Menorca responsable. Marc Ripol
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Entre los autores actuales se encuentra Pau Faner, nacido en Ciutadella en 1949, que ha conseguido numerosos premios literarios gracias a su característico estilo de realismo mágico y a una curiosa mezcla de mito, costumbrismo y ciencia ficción.
Otro autor nacido a mediados del siglo XX es Josep M. Quintana, de Alaior, que ha escrito numerosas obras de historia, ensayos y novelas como Menorca Segle XX, De la Monarquia a la República (1976), Maó (1996) o Els Nikolaidis (2006), sobre una familia griega de Maó durante la época de gobierno británico. De Ferreries es Joan Pons, que nació en 1960 y escribe siguiendo el estilo de realismo lírico de su admirado Juan Rulfo. Sus novelas transcurren en Semblancat, nombre con el que se refiere a su ciudad natal y a la que ha dotado de un rico imaginario mítico a través de su obra. Entre sus creaciones destacan Barba-rossa, Sorra a les sabates y La casa de gel. La isla también ha dado reconocidos poetas cuya obra ha sido traducida a otros idiomas como Ponç Pons, a quien se incluyó, en 1986, en la recopilación publicada por la universidad de Nueva York Poems from the Spanish islands.
De entre los autores no menorquines que han escrito sobre la isla hay que destacar a Miquel Martí i Pol, que dedicó un poema llamado Menorca a la isla y a Josep Plà, quien escribió numerosos textos sobre ella en las obras Les Illes y Tres Guies.
Menorca en el cine
En 1951 se filmó en Menorca El correo del rey, dirigida por Ricardo Gascón, una película de aventuras ambientada a principios del XIX.
Gerard Gormezano rodó en 1988 El vent de l’illa, una historia de amor entre un soldado inglés perteneciente al ejército británico que ocupó la isla durante el siglo XVIII, una menorquina y una extranjera residente en Menorca.
En el año 2000 Andrew Grieve filmó Hornblower: Muttiny, sobre el clásico tema del motín a bordo.
Trepucó.
Historia
En pocos lugares la historia ha dejado tantas huellas grabadas en el paisaje como en la isla de Menorca. Desde los muros de piedra seca que bordean sus caminos rurales hasta las fortificaciones costeras, pasando por las bellas casas nobles de sus poblaciones principales, el pasado de la isla asoma en cada recodo. Los vestigios más antiguos son las cuevas de habitación y de enterramiento, que se remontan a la Edad del Hierro y la del Bronce. Muchas de ellas están situadas en acantilados y entre las más espectaculares se encuentran las de Cala Morell, Cales Coves, Cap de Forma o Son Bou. Las navetas, construcciones en forma de nave invertida, eran usadas como monumentos funerarios colectivos. La más importante de la isla es la de Es Tudons, cerca de Ciutadella.
De la época talayótica, que se sitúa aproximadamente en el segundo milenio a.C., son los monumentos más característicos y originales de Menorca: las taulas. Están situadas en el centro de santuarios en forma de herradura y consisten en dos grandes piedras en forma de T. Las mejor conservadas son las de Talatí de Dalt, Binissafullet, Trepucó y Torralba d’en Salort. También de esta época son los talayots, las construcciones en forma de torreón que dan nombre al periodo. Destacan los de Torrellonet Vell, Sant Agustí Vell y Torre Nova d’en Loçano.
Ses Pedreres de s´Hostal-Líthica
El primer nombre que conocemos de la isla es el de Nura, que significa fuego y fue puesto por los comerciantes fenicios que surcaban el Mediterráneo en el siglo XI a.C. al ver las hogueras quemar en lo alto de los talayots y en los acantilados.
