Nunca es tarde para amar. Marie Ferrarella

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Nunca es tarde para amar - Marie Ferrarella Bianca

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en su cuerpo. Tenía miedo de hacer el ridículo. Margo lo había perdido hacía muchos años–. No te preocupes, fingiremos que tú me llevas.

      –¿Cómo puedo fingir que te llevo cuando no sé lo que hago? –la misma sonrisa que vio en el rostro de Melanie iluminó el de Margo.

      –Es sencillo. Los presidentes lo hacen todo el tiempo –le guiñó un ojo.

      –Voy a pisarte –advirtió en un último esfuerzo por salvarse.

      –Mis pies saben cuidarse –no iba a dejarlo escapar con tanta facilidad–. Relájate, Bruce. Pásatelo bien.

      –¿Relajarme? –repitió. Sabía que se lo estaba pasando bien–. No era consciente de que estuviera tenso.

      –Oh, sí, tus hombros se encuentran tensos –pasó con ligereza la mano por uno para recalcarlo–. Y a juzgar por la distancia que hay de un extremo a otro, es mucha tensión.

      –Me falta práctica en más de una cosa –tomó su mano, más para inmovilizarla que para adoptar una postura de baile. Vio la diversión en los ojos de ella y ladeó la cabeza, olvidando que era un pez fuera del agua–. ¿Estás coqueteando conmigo? –la alegría se extendió por unos pómulos que habrían hecho llorar de júbilo a un escultor.

      –Si tienes que preguntarlo, es a mí a quien le falta práctica –se relajó; estar con ese hombre le proporcionaba una absoluta placidez. De momento se dejó llevar por esa sensación–. Pero sí, estoy coqueteando contigo.

      –¿Por qué? –apenas se conocían.

      –¿Por qué coquetea una mujer? –encogió sus esbeltos hombros. Se subestimaba con el baile, ya que lo hacía bastante bien.

      –Dije que me faltaba práctica.

      –Una mujer coquetea para que el hombre la halague. O porque se encuentra con un hombre atractivo y le gusta obtener su atención. Coquetea porque es agradable. O para ser amistosa porque es así –pasaron junto a Lance y Melanie. Margo sintió una leve sacudida en el corazón. Había animado a Melanie a ser independiente desde que empezó a andar, pero hasta ese momento no había visto lo bien que había aprendido la lección. Melanie ya era una adulta–. O quizá –continuó en voz baja, mientras observaba a la joven pareja bailar– porque su única hija acaba de casarse y se siente un poco cansada, perdida.

      –¿Este es el momento en que se supone que debo elegir uno de los puntos que has expuesto? –preguntó Bruce cuando la pausa se convirtió en silencio.

      –Sí, este sería el momento adecuado –Margo sonrió.

      –¿El último? –le pareció que era una adivinanza sin riesgo.

      –Te equivocas –se había abierto más de lo que le hubiera gustado; decidió retroceder con una risa que llenó el aire–. Para ser amistosa –adrede maniobró a Bruce hasta quedar de espaldas a su hija. Ponerse sentimental dos veces en un día era excesivo–. Me gusta la gente, Bruce. Me gusta gustarle. Con los hombres, eso significa un poco de coqueteo.

      Desde el otro extremo de la pista, Melanie observó sus movimientos con una mezcla de diversión y preocupación. Bruce le caía muy bien. Un hombre como él estaba por completo desarmado cuando se trataba de una mujer como su madre. Desarmado y no preparado. Alzó los ojos hacia su marido.

      –Mi madre baila con tu padre. ¿Crees que debería advertirle de cómo es ella?

      En el pasado Lance habría odiado reconocer que su padre y él eran muy parecidos. O lo habían sido, hasta que Melanie entró en su vida. Su padre merecía la oportunidad de descubrir semejante tesoro. Sacudió la cabeza.

      –Si es como tú, sería lo mejor que jamás le hubiera pasado.

      El cumplido le llegó al corazón, pero no eliminó su preocupación. Ese era el problema. En el fondo, su madre no era como ella.

      Melanie se mordió el labio mientras miraba a la pareja moverse en lentos círculos por la pista. «Ve despacio con él, mamá», pensó.

      Capítulo 2

      MARGO alzó la cabeza para mirar al hombre que lograba mantener una actitud de respeto hacia ella al tiempo que la tenía lo suficientemente cerca como para hacer que su pulso latiera al ritmo de la música. Sin que se lo dijeran, sabía que Bruce Reed era un hombre tímido.

      Tuvo el pensamiento de que la caballerosidad y los buenos modales eran subestimados desde hacía décadas.

      «O quizá», susurró una vocecita en su cabeza, «me había cansado un poco de la vida por el carril de alta velocidad». Bruce Reed, con su sonrisa renuente y tímida, sus ojos amables y su educación, le resultaba un soplo de aire fresco.

      Mentalmente Margo descartó las elecciones. No importaban las causas de sus sentimientos, resultaba agradable bailar con ese desconocido alto y atractivo al que el destino y el estado de California la habían ligado. Dejándose llevar por la música, disfrutó del momento. Ese había sido su credo durante los últimos veinte años. Disfruta del momento, porque el siguiente quizá no te guste.

      La sonrisa que le dirigió a Bruce fue lenta, profunda y, según algunos, letal. La reacción muda de él también le agradó.

      –¿Cuántos años tienes? –preguntó tras estudiar su cara.

      –¿Por qué? –quería saber a dónde conducía eso.

      –No pareces tan mayor como para tener un hijo de la edad de Lance –al encogerse de hombros lo rozó; la sensación le gustó. Se dejó llevar y apoyó la cabeza en su pecho.

      «Esto es agradable», pensó él, sorprendido por la familiaridad de su propia reacción. Apenas se movían. El leve hormigueo que sentía hizo que olvidara que odiaba bailar.

      –Gracias –repuso–. Con absoluta sinceridad puedo devolverte el cumplido.

      –¿No parezco mayor como para tener un hijo de la edad de Lance? –alzó la cabeza con una leve sonrisa en la boca–. Es verdad –bromeó.

      –No, quería decir…

      –Sé lo que querías decir. Que no parezco mayor como para tener una hija de la edad de Melanie. Es un cumplido muy amable.

      Bruce necesitó unos momentos para centrarse en la conversación. El modo en que lo miró le había dejado la mente momentáneamente en blanco, llenando el espacio con su imagen. Nunca había visto unos ojos tan azules. Resultaban hipnóticos, como ella. Era como sostener mercurio sólido. Lo mantenías un rato, nunca para siempre.

      «La suegra de Lance», se encontró pensando, «es una mujer notable».

      –No es un cumplido –corrigió. Probablemente recibía una docena al día, y él no tenía intención de entrar en una competición no oficial–. Es una observación. De verdad pareces más la hermana que la madre de Melanie.

      Margo ya lo había oído antes, y no pensaba cansarse de ello. A medida que pasaba el tiempo, el cumplido le gustaba cada vez más.

      –La tuve con once años –replicó.

      Tenía

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