1968: Historia de un acontecimiento. Álvaro Acevedo

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el primero recorre las maneras como los políticos mexicanos conciben la educación, con el fin de explicar el lugar central atribuido a este ámbito de la vida social. Este capítulo sitúa en relieve la condición histórica del 68, en la que el sistema mexicano no permite la entrada de una nueva generación de profesionales que pretende tener derecho a un lugar de poder en el México de aquel entonces. El segundo nivel de análisis es muy sugerente para la historiografía de la educación superior colombiana, puesto que procura acercarse a la dinámica cotidiana de la vida universitaria. En este capítulo se tratan temas tan importantes como la descripción y el análisis de los conflictos universitarios vistos de manera amplia y profunda, la caracterización de los diferentes actores y los usos que estos realizan del espacio universitario, además de la narración de las diferentes maneras como interactúan durante el siglo XX.

      El libro cierra con la descripción y la reflexión sobre cuatro grandes momentos que experimenta el movimiento estudiantil de la Unam. Con una prosa amena, Estrada consigna los hechos en que se ven envueltos los estudiantes entre 1958 y 1968, para mostrar que los métodos de lucha, las demandas y los logros del 68 se pueden comprender mejor en una perspectiva histórica, y analiza la protesta universitaria con base en los postulados de Alain Touraine sobre los movimientos estudiantiles. En líneas generales, se considera que estos no se entienden, si se les excluye de los conflictos sociales, de tal forma que la comprensión de la universidad debe realizarse desde la interacción misma de los actores que se encuentran allí hasta los contextos en que esta se configura.

      En otras palabras, hay que pensar la universidad y con ella a los movimientos estudiantiles como parte de un conjunto más amplio, lo que la convierte en escenario de intereses y conflictos sociales, entendiendo que esta orienta ritmos, códigos y reglas particulares. Esto es lo que Touraine denomina historicidad. Mientras que las casas de altos estudios crean modelos culturales, estos son espacios de luchas políticas y edifican el campo de las relaciones sociales globales. Tal enfoque es reelaborado por Gerardo Estrada en el análisis del movimiento estudiantil de la Unam entre 1958 y 1968.

      Este trabajo se ubica en un campo de investigación recién explorado como es el de las relaciones entre los partidos políticos y las universidades. En este caso concreto, los miembros del Partido Comunista Mexicano logran dirigir la alma máter e intentan orientarla hacia los sectores populares, de allí la importancia que adquiere la política de masificación de la educación superior y la puesta al servicio de las necesidades de los más pobres. Esta experiencia de gobierno universitario, calificada de democrática, crítica y popular, no está exenta de confrontaciones con los sectores poderosos de Puebla, que también son incluidos en este artículo. No obstante las potencialidades del caso de estudio, los autores descuidan el análisis particular de la situación estudiantil durante este periodo, al priorizar los enfrentamientos con los grupos de poder en el ámbito de las directivas universitarias.

      Alejado de la escritura de la historia como narración de acontecimientos, el autor realiza una reflexión interesante sobre el proceder de los movimientos estudiantiles desde un enfoque generacional. Para ello acude a los estudios de Ortega y Gasset y a las clásicas tesis de Karl Mannheim, con el fin de acercarse a la creación de una conciencia y solidaridad generacional como parte de un contexto histórico delimitado y en movimiento. En tal sentido, los factores emocionales desempeñarán un papel importante en la conformación de cada movimiento, lo que se ve fortalecido con las prácticas de violencia institucional de las que son objeto. De este modo, la violencia represiva que se desata contra los estudiantes se convierte en un aglutinante fundamental en la constitución de las generaciones y los correlativos diálogos con sus rupturas y continuidades.

      Por su parte, Antonio Gómez estudia la juventud desde una perspectiva generacional y de la cultura. También analiza el discurso estudiantil a partir de su enfoque reivindicatorio y de llamado al pueblo como razón sustancial de la lucha; además, reconoce que el mundo institucional se convierte en un marco fundamental para comprender la movilización social más allá de las expresiones visibles de huelgas y protestas. Descubrir la historicidad de la institución universitaria y diferenciar sus finalidades específicas y secundarias en la construcción social y dinámica de la misma, como espacio de confrontación cotidiana, son otras de las contribuciones de este trabajo al estudio de los movimientos estudiantiles. Pese a tantos aciertos de enfoque, el trabajo investigativo de Gómez requiere una constatación empírica más profusa que dé cuenta de las sugerentes tesis propuestas.

      En los meses siguientes a los hechos de Tlatelolco el Gobierno desaparece de la memoria histórica las revueltas estudiantiles en las décadas siguientes. Habrán de suceder grandes cambios –no todos positivos– en la política mexicana para que los antiguos “alborotadores” y “terroristas” pasen a ser próceres y mártires de la democracia en México. Muchas de estas fotografías que tienen, en un momento, gran impacto en la opinión pública, se convierten en íconos paradigmáticos del movimiento estudiantil. El autor hace un llamado al análisis de estas y otras fuentes diferentes a las tradicionales que den cuenta de un imaginario tan complejo como el del movimiento estudiantil de 1968. No todo, concluye Del Castillo, está dicho sobre el movimiento estudiantil de 1968 en conjunto.

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