E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery
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–Y tampoco que tú estés amargada –musitó Charlie.
–Claro que no estoy amargada. Pero ese hombre es un estúpido.
–Eso ya lo has dicho –le recordó Annabelle.
Heidi terminó el resto de la margarita e hizo un gesto para que le sirvieran la tercera copa.
–En realidad no te apetece –le advirtió Charlie–. Ya estás completamente borracha.
–Tú no me mandas –protestó Heidi.
–Ya es demasiado tarde –repuso Annabelle–. No podemos hacer nada.
–Mañana por la mañana te arrepentirás.
A lo mejor Charlie tenía razón, pero, en aquel momento, a Heidi no le importaba.
Capítulo 8
–¡Pero necesito mi coche! –dijo Heidi, apoyándose contra la puerta de la camioneta de Charlie–. Ya sé que no puedo conducir, pero podríamos tirar de él. O pastorearlo, como a las vacas –se echó a reír al imaginar un rebaño de coches siguiéndola fielmente–. Deberíamos hacer un anuncio...
–¿De qué estás hablando? –preguntó Charlie.
–De nada. No siento las mejillas.
–No tardarás en empezar a vomitar.
–¡Qué va!
Le gustó cómo sonaban aquellas palabras en su boca, las repitió y se echó a reír. Pero su diversión terminó con un sonido que le hizo taparse la boca.
–No he sido yo.
–Eso es lo más suave de lo que te va a pasar esta noche –le advirtió Charlie mientras rodeaba la casa del rancho y se detenía delante del porche–. La próxima vez que nos veamos, pienso recordarte que te lo advertí, y no va a importarme que tengas un aspecto lamentable. Vivirás en un mundo de arrepentimientos.
–En realidad, ya estoy allí –repuso Heidi, intentando quitarse el cinturón de seguridad con movimientos torpes.
Tenía muchas cosas de las que arrepentirse. Algunas de ellas las veía un tanto borrosas. Las más claras tenían que ver con Rafe y su cita.
–La odio.
–¿A quién?
–No lo sé, pero la odio.
–Perfecto.
Charlie salió de la camioneta y la rodeó. Cuando estaba llegando a la puerta, Heidi vio una silueta en el porche. La silueta se movió hacia ellas e inmediatamente reconoció a Rafe.
–No deberías haber vuelto –musitó Heidi cuando Charlie abrió la puerta–. Deberías estar con ella.
–¡Dios mío! –exclamó Charlie–. Vamos, tienes que entrar en casa.
–¿Qué ha pasado? –preguntó Rafe.
Era alto. Un hombre alto y de hombros anchos. Heidi recordó el aspecto que tenía envuelto en una toalla, todo húmedo y sexy. Le gustaría verle desnudo. Hacía mucho tiempo que no veía un pene y tenía la sensación de que aquel sería especialmente bonito.
–Demasiadas margaritas –le explicó Charlie mientras le desataba el cinturón de seguridad–. Heidi no suele beber mucho. Va a tener una noche complicada. Vamos, cariño. Tienes que salir de la camioneta.
–Yo me ocuparé de ella –se ofreció Rafe mientras se acercaba.
Charlie se apartó para dejarle espacio y Heidi se encontró mirando a Rafe a los ojos.
–Todo esto es culpa tuya –le acusó.
–Estoy seguro de que tienes razón, cabrera. Vamos dentro.
Heidi quiso protestar por aquel título, aunque Rafe lo había pronunciado de una forma que resultaba amable. Amistosa. Cariñosa, incluso. Como si fueran amigos. Por supuesto, Rafe no parecía un hombre capaz de ser amigo de una mujer. Era más la clase de hombre que conseguía lo que quería, dejaba a las mujeres con el corazón roto y desesperadas y después...
–¿Qué te hace tanta gracia? –preguntó Rafe.
–¿Qué?
–Te estás riendo.
Heidi se sonrojó.
–No, no me estoy riendo.
Rafe miró a Charlie por encima del hombro de Heidi.
–¿Cuánto ha bebido?
–Digamos que yo no me interpondría entre ella y el cuarto de baño.
–Gracias por la advertencia –se volvió de nuevo hacia Heidi–. ¿Estás preparada para salir de la camioneta?
–Sí.
Dio un paso adelante, pero se dio cuenta de que todavía no había salido de la camioneta. Se le enredó el pie, y si Rafe no la hubiera agarrado, habría caído de cabeza.
Rafe musitó algo que Heidi no entendió y la rodeó con los brazos.
–Supongo que habrá que hacerlo de la forma más dura.
La sacó de la camioneta y la dejó a su lado, en el camino de la entrada. Mantener el equilibrio era más difícil de lo que recordaba, pensó Heidi mientras se mecía e intentaba enderezarse. Tuvo la vaga noción de que debería llamar a Glen y pedirle su elixir mágico, pero aquella idea se desvaneció a la misma velocidad que llegó.
–No puedes subir las escaleras, ¿verdad? –preguntó Rafe.
Heidi estaba demasiado ocupada mirando su boca como para contestar. Le gustaba aquella boca. Le gustaba especialmente cómo la sentía cuando tocaba la suya.
–Charlie me ha preguntado que si hubo lengua. Yo no he contestado, pero creo que se imagina la verdad.
Rafe estaba seguro de que Heidi pensaba que estaba susurrando. Desgraciadamente, se equivocaba. Miró a la mujer alta y de hombros anchos que había llevado a Heidi a casa.
–¿Tú eres Charlie?
–Ajá.
–¿Eres la dueña de Mason?
Charlie asintió.
–Me han dicho que lo estás montando y te lo agradezco. Pero creo que deberías dejar de complicarle la vida a Heidi.
–No le estoy complicando la vida.
Charlie le sostuvo la mirada con firmeza.
–Solo fue un beso –añadió Rafe.
–Así