Pack Bianca enero 2021. Varias Autoras
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Rachel dejó caer la cabeza con un suspiro.
–Lo sé, lo sé.
–¿Seguro que todo va bien? –inquirió Francesca, mirándola preocupada.
Rachel querría poder confesarle las dudas que la atribulaban, pero sacudió la cabeza y le respondió:
–Seguro. Gracias, Francesca. Vete tú también a descansar.
Francesca le dio un par de palmadas en el hombro y se marchó. Ya a solas, Rachel dejó caer los hombros, aliviada de no tener que seguir fingiendo, y se dirigió al cuarto de baño.
El agua caliente casi hizo que se quedara dormida en la bañera. Cuando por fin salió del baño, cansada y triste, se dejó caer en la cama, se tapó y el sueño la arrastró.
A la mañana siguiente la despertó el sol, que entraba a raudales por las ventanas de su dormitorio. A la luz del día todo parecía un poco mejor. O por lo menos ella se sentía más resuelta. Se dio una ducha y se vistió, decidida a buscar a Mateo para hablar con él.
Sin embargo, encontrarlo no iba a ser tarea fácil. Después de desayunar sola en el comedor, su secretaria, Mónica, se la llevó para que le hicieran las últimas pruebas de su vestido para la boda. A Rachel le encantaba lo sencillo que era: de seda blanca con encaje en las mangas y el dobladillo de la falda. El largo velo era de encaje también. Con aquel vestido se sentía como una princesa. Como una reina.
Después de que la modista tomara nota de los ajustes que había que hacerle, Mónica se reunió con ella en su estudio para repasar los eventos del día siguiente, el gran día. Para empezar, la ceremonia nupcial y la coronación en la catedral. Luego regresarían al palacio, donde se agasajaría a los invitados con un desayuno. Y, finalmente, darían un paseo por la ciudad en una calesa para saludar a su pueblo antes de regresar de nuevo al palacio. Por la noche se celebraría una cena con baile, y Mateo y ella pasaría su noche de bodas en los aposentos de él.
–Va a ser un día muy completo –murmuró con una sonrisa, intentando ignorar las mariposas que revoloteaban en su estómago.
«No lo pienses», se ordenó. «Cuando llegue el momento, harás lo que tienes que hacer. No te queda otra». Se volvió hacia Mónica, intentando parecer alegre, y le preguntó:
–¿No sabrás, por casualidad, dónde está el príncipe Mateo?
El viento azotaba en el rostro a Mateo, que cabalgaba a galope tendido por la playa a lomos de su caballo preferido. Esa mañana, cuando se había despertado, después de haber dormido apenas unas horas, había sentido la necesidad apremiante de acallar de algún modo sus pensamientos, y le había parecido que salir a montar un rato sería la manera perfecta de hacerlo.
Aún estaba enfadado consigo mismo por el modo en que había manejado la discusión con Rachel la noche anterior. Cressida… Aquel nombre maldito para él… Había estado tan enamorado de ella, tan seguro de que era la mujer de su vida… Pero toda aquella pasión se había convertido en una pesadilla.
Cuando regresó, había desmontado y entraba en las caballerizas, llevando al animal por las riendas, cuando oyó una voz familiar pronunciar su nombre en un tono quedo. Al volverse, se encontró con Rachel, que lo miró a los ojos con la barbilla levantada.
–Rachel… ¿Qué haces aquí? –le preguntó en un tono tenso.
–Quiero hablar contigo.
Mateo inspiró profundamente, obligándose a calmarse.
–Está bien; deja que me ocupe del caballo primero.
Rachel asintió y lo siguió. Permaneció en silencio mientras él le quitaba la silla de montar y los arreos al caballo. Se tomó su tiempo para cepillarlo solo por retrasar un poco más el momento en que tendría que enfrentarse a Rachel. Debería disculparse, lo sabía, pero por alguna razón no le salían las palabras. Cuando hubo terminado con el caballo y no podía retrasar más lo inevitable, se volvió hacia ella.
–Quiero que hablemos de lo de anoche –le dijo Rachel sin preámbulos.
–Te pido perdón si parecí un poco abrupto –murmuró él finalmente–. Es un tema sensible para mí.
Rachel enarcó las cejas.
–¿Que si me pareciste un poco abrupto? –le espetó cruzándose de hombros–. Buen intento, Mateo, pero no te vas a ir de rositas con esa disculpa.
A pesar de la tensión que lo atenazaba por dentro, su respuesta casi le hizo sonreír.
–¿Ah, no?
–No. Estamos a punto de casarnos. Faltan menos de veinticuatro horas para la boda. Y no voy a consentir que te pongas hecho una furia y te niegues a hablar de algo que está claro que es importante. Al fin y al cabo se supone que querías casarte conmigo, o eso me dijiste, porque somos amigos, porque hay afinidad entre nosotros y confiamos el uno en el otro. Así que cuéntame qué es lo que pasa con esa Cressida.
–Ya te he dicho todo lo que tienes que saber: salimos durante un tiempo. Los dos éramos muy jóvenes. Es algo que pertenece al pasado.
–Pues a mí me parece que hay algo más.
–Yo no te pregunto por tu relación con aquel hombre que te partió el corazón –le espetó él.
Rachel dio un respingo.
–No me partió el corazón, ya te lo expliqué. Te dije que nunca estuve enamorada de él –replicó. Se quedó callada un momento, como si estuviera sopesando si hacerle o no la pregunta que Mateo sabía que iba a hacerle–. ¿Tú estabas enamorado de ella, de esa Cressida?
Mateo hizo un esfuerzo por mantener una expresión neutra. No le resultó fácil.
–Supongo que sí. Sí.
Ella asintió lentamente, como si estuviera intentando digerirlo.
–Me habría gustado que me lo hubieras dicho antes.
–¿Antes de qué?
–Antes de pedirme que me casara contigo.
–Lo que pasó antes de ese día no tiene ninguna relevancia para nuestro presente ni para nuestro futuro. De eso hace ya quince años.
–¿Por eso quieres un matrimonio sin amor? –le preguntó Rachel con expresión impasible.
–No es eso lo que yo dije…
–Como si lo hubieras hecho. Dijiste que preferías un matrimonio basado en la amistad y en la confianza antes que en el amor. Para mí ha estado muy claro desde el principio. Lo que no imaginaba era que… que fuese porque estuviste enamorado una vez.
Mateo contrajo el rostro, pero no lo negó.
–¿Qué pasó? –le preguntó Rachel–. Creo que merezco saberlo. ¿Por qué se terminó? ¿Te dejó?
Mateo apretó la mandíbula.
–Murió.