El sueño de Gargantúa. Antonio José Antón Fernández
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En todo caso, parecía claro que la utopía liberal era un objeto de estudio en un incomprensible estado de abandono, que merecía ser retomado. Sin embargo, esto me llevó a algunos callejones sin salida: el estudio del liberalismo, como señala Pierre Rosanvallon, arroja varias conclusiones que nos impiden un estudio directo de algo así como una «utopía liberal» o «capitalista»:
Resulta claro que no hay unidad doctrinal del liberalismo. El liberalismo es una cultura, no una doctrina. De allí los rasgos de lo que atañe a su unidad y de lo que entreteje sus contradicciones […] Su unidad es la de un campo problemático, de un trabajo, de una suma de aspiraciones[14].
Este inexistente «liberalismo absoluto» o «completo», por tanto, es una de las primeras cosas que se disuelven entre los dedos del que se acerca a estudiarlo: más problemático si cabe ha resultado identificar una utopía. Pero no está todo perdido. De hecho, lo que espero que se aclare con la lectura de este libro es que hay toda una cadena, un «hilo» de fragmentos y relatos utópicos, entrelazado con otros tantos momentos mitológicos y sin duda también teológicos, que sostiene el edificio capitalista.
Habría que matizar la expresión «fragmentos y relatos». En un primer lugar, descartando el concepto originario de mitema, y aunque me resultara tentador recuperar el concepto vichiano de «universali fantastici», pareció adecuado partir del análisis de «utopemas» siguiendo el ejemplo de Alain Pessin[15]. Sin embargo, su definición específica del utopema merecía una discusión en profundidad que resultaba demasiado tediosa para un libro como este, en el que se trata de abrir una discusión nueva y sugerir o retomar sendas, más que cerrarlas. Aun así, en los capítulos siguientes emplearé el término en unas pocas ocasiones, pero siguiendo una definición puramente interna a este libro: se trataría de las matrices narrativas fundamentales alrededor de las cuales se reagrupan varios discursos teóricos o movimientos intelectuales y sociales que vamos a abordar en los diferentes capítulos. Así, por ejemplo, el utopema de la salvación por la máquina; o el del poder invisible que garantiza nuestra felicidad futura.
Y, sin embargo, por las razones anteriores, no se encontrará esto explicitado en el índice, ni justificado exhaustivamente. En general, podría haber sido interesante desarrollar su definición contrastándola con la de «biografema», según la recuerda François Dosse a partir de Barthes: «pequeños detalles que por sí solos pueden decirlo todo», un «rasgo sin unión que remite a la singularidad de los gustos y los cuerpos», que «trazan líneas de fuga» a partir de la forma mínima «me gusta, no me gusta»[16]. Así, podríamos abordar la historia de los liberalismos como la biografía de un cuerpo deseante y contradictorio, pero sobre todo dominante, azaroso y lleno de caprichos casi personales: esta visión tendría un componente materialista indudable, en la medida en que bajaría esa ideología del mundo puro de las teorías y las discursividades, a las vicisitudes de la vida histórica concreta. Pero aparte del origen estructuralista demasiado explícito del término biografema, que requeriría un comentario y explicación específicos, resulta menos adecuado para este desmontaje biográfico del liberalismo que los consejos que da el propio Dosse, alejándose del relato construido a partir de biografemas: «preservar la indistinción, la indeterminación y el carácter mixto de temporalidades diferentes … el orden de la cotidianeidad y del fantasma»[17].
En definitiva: no busco un único relato, narración o mito al que el liberalismo dio forma para legitimar su funcionamiento «vampírico», sino constatar una pluralidad de ellos. O más exactamente, la cuestión no es que el liberalismo ofrezca uno o varios contenidos mitológicos fundadores, o una o varias promesas teo-teleológicas dadas de una vez por todas y acotables en periodos históricos. Lo que veremos, es que los utopemas se solapan y se suceden, son «emergentes» y luego «residuales», o se hibridan primero para aparecer después, repentinamente, de forma individual y dominante.
De hecho, si estos utopemas se alternan, es porque bajo todos ellos, si retiramos una a una, pacientemente, todas las capas fantásticas, en su mismo corazón, no hay una utopía: obviamente (pues no se defiende aquí una lectura idealista de la historia) en última instancia no encontraremos un relato o una idea, sino un choque real y efectivo, una tensión. Se llama lucha de clases, pero en la medida en que esencialmente es una tensión material, puede declinarse de muchas formas. Para que haya choque, debe haber una división. Por ejemplo, como la que constantemente mantenemos entre nuestro ambiente industrial y el limitado mundo que habitamos: sobre esa división, alzamos una tapia para no ver la destrucción de un planeta cuya habitabilidad reducimos día a día[18]. También podría verse como esa pared invisible de leyes o requisitos que no nos permiten acceder a una vivienda, o nos alejan de una vida como ciudadanos de pleno derecho, sea por nuestra piel, o por nuestro pasaporte; un escudo de silencio que impide que «los propietarios» den explicaciones o compensaciones reales por los despidos[19]. Un muro: una valla.
No obstante, algo debe haber en esa tensión última, que permite su encaje con las estructuras utópicas, y el engarce de los utopemas entre ellos o con otros que puedan venir. Quizás, si el capitalismo es una gran máquina de producción de divisiones, de escisiones y exclusiones; si el capitalismo es pura reproducción de antagonismo, quizás, entonces, el liberalismo sea, en su razón última, distancia.
[1] A. Löwenstimm, Aberglaube und Strafrecht, Berlín, 1897, p. 96, y P. Barber, Vampires, Burial and Death, New Haven, Yale University Press, 1988, p. 55.
[2] G. F. Abbott, Macedonian Folklore, Cambridge, Cambridge University Press, 1903, pp. 218-220 y notas.
[3] E. Dupouy, Medicine in the Middle Age, trad. ing. de T. C. Minor, Cincinnati Lancet Press, 1889, p. 35.
[4] Citado en S. D. Moore, Swift, The Book and the Irish Financial Revolution, Baltimore, John Hopkins University Press, 2010, p. 173.
[5] F. Moretti, «The Dialectic of Fear», New Left Review 136 (noviembre-diciembre 1982), pp. 67-85.
[6] S. Plant, «Compelled to count», ensayo del catálogo de la exposición de Susan Morris en el Centre PasquArt, Biena (Suiza), 2017, accesible en http://www.sadieplant.com.
[7] B. Groys, The Communist Postscript, trad. ing. de T. H. Ford, Verso, Londres, 2009, pp. xv-xvi [ed. cast.: La posdata comunista, Buenos Aires, Cruce, 2015].
[8] Cfr. Michael Moore: Are We Going to Be Like the «Good Germans»