Los griegos, que llegaron en el siglo V a.C., la bautizaron como Meloussa, tierra de ganado. Parece ser, dada la falta de restos arqueológicos, que ni los fenicios ni los griegos se asentaron en la isla y la utilizaron solo como lugar de paso hacia la península Ibérica. Del pueblo que sí se han encontrado numerosos objetos distribuidos por toda la isla es del de Cartago. Los cartagineses llegaron en el siglo III a.C. y otorgaron el nombre de Jamma a Ciutadella y el de Magón a Maó. Su interés principal en Menorca era reclutar a los nativos, que eran expertos lanzadores de honda, para usarlos como soldados en las guerras púnicas. Los romanos se hicieron con el control de la isla en el año 123 a.C. y fueron los que le pusieron el nombre del que deriva el actual: Minorca, llamada así por su inferior tamaño respecto a su vecina Mallorca. El legado más importante del pueblo romano fue el latín, el derecho y sus conocimientos de agricultura e ingeniería. Los restos más importantes de este periodo son las basílicas paleocristianas de la Illa del Rei y de Fornàs de Torelló, ambas en Maó.
Los vándalos llegaron tras la caída del imperio romano en el año 427 y ocuparon la isla hasta el 534, año en que pasó a manos del imperio de Bizancio, restableciéndose el cristianismo. Se cree que la basílica precristiana de Son Bou es de esta época. Posteriormente Menorca estuvo unida al califato de Córdoba, en el año 903, y al de Denia, en 1915, siendo independiente desde 1087. Ciutadella pasó a ser la capital. Entre los vestigios culturales de la época musulmana está la perduración del prefijo bini- en numerosos topónimos, el sistema de regadío con sinies (norias) y el castillo de Santa Àgueda, entre otros.
A partir de 1229, bajo el reinado de Jaime I el Conquistador, la isla pasó a depender de la Corona de Aragón, pero siguió siendo musulmana hasta 1287, año en que Alfonso III de Aragón la conquistó definitivamente y, tras expulsar a los musulmanes, la repobló con catalanes y aragoneses. Cada 17 de enero, San Antón, se conmemora dicha conquista y es el día de Menorca. La Illa del Rei, en el puerto de Maó, se llamaba antes Isla de los Conejos, pero se le cambió el nombre porque fue el primer lugar que pisó el monarca al llegar a la isla. A Alfonso III le sucedió en el trono su hermano Alfonso II de Aragón, que la cedió al reinado de Mallorca, al que perteneció hasta la disolución de este en 1375, momento en que volvió a formar parte de la Corona catalano-aragonesa.
A mediados del siglo XVI Menorca sufrió varios ataques de piratas otomanos, uno de ellos capitaneado por el terrible Barbarroja. A raíz de la destrucción de Maó, el rey Felipe II ordenó la construcción del fuerte que lleva su nombre, en la entrada al puerto. En Ciutadella, el obelisco de la plaza des Born conmemora la valiente resistencia de los menorquines ante la terrible embestida pirata que asoló la capital. A consecuencia de estos ataques, las poblaciones de toda la isla construyeron numerosas fortificaciones y torres de defensa que todavía perduran en el paisaje del litoral.
Naveta des Tudons.
Desde 1708, con motivo de la Guerra de Sucesión, y hasta 1802, en que se firmó el Tratado de Amiens, la isla perteneció al imperio británico. Este periodo tuvo, sin embargo, dos interludios: uno entre 1756 y 1763, a raíz de la Guerra de los Siete Años, en que Menorca estuvo bajo control francés, y otro, entre 1782 y 1798, en que con motivo de la Guerra de Independencia de EE.UU, formó parte de España. El siglo XVIII, marcado por la ocupación británica, fue una época de esplendor y libertades sociales para sus habitantes pero durante el XIX desaparecieron bajo el centralismo y absolutismo del gobierno español. La recuperación económica empezó lentamente a partir de mediados de siglo, cuando aparecieron las primeras fábricas textiles y de calzado que exportaban sus productos a las colonias americanas. Esta relativa bonanza acabó de golpe cuando España perdió definitivamente sus tierras en América, a principios del siglo XX, y Menorca se enfrentó a unos años muy duros de hambre y miseria que provocaron grandes olas de emigración. Durante la Guerra Civil la isla se situó junto al bando Republicano y las tropas franquistas no se hicieron con el control hasta acabada la guerra.
Durante los años de dictadura