Nunca es tarde para amar. Marie Ferrarella
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–Hazme caso, más adelante tiende a convertirse en algo que se desvanece o se emplea para otra cosa. Id ahora, no lo lamentaréis.
–Me temo que no po…
–Dos billetes para Hawai y la reserva para dos semanas en el mejor hotel de Oahu –con gesto teatral los sacó de su pequeño bolso.
–Mamá, no es posible –abrumada, Melanie se quedó mirando los billetes.
–La compañía aérea y la gente del hotel piensan lo contrario –se los puso en la mano.
–¿Todo va bien? –Lance se reunió con ellas y rodeó los hombros de Melanie, dándole un beso en la sien–. Me siento solo.
–Mamá nos envía de luna de miel a Hawai –al recuperarse alzó los billetes para mostrárselos.
Tras la sorpresa, Lance comenzó a poner objeciones. Margo reconocía el orgullo en cuanto lo veía.
–Es mi regalo de boda. Dos billetes a Oahu, en primera clase, más la estancia en el mejor hotel, en la suite nupcial.
–No podemos… –Lance sacudió la cabeza.
–Llámame Margo. Vamos a ser una familia informal. Y yo no podré ir, de modo que lo haréis vosotros.
–Es demasiado generoso –Lance volvió a intentarlo, aunque supo que sería inútil. Ya sabía a dónde conducían los debates con Melanie, y tuvo la firme sospecha de que era un rasgo hereditario.
–Sólo tengo una hija, Lance –el dinero sólo valía la felicidad que podía generar. No pensaba dejar que rechazaran su regalo–. Y, a partir de la una de esta tarde, un hijo. No se me ocurre nadie más en quien pueda gastar mi dinero. Además, rechazar un regalo de boda trae mala suerte.
–¿Otra leyenda que no conozco? –Melanie sonrió. De niña, su madre solía convencerla para hacer las cosas diciéndole que si se negaba le traería mala suerte. Y como ejemplo siempre le contaba alguna fábula. Con catorce años descubrió que las fábulas se las inventaba ella.
–De hecho, sí –repuso Margo con cierta nostalgia.
Lance abrió la boca, pero Melanie lo detuvo.
–No te molestes. Nadie ha conseguido jamás convencer a mamá una vez que ha tomado una decisión.
–No pensaba intentarlo, sólo iba a darle las gracias –la miró y, con una sonrisa, añadió–: mamá.
–De nada –murmuró, parpadeando. Lo abrazó.
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