escribir textos de divulgación como los que tenemos entre manos aquí puede servir, como es efectivamente el caso, para emplearlos, hacia futuro, como elementos a partir de los cuales es posible construir textos mucho más elaborados, esos sí, bastante más científicos en la línea ortodoxa de la palabra. Si es así, se trataría entonces, visto todo globalmente, de un ejercicio de maximización cuya única finalidad es poner de manifiesto una fe en la capacidad del pensamiento, en la capacidad del conocimiento, que no es sino una manera genérica de decir: fe en la educación para construir un mundo mejor.
Dicho de manera general, el periodismo científico es un área ampliamente desconocida y menospreciada en América Latina. Mientras que en muchos otros países es habitual ver periodistas – científicos– en congresos, simposios y otros eventos, en América Latina reina la superficialidad y la banalidad. No bien termina una conferencia o un congreso y se redactan artículos acerca de las discusiones, los avances, los desarrollos alcanzados o propuestos. Basta con echar una mirada a los mejores periódicos alrededor del mundo, en Estados Unidos, Inglaterra, Japón, Francia o Alemania, por ejemplo.
El periodismo cultural, tanto como el periodismo científico aún tienen sus mejores días por llegar en el contexto latinoamericano. Existe una brecha gigante y creciente entre la punta del conocimiento y la base de la sociedad en los países de América Latina. Esa brecha puede ser llenada, entre otros canales, por un periodismo inteligente y de investigación interesado por lo mejor de las artes, las ciencias y la filosofía. Pues bien, mientras llegan esos días, los artículos que tenemos en este libro pretenden llenar ese vacío. Y eso, sin que seamos periodistas o comunicadores sociales ni mucho menos.
Dicho de manera global, nuestra época está haciendo el ingreso a la sociedad de la información, la sociedad del conocimiento y la sociedad de redes (tres modos diferentes de llamar a una misma dinámica). Por consiguiente, nos merecemos todos, mucha más y mejor información, mucha más y mejor ciencia, mucha más y mejor investigación. Tengo la firme convicción de que si nos encontramos, como se ha dicho repetidamente, en un cuello de botella civilizacional, la salida de este cuello de botella será posible gracias a la enorme vitalidad que existe, “allá abajo”, en la ciencia y en la investigación en general.
De suerte que los textos que componen este libro no son, propiamente, trabajos de periodismo científico. Simple y llanamente son ensayos, ese género libre y abierto que sirve, por así decirlo, como preparación para textos de calibre mayor.
El libro conforma una sola unidad. Siempre creí en la posibilidad de hacer una compilación de estos artículos para ser publicados como libro. Pero es solo hasta ahora cuando surge esta posibilidad. Y si bien cada artículo constituye una unidad propia, el conjunto, de más de 160 textos, sí constituyen la unidad de un mismo espíritu. Se trata de la unidad que pone de manifiesto, a plena luz del día, la complejidad del mundo actual, la complejidad del conocimiento, en fin, la complejidad misma de la vida. Ese es el hilo conductor de todos y cada uno de los artículos: pensar la vida y hacerla posible y cada vez tan posible como quepa imaginarlo. Si Maturana y Varela ponen, entre otros, de manifiesto que la vida y el conocimiento son una sola y misma cosa, es porque lo más grande que pueden hacer los sistemas vivos es al mismo tiempo lo más difícil y riesgoso que llevan a cabo: conocer, esto es, explorar los espacios, crear nuevos ámbitos, transformar el mundo en provecho propio y, al cabo, reducir y mantener baja la entropía.
Los artículos aquí compilados fueron en su momento avalados por numerosos lectores, y si menciono la referencia es para hacerle a esos mismos lectores y muchos otros, un cumplido. Y ese cumplido es este libro. Un esfuerzo sincero, un trabajo denodado.
En el año 2013, un amigo común con Rosenberg, Fernando Estrada, me sugirió empezar a escribir artículos para una revista digital nueva: Palmiguía, editada desde la ciudad de Palmira, en el Departamento de Valle. Desde un comienzo me orienté hacia temas de ciencia, con muchas motivaciones. En el lapso de menos de cinco años presenté y fueron aceptados algo menos de ciento ochenta artículos. Por esta razón debo expresar mis agradecimientos por este libro. En primer lugar, a Rosenberg Bermúdez Fernández, editor de la Revista Palmiguía. Su acogida a una sección de ciencia en una revista es una verdadera extrañeza. Pero la permanencia de esa ventana es una señal de inteligencia. Ulteriormente, en el año 2018, por otras razones que no cabe exponer aquí, Palmiguía debió cerrar sus páginas. Con ello, mi producción continuada y seriada de artículos sufrió una interrupción.
Asimismo, quiero expresar mis más sinceros agradecimientos a la Universidad El Bosque, que enarbola con todo sentido, el reconocimiento de la vida como el primero y el más absoluto de todos los valores, principios y fenómenos. Que es, queda dicho, el tema de base de este libro. También debo agradecer al editor de la Universidad, profesor Miller Alejandro Gallego por su buena acogida a este libro. En el mundo del conocimiento, la existencia de editores inteligentes, rápidos y conocedores hace a la vida académica y personal más amable.
Un libro nunca tiene como finalidad a ningún autor, ni siquiera si se trata de un texto de catarsis. Los libros nos lanzan al mundo y esa no es sino la expresión abstracta de que nos lanzan a ese universo, por definición desconocido pero siempre bueno de los lectores. Si el artista se debe al público y el profesor a sus estudiantes, el autor se debe a los lectores, que es donde comienza el diálogo, el ágape, el eros o la filía.
Como siempre, agradezco a los motivos de mi vida, Lala, Totis y Mona.
Es un muy acendrado comportamiento. Ya desde que Aristóteles lo estipulara en uno de los varios textos dedicados a la lógica, se convirtió en costumbre y norma pensar con categorías. Incluso alguien como Kant –quien sostenía que desde Aristóteles la lógica no había cambiado nada– piensa en los temas y problemas que le interesan en términos de categorías. Solo que las suyas son distintas.
Pensar en términos de categorías significa, literalmente, etiquetar el mundo, la realidad, a los otros. Existen muchas maneras de comprender a las categorías, tales como esquemas, tipos o clases.
El conflicto para ver y comprender el mundo puede ser explicado en términos bastante elementales. Se trata de establecer si vemos lo que conocemos, o bien si conocemos lo que vemos. La inmensa mayoría de los seres humanos solo ve lo que ya conoce. Esto es, reduce lo nuevo que ve a esquemas, conceptos, imágenes y modelos explicativos ya establecidos y experienciados.