Casada con un extraño. Tracy Sinclair
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Читать онлайн книгу Casada con un extraño - Tracy Sinclair страница 6
Philippe volvió tan pronto como vio que ella se había despertado.
—¿Se siente mejor? —le preguntó sonriente.
—No, dado que he visto que Robbie ha estado aquí sentado solo todo el rato.
—No estaba solo. Solo lo he dejado unos minutos para tomarme un café. Gloria y yo lo hemos mantenido divertido.
—Ella me cae bien —dijo Robbie.
Philippe le dijo entonces a Nicole:
—¿Puedo hablar un momento a solas con usted?
Nicole se levantó de mala gana y lo siguió por el pasillo.
Cuando estuvieron lejos de Robbie, él le dijo:
—No me importa lo que usted piense de mí, pero no quiero que se lo deje tan claro a Robbie. ¡No me extraña que él me tome por un ogro!
—No me culpe a mí de eso. Los niños juzgan muy bien los caracteres.
—Entonces va a tener que irse acostumbrando a ese hecho.
—No necesariamente. Usted solo ha ganado el primer asalto, no el partido. No está grabado en piedra que Robbie vaya a vivir permanentemente con usted.
—Ni se le ocurra retarme —dijo él suavemente—. Yo siempre consigo lo que quiero, sin que me importen los medios.
Se miraron fijamente a los ojos y Nicole contuvo un estremecimiento. Ese hombre podía aplastar cualquier cosa que se cruzara en su camino sin el menor remordimiento. ¿Podría ella encontrar una manera de salir de aquello para Robbie y para sí misma?
Entre ellos el ambiente fue muy tenso el resto del viaje, pero cuando llegaron a París, a Nicole le resultó difícil continuar de mal humor.
A pesar de que era medianoche, el aeropuerto estaba abarrotado de gente de todos los rincones del mundo, cosa que, para una provinciana como ella, era muy exótico y excitante.
Como hasta entonces, Philippe se ocupó de todas las formalidades, pero esta vez ella no lo agradeció tanto como al salir. Después de su discusión en el avión, estaba ansiosa por pelear, y esta vez, ganar.
Tan pronto como salieron de la aduana, ella le pidió su pasaporte, que él se había guardado con los otros dos. Pero estaban en la zona de recepción de equipajes y él estaba buscando a la vez las maletas y al conductor del coche.
—Se lo daré en el coche —le dijo.
—¿Cuánto se puede tardar en darme un pasaporte? —insistió ella.
—En este momento estoy un poco ocupado y no lo necesita ahora mismo. Ya hemos pasado la aduana.
—Lo quiero —dijo ella tercamente.
Philippe maldijo en francés, se metió la mano en el bolsillo y se sacó el pasaporte en cuestión.
—¡Tenga! ¿Está contenta ya?
Era una pequeña victoria, pero la llenó de satisfacción.
—Más que antes.
Cuando llegó el conductor, llamado Max, fue a por los equipajes y Philippe los condujo a una limusina negra que estaba aparcada fuera de la terminal. Poco después, Max volvió y salieron de allí.
Mientras atravesaban la ciudad, Nicole se sintió muy excitada, se olvidó de sus problemas con Philippe mientras miraba por la ventanilla sin perderse detalle. Al pasar cerca del Arco del Triunfo, se inclinó sobre Philippe para verlo mejor.
A Philippe también le desapareció el enfado. Era imposible seguir enfadado cuando el cuerpo de ella se apretaba contra el suyo.
—Debería haberla dejado sentarse junto a la ventanilla —dijo él.
—Así puedo ver bien.
Nicole le puso una mano en el hombro y se pegó más a él para ver el Arco del Triunfo por el cristal trasero. No se dio cuenta de lo juntos que estaban sus cuerpos, pero él sí e, inconscientemente, le rodeó la cintura con un brazo.
Ella lo miró sorprendida y se apartó.
—Lo siento —balbuceó—. Supongo que me he dejado llevar.
—París le hará eso.
—Sí, bueno, ciertamente es una hermosa ciudad.
Cuando llegaron a la imponente mansión de los Galantoire, salieron del coche y el conductor se hizo cargo de los equipajes. Robbie tenía sueño y Philippe les enseñó sus habitaciones.
La del niño era enorme. Todo en ella lo era, la cama, los armarios y demás, incluyendo unos ventanales que daban a una balconada. Era tan distinta de la que había tenido en San Francisco que Nicole temió que se asustara, pero el pequeño tenía demasiado sueño como para percatarse de lo que le rodeaba.
—Su habitación es la siguiente —le dijo Philippe—. He pensado que querría estar cerca de Robaire.
Era tan espaciosa como la del niño, pero decorada más femeninamente.
—El baño está en esa puerta y el vestidor da a él. Espero que esté cómoda aquí.
—Seguro que sí —dijo ella.
—Si yo no estoy cuando se despierten, los sirvientes les servirán el desayuno. Paul es el mayordomo y su esposa Heloise es la cocinera.
Cuando él se marchó, Nicole se puso un camisón y se acostó enseguida, durmiéndose casi inmediatamente.
Se despertó de golpe cuando oyó un fuerte llanto. ¡Algo le pasaba a Robbie! Saltó de la cama y salió al pasillo. Estaba muy oscuro y, cuando entró en el cuarto del niño, solo unos rayos de luz de luna entraban por las cortinas.
—¡Estoy aquí, Robbie! —le dijo cuando llegó a la cama y lo abrazó—. ¿Qué te pasa, querido?
—¡Hay un monstruo allí! —gimió el niño señalando al armario—. Está ahí dentro.
—¿En el armario? —le preguntó ella y encendió la lámpara de la mesilla de noche—. Solo es un mueble. He metido allí tu ropa.
—No, es su cueva. ¡Me va a comer!
Entonces apareció Philippe en la puerta con cara de sueño. Iba despeinado y solo llevaba encima los pantalones del pijama.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Después de que Nicole se lo explicara, se acercó al armario y lo abrió de par en par.
—¿Ves? —dijo—. No hay nada dentro. Solo has tenido un mal sueño.
Robbie