E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery Pack

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a May y podía apostar toda su fortuna a que tampoco Heidi le había contado nada a su abuelo. Pero aun así, su madre intuía que había pasado algo. Rafe siempre había intentado evitar hablar de su vida privada con su madre, así que tenía un problema. La única manera que se le ocurría de arreglar la situación era normalizar su relación con Heidi.

      Bajó al piso de abajo, cruzó el cuarto de estar y la cocina y salió. Heidi estaba con las cabras. Mientras cruzaba el patio, vio a tres gatos corriendo delante de él. Se deslizaron por la puerta parcialmente abierta del cobertizo. Rafe los siguió.

      Heidi estaba ordeñando a Atenea cuando llegó. Los tres gatos la observaban expectantes.

      –¿Desde cuándo tienes gatos?

      Heidi no desvió la mirada del movimiento rítmico de sus manos. La leche caía con firmeza sobre un reluciente cubo de metal.

      –No son míos. Vienen cuando me pongo a ordeñar. No sé cómo se enteran.

      Rafe estudió sus movimientos, preguntándose si sería capaz de ordeñar una vaca. No había mucho espacio para ese tipo de actividades en su mundo.

      –¿Puedo ayudarte?

      Heidi soltó un bufido burlón.

      –No creo.

      Rafe contó las cabras. Todas parecían estar esperando que llegara su turno. Solo había seis.

      –¿No ordeñas a todas?

      –Hay dos embarazadas. Cuando están embarazadas no las ordeño.

      –¿Con cuánta frecuencia se embarazan?

      –Generalmente una vez al año.

      Rafe comprendió que eso significaba una considerable reducción de leche.

      –Eso interfiere en la producción de queso, supongo.

      –Lo sé. Debería aumentar el rebaño, pero solo lo suficiente como para que siga siendo manejable.

      Rafe quería preguntarle si había pensado en su conversación, en los consejos que le había dado. A lo mejor él no sabía mucho de cabras, pero sí sabía de negocios y los principios de venta eran universales.

      –¿Piensas quedarte algún cabritillo?

      –Probablemente no. Me gustaría tener más razas. Conozco a algunos criadores. A lo mejor podemos llegar a un acuerdo.

      Terminó con Atenea y la cabra se alejó. Ocupó su lugar la siguiente. Heidi le lavó cuidadosamente las ubres antes de empezar a ordeñar otra vez.

      –Si todavía tienes el nombre de ese tipo, estoy dispuesta a venderle el ganado –dijo, concentrándose en su trabajo.

      –Le llamaré. Podía venir esta misma semana.

      Estupendo.

      Heidi trabajaba con eficacia. Ninguno de ellos hablaba. El incidente del beso parecía flotar entre ellos.

      Rafe no estaba seguro de por qué lo había hecho. Quería decirse a sí mismo que había sido porque Heidi estaba allí y él no tenía nada mejor que hacer. Pero sabía que no era cierto. Había querido besar a Heidi. Quería saber lo que era sentirla entre sus brazos. Quería acariciarla, saborearla. Y después de haberla besado, quería mucho más.

      Esa era precisamente la razón por la que había llamado a Nina para confirmar una cita. Porque Heidi no formaba parte del plan y dudaba muy seriamente que fuera una mujer capaz de acostarse con alguien por el mero placer de hacerlo. Querría más y él había renunciado a buscar ese más mucho tiempo atrás.

      –Sobre lo que pasó el otro día... –comenzó a decir.

      Heidi redujo la velocidad de sus movimientos, pero rápidamente la recuperó.

      –No pretendía que nos pusiera en una situación incómoda.

      –Pues es una pena, porque si hubiera sido ese tu objetivo, ahora podrías estar completamente satisfecho.

      –Estás enfadada.

      –No. Estoy confundida. Háblame de Nina, la mujer que te está buscando pareja. ¿De verdad has contratado a alguien para que te consiga una esposa? ¿Sabes en qué siglo vivimos?

      –He contratado a la mejor. No hay nadie mejor que Nina.

      Heidi se volvió hacia él.

      –¿No eres capaz de encontrar a alguien por ti mismo?

      –Lo intenté en una ocasión y no funcionó.

      Heidi volvió a concentrarse en el ordeño y terminó con la segunda cabra. La tercera ocupó su lugar.

      –Estuve casado en una ocasión. Éramos jóvenes, estábamos enamorados y decidimos casarnos. Yo pensaba que todo iba bien. Hasta que un buen día me dijo que ya no estaba enamorada de mí y me dejó. Pensaba que me sentiría humillado, destrozado. Pero lo único que sentí fue alivio porque no habíamos tenido hijos. Así terminó todo. Yo pensaba que en nuestra relación había algo más, pero la verdad es que no lo hubo.

      El amor era una ilusión, una excusa para que la gente se emparejara. Algo que él no necesitaba.

      –¿Y por qué quieres volver a casarte?

      –Quiero tener hijos. Y soy suficientemente conservador como para pensar que un niño debe tener al menos dos personas que le cuiden.

      –Déjame imaginar... Quieres que Nina encuentre a la mujer perfecta. Una mujer formada, probablemente con una carrera profesional, pero a la que no dedique todo su tiempo. Estás dispuesto a permitir que trabaje, pero, en realidad, preferirías que se quedara en casa con los niños. Quieres que sea inteligente, pero no en exceso. Atractiva, aunque no tengas un interés especial en la belleza. Debería ser divertida y capaz de hablar de los acontecimientos actuales. Una mujer casera a la que piensas ser fiel, pero a la que no piensas entregar tu corazón. Lo poco que queda de tu corazón se lo ofrecerás a tus hijos. Te conformarías con tener dos, pero en realidad preferirías que fueran tres. Y un perro.

      Rafe permaneció donde estaba, aunque tuvo que hacer un enorme esfuerzo para ello. Se sentía como si Heidi acabara de abrirle y le hubiera dejado al descubierto, de manera que todo el mundo pudiera verlo. Había conseguido reducir sus deseos a una lista ridícula. ¿Cómo era posible que lo hubiera descrito tan bien? Él siempre se había considerado una persona insondable. ¿Habría estado enseñando sus cartas o tendría ella una capacidad especial para leer en el interior de las personas? Ni siquiera su madre había llegado tan lejos.

      –Y tú no lo apruebas.

      –En realidad, no tengo una opinión –contestó–. Supongo que lo que no entiendo es que estés dispuesto a pasar toda tu vida con una persona de la que no estás enamorado.

      –El amor es una ilusión.

      –En eso te equivocas. El amor es algo real y peligroso. La gente puede llegar a hacer locuras en nombre del amor. Cosas terribles, incluso. Es un sentimiento suficientemente peligroso como para no jugar con él. Y

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