Siempre queda el amor - Entrevista con el magnate. Cara Colter

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Siempre queda el amor - Entrevista con el magnate - Cara Colter Omnibus Jazmin

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Kevin le salió un trabajo en Windsor.

      Lo que no le dijo fue que aquel trabajo no le había durado mucho, pero para entonces no podían permitirse volver a Blossom Valley, y mucho menos tener un bebé. Tampoco le dijo la clase de trabajos que había tenido que aceptar para poder mantenerlos a flote. Había trabajado de camarera, había fregado suelos y había cuidado niños.

      Tampoco le dijo lo mucho que había echado de menos la vida que había dejado atrás allí, en Blossom Valley. Sin embargo, tenía curiosidad por saber si David sentía lo mismo, y se lo preguntó:

      –¿Echas de menos Blossom Valley alguna vez?

      Él se quedó callado un buen rato.

      –No, no tengo tiempo para echarlo de menos.

      –Y si lo tuvieras… ¿lo echarías de menos?

      David volvió a permanecer callado hasta que, casi a regañadientes, admitió:

      –Sí, supongo que sí. Lo pasamos muy bien de críos aquí, ¿verdad?

      Ella asintió.

      –No recuerdo cuándo fue la última vez que me tumbé a mirar las estrellas así, como ahora –murmuró.

      –Yo tampoco –contestó David–. ¿Esa es la constelación de Orión? –inquirió señalando el cielo.

      –Sí, el Cazador.

      –Recuerdo lo impresionado que me dejaste una vez, recitándome los nombres de todas las estrellas de esa constelación.

      Kayla se rio suavemente y empezó a enumerarlas:

      –Zeta, Épsilon y Delta; son las que forman el cinturón.

      –Continúa.

      Kayla prosiguió, nombrando una por una las estrellas de aquella constelación y, cuando terminó, se quedaron mirando en silencio el cielo nocturno.

      –Siempre pensé que acabarías siendo profesora –le confesó David–. Siempre fuiste la más lista de la clase y te encantaba aprender.

      Kayla no dijo nada. Otra ocasión perdida que se alzaba ante ella.

      –O que al menos habrías tenido hijos –añadió David–. Siempre te encantaron los niños. Incluso trabajaste como monitora en aquel horrible campamento de día. ¿Cómo se llamaba?

      –Sparkling Waters. Y no era horrible; era para niños de familias que no podían permitirse mandar a sus hijos a un campamento.

      –Ya entonces me pareció increíble que en un pueblo donde hay un nivel de vida tan alto fueras capaz de encontrar niños necesitados. De hecho, ni siquiera sabía que los había hasta que empezaste a trabajar allí.

      –En esa barriada al sur malviven un montón de jornaleros y empleados de la limpieza de los hoteles y moteles del pueblo. Era el secreto a voces de Blossom Valley, y aún lo sigue siendo, pero la gente mira para otro lado.

      –Y seguro que tienes un plan para solucionarlo –apostó David.

      –Bueno, solucionarlo no, pero podría inventar un sistema de cupones en la heladería para que los niños puedan venir a tomar helado gratis.

      –Ay, Kayla, Kayla… –murmuró él, pero no en tono de recriminación.

      –Lo sé, así soy yo, siempre intentando cambiar el mundo, aunque cucurucho a cucurucho.

      –No me extraña que esos niños te adoraran –dijo David–. Recuerdo que a veces algunos de ellos se nos pegaban por las tardes cuando salíamos por ahí porque querían estar contigo. Lo odiaba, unos adolescentes populares teniendo que cargar con unos mocosos.

      –A lo mejor tú eras popular, pero yo desde luego no.

      –Es broma; seguramente yo tampoco lo era –dijo él sonriendo–. Pero entonces pensaba que lo era. Supongo que todos los chicos a esa edad son así.

      Kevin sí que se había creído siempre el mejor en todo, recordó Kayla, y aunque nunca se lo había dicho para que no se llevase una decepción, nunca lo había sido. Había sido divertido, sí, y encantador, desde luego. Guapo, aunque no espectacular. Atlético, pero no un as en todos los deportes.

      Siempre se había mostrado competitivo con David de un modo sutil, pero siempre había llevado las de perder porque este siempre había sido más atractivo y más fuerte.

      Cuando David se apuntó al cursillo de formación de socorristas, Kevin se apuntó también. Además, no solo quería igualarlo; quería ser mejor que él. Si David cruzaba a nado el lago, Kevin lo cruzaba y volvía. Cuando David se compró su primer coche, un coche de segunda mano que necesitó bastantes arreglos, Kevin se compró uno nuevo… o más bien hizo que su padre se lo comprara.

      Ella se había pasado su matrimonio intentando convencerle de que no tenía que compararse con David, y perdonando sus celos y su resentimiento hacia él. Incluso había excusado su actitud, diciéndose que la había causado la repentina indiferencia de David, tras la muerte de aquella niña, hacia él, que había sido su mejor amigo.

      David, en cambio, sí que había sido el chico más popular del instituto. Ya de adolescente había habido algo en él, su porte, el modo en que acostumbraba a tomar las riendas, que lo había distinguido de los otros chicos. Ese mismo algo que lo había hecho irresistible a todas las chicas del pueblo.

      «Y en una noche mágica yo fui la chica afortunada a la que besó… para después no volver a mirarme siquiera», pensó Kayla.

      –Yo también adoraba a esos niños –dijo.

      Prefería recordar el afecto de los pequeños y no la sensación de pérdida que le había causado la repentina indiferencia de David tras aquel beso.

      –Eran unos pilluelos –dijo él–. Nunca les decías que se fueran. Recuerdo cuando íbamos al lago con el resto de la pandilla a hacer una barbacoa, y a ti pasándoles los perritos calientes que yo había comprado.

      –¿Eso hacía?

      –Sí, y también les dabas parte de las nubes de azúcar que asábamos en la hoguera, y latas de refresco.

      –Será que no podía soportar la idea de que pasasen hambre.

      David se quedó callado un momento y la miró.

      –Pero, en serio, siempre te imaginé con un montón de hijos; sobre todo cuando pareció que tenías tanta prisa por casarte.

      Kayla se mordió el labio. Había deseado con todas sus fuerzas tener un hijo, pero ahora se daba cuenta de que había sido una bendición que no lo hubiese tenido.

      –Nunca parecía el momento adecuado para tenerlo –respondió en un tono frío, que no invitaba a que le hiciera más preguntas.

      –Ay, Kayla… –murmuró él y, aunque su tono había sido hermético, tuvo la impresión de que David había intuido en su respuesta cada momento infeliz de su matrimonio.

      –¿Y

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