E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery страница 45
–Estoy casada con la familia. Tucker anda por aquí. Vamos, te lo presentaré.
Rafe la siguió encantado. Quería saber muchas más cosas sobre aquel proyecto. Dante y él no habían vuelto a hablar del tema desde que Rafe había oído hablar por primera vez del casino. Tras haber visto la dimensión del proyecto, comenzaba a recordar todas las posibilidades que le ofrecía.
Rafe sostenía el teléfono contra la oreja con la mano izquierda y tomaba notas con la derecha.
–Necesito ver todo lo que has averiguado sobre el proyecto, no solo los planos que me enviaste.
Esperó mientras Dante tecleaba en su ordenador.
–Ya lo tengo –dijo su amigo.
–El tipo que está a cargo de todo, Tucker Janack, dice que tendrá unas trescientas habitaciones. Habrá casino, spa, campos de golf. También construirán un pequeño centro comercial, pero la empresa que se hace cargo de ese proyecto es otra.
–¿Demasiado pequeño para Janack? –preguntó Dante.
–Probablemente. Dependiendo de la época del año y de los eventos que se organicen, podrían tener hasta quinientos empleados. Por supuesto, es imposible que Fool’s Gold pueda suministrar tanta fuerza de trabajo. Y eso significa que tendrá que venir gente de fuera. Mucha gente.
–Y necesitarán algún lugar en el que vivir.
–Exactamente –Rafe tecleó en el ordenador–. ¿Lo tienes?
–Sí, aquí mismo.
Rafe fijó la mirada en el plano de Castle Ranch. Dibujado a escala, mostraba la casa, el establo y la cerca. La carretera principal iba hacia el sur y había varias carreteras secundarias que marcaban los límites naturales de la propiedad.
Con casas de un tamaño estándar, de unos sesenta metros cuadrados, con tres habitaciones y garaje, incluso manteniendo una zona de pastos alrededor del rancho para su madre y los animales, habría espacio más que suficiente como para construir unas cien. Y aun así quedaría terreno libre para futuros proyectos.
–¿Estás haciendo cálculos? –preguntó Rafe.
–Sí, y los resultados me encantan. Teniendo en cuenta lo barato que es el terreno, puedo considerarme un hombre muy feliz. Estamos hablando de auténticos beneficios.
–Dímelo a mí. No tendríamos que hacer nada particularmente sofisticado. Añadiremos todo tipo de mejoras y haremos algún trabajo de jardinería.
–Sabiendo que va a venir gente a trabajar al casino, estarán desesperados por comprar.
Rafe continuó escribiendo frenético.
–Podemos organizar nuestro propio sistema de financiación. Ofreceremos unos meses sin pagar a cambio de trabajar con nuestra propia financiera y ganaremos también dinero con las hipotecas. Aunque para ello tendremos que contar con el permiso de la alcaldía.
–Ya he estado investigando al respecto. Y parece que la alcaldía es amiga de los negocios. La alcaldesa tiene fama de ser una persona con la que resulta cómodo trabajar. No pedirá grandes requisitos. Siempre y cuando los edificios cumplan con la normativa vigente y no pretendamos vulnerar ninguna legislación, nos pondrán las cosas fáciles.
–Estupendo –Rafe no pretendía construir ninguna porquería, pero tampoco quería perder una oportunidad de ganar dinero–. Pensar que todo esto empezó porque mi madre quería comprar un viejo rancho y ahora va a convertirse en uno de nuestros proyectos más importantes...
–Siempre y cuando la jueza dicte sentencia a nuestro favor...
–Lo hará. Heidi no podrá conseguir el dinero a tiempo.
–Además, podemos mostrarle nuestro proyecto como una forma de ayuda a la comunidad –añadió Dante–. Me temo que tu cabrera va a terminar en la calle.
Dante se echó a reír, pero Rafe no se unió a sus risas. Aunque continuaba deseando ganar, le resultaba difícil imaginar Castle Ranch sin Heidi y sus cabras. ¿Adónde irían si tenían que abandonar el rancho?
Se dijo a sí mismo que no era su problema, pero no estaba seguro de creerse a sí mismo. Ya no.
–Podríamos cederle un terreno para las cabras.
Dante se echó a reír.
–Vamos, Rafe, pero si tú nunca le has dado nada a nadie.
Su socio continuaba riéndose cuando colgó el teléfono. Rafe se sentó y fijó la mirada en la ventana. Los beneficios por encima de todo. Siempre había creído en ello. El dinero era la única salida, la única manera de seguir en la cumbre. Había sido pobre y el pasado continuaba condicionándole.
Cuando estaba en el instituto, le habían hecho leer Lo que el viento se llevó, y después había visto la película. Sus compañeros de clase se habían echado a reír al ver a Scarlett O’Hara con un nabo marchito entre las manos y poniendo a Dios como testigo mientras juraba que jamás volvería a pasar hambre. A él no le habían hecho gracia aquellas palabras. Las había vivido.
Aceptaba las cestas de comida que le entregaban jurándose que cuando creciera, sería el hombre más rico que jamás había conocido. Que nadie volvería a aprovecharse de él. Que siempre ganaría.
Dante tenía razón. No tenía sentido entregarle terreno a Heidi. Cuando la jueza dictara sentencia y él se quedara con el rancho, Heidi tendría que marcharse. Él se quedaría con todo.
Heidi esperaba ansiosa mientras Cameron McKenzie auscultaba el corazón de Perséfone. Ya había examinado a la cabra, le había revisado las patas y las pezuñas y le había palpado la barriga. El veterinario se quitó el estetoscopio de los oídos.
–Está perfectamente.
Heidi soltó la respiración que había estado conteniendo.
–¿Estás seguro? Me parece increíble todo lo que ha caminado hoy. Ha ido hasta las obras del casino y ha vuelto.
–A las cabras les gusta caminar. ¡Es una cabra muy saludable!
Cameron se levantó y palmeó cariñosamente a la cabra. Perséfone le hociqueó la mano.
–Ahora solo falta que encontremos la manera de mantener a Atenea encerrada –señaló May desde la puerta del cobertizo.
–Es una chica inteligente –respondió el veterinario mientras recogía sus cosas–. Va a hacer falta asegurar mejor esa puerta.
–Este es el tercer cerrojo que pongo –le explicó Heidi–. No es fácil tener una cabra más inteligente que yo.
–Deberíamos decirle a Rafe que se ocupe de ello –le propuso May a Heidi–. Se le dan bien ese tipo de cosas.
Heidi no estaba segura de que hubiera algo que a Rafe no se le diera bien, lo cual lo convertía en un hombre peligroso. No podía dejar de pensar en él, de preguntarse qué estaría haciendo o qué pensaba hacer a continuación.