Carro de combate. Nazaret Castro

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Carro de combate - Nazaret Castro Mayor

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y lo que importamos es a precio más barato que lo que exportamos. Nos aprovechamos de ese comercio ecológica y económicamente desigual. Los daños los sufren otros. Hay una crueldad patente en la prohibición de una emigración humana libre del Sur al Norte al tiempo que hay mucha importación de mercancías baratas desde el Sur. ¿Cómo es posible que pasen los productos que llevan tanta carga de destrucción y contaminación en origen pero que no pasen las personas? ¿Cuáles deben ser los sentimientos al respecto en Nigeria, Argelia, Libia?

      Este es un libro excelente que aúna las experiencias vividas, los sentimientos de compasión e indignación y grandes conocimientos técnicos para ilustrar y remover las conciencias de las y los consumidores.

      Hace ya algunos años que Laura y Nazaret persisten en su trabajo profesional. Alejadas de los reportajes al servicio de las empresas y medios de comunicación que son actores principales de esa depredación humana y ecológica, ellas siguen su camino independiente y difícil como excelentes periodistas de investigación. Merecen ser todavía más conocidas de lo que son. Deseo todo lo mejor a esta excelente segunda edición de este libro cuya principal tesis es «Consumir es un acto político».

      Joan Martínez Alier

      ICTA-UAB, Barcelona

       Co-director del Atlas de Justicia Ambiental (www.ejatlas.org)

      2020 será recordado como el año de la pandemia. Nos encontrábamos ultimando los detalles de este libro cuando nos estalló entre las manos la emergencia provocada por el coronavirus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad Covid-19. Nuestros planes, como los de millones de personas en todo el mundo, fueron cancelados o postergados mientras nos sumíamos en un tiempo de incertidumbre en el que seguimos inmersas en el momento de escribir estas líneas. La pandemia puso en jaque a la civilización tal y como la conocemos, porque, como recordó el filósofo Santiago Alba Rico, nos llevó a una recaída en el cuerpo, es decir, a recordar que somos un cuerpo y, por tanto, somos vulnerables, y estamos expuestas a las consecuencias de nuestros actos.

      Además, el sistema agroalimentario nos afecta de un segundo modo en tiempos de pandemia: la sustitución paulatina de productos frescos por ultraprocesados, así como la producción con agrotóxicos de alimentos que tienen cada vez menos nutrientes, nos hace más vulnerables a la pandemia: porque nuestro sistema inmune está debilitado, y porque la dieta a base de ultraprocesados y comida basura es causante de algunas de las enfermedades —como la obesidad y la diabetes— que constituyen mayor riesgo para quienes contraigan la Covid-19. Pero es que, además, el sistema agroalimentario está también detrás —sobre todo, debido a la deforestación y el transporte transcontinental de alimentos— del cambio climático, que tiene como consecuencia el deshielo de glaciares y permafrost y, con ello, implica el riesgo de que aparezcan nuevos virus y patógenos que hasta el momento estaban desactivados.

      ¿Qué tiene esto que ver con el libro que la lectora tiene entre las manos? Todo. Este libro sintetiza el trabajo de años de investigación del colectivo Carro de Combate, en el que hemos diseccionado una veintena de productos y sectores para visibilizar el reguero de consecuencias socioambientales que dejan a su paso las mercancías que consumimos. En El capital, obra más citada que leída que aún aporta un entendimiento del funcionamiento del sistema económico en que estamos inmersos, Karl Marx describió la mercancía como algo «endemoniado», un fetiche que tiene la particularidad de ocultar las relaciones sociales que hicieron posible la fabricación y distribución de esa mercancía. Al hablar del fetiche de la mercancía, Marx nos alertaba de que, dentro del sistema capitalista, se invisibilizan las relaciones laborales de explotación que requiere la maquinaria del sistema para asegurar la reproducción de la ganancia. Nos olvidamos de que somos interdependientes.

      Pues bien: la pandemia ha venido a recordarnos no solo que somos interdependientes, sino que lo somos más que nunca en la historia de la humanidad, y que la enorme complejidad de nuestra economía nos hace más vulnerables, porque la mayor parte de los productos que consumimos requieren la participación y el trabajo coordinado de muchas personas de varias esquinas del planeta, así como la explotación de los ecosistemas de lugares lejanos. Todo ello, respondiendo a estructuras de poder neocoloniales que, grosso modo, pueden resumirse así: extraemos materias primas en América Latina y África, para que se manufacturen en Asia, se envíen para su consumo en los países del Norte global, y los desechos que se generan de ese consumo, en muchos casos, vuelven al Sur, como sucede con los vertederos tecnológicos en África o Asia.

      Nuestro modo de producción, distribución y consumo deja un puñado de ganadores y una gran masa de perdedores, genera amplias dosis de sufrimiento y está llevando a los ecosistemas, de cuyo adecuado funcionamiento depende nuestra propia supervivencia como especie, al borde del colapso. Nos han dicho que la humanidad estaba en guerra contra el virus causante de la Covid-19: no es así. La verdadera guerra, la que lleva un par de siglos en curso, es la del capital contra la vida. Y nuestros gestos cotidianos de consumo o bien son cómplices con ese sistema, o son disidentes: está en nuestra mano elegir, aunque

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