Libérate. Valeria Vegas

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Libérate - Valeria Vegas

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También el concepto de diva LGTBQ tiene cabida en estas páginas, porque, como sucede con los himnos, es el público quien las eleva a su pedestal, esa es su iconografía. Eso sí, la presencia de cada una de ellas está justificada mediante declaraciones, canciones y méritos varios, más allá de haber sido carne de imitación en el arte del transformismo. Alaska, Massiel y Esperanza Roy se desmarcan con un mayor conocimiento de causa, junto a Sara, Lola y Rocío, que, aun siendo en ocasiones políticamente incorrectas, tienen a su favor sus buenas intenciones.

      Conforme avanzan las décadas, disminuyen los ejemplos aquí citados, que no los casos de valentía y talento, porque no es comparable el año 2001 con lo que sucedía en 1976. Aun así, he considerado oportuno hacer un hueco a una película como Cachorro, teniendo en cuenta que mostró el nunca antes retratado mundo bear con una perspectiva rompedora, así como a la irrupción en nuestro imaginario de Deborah Ombres, la primera travesti para toda una generación que ejercía de presentadora, y el cantante Falete, que rompió con los géneros establecidos cuando este país todavía no era tan moderno como se consideraba.

      Hay ausencias que están más que justificadas. Empezando porque este no es un libro de outing, donde un actor o una cantante tengan que ocupar un lugar por el simple hecho de su orientación sexual sin haberse manifestado abiertamente al respecto, siendo esto igual de respetable pero poco representativo en cuestiones de liberación. Así se entiende la presencia de artistas como Antonio Amaya y «El Titi», quienes, a diferencia de sus amigos y compañeros Pedrito Rico y Tomás de Antequera, se posicionaron dentro y fuera del escenario, dispuestos a marcar un punto y aparte, siguiendo los pasos de Miguel de Molina. En cuanto a los showmans y los transformistas, son aquellos que lograron desmarcarse, llamando la atención de los medios de comunicación, los que han dejado testimonio de la época, no por ello siendo menos importantes todos los que no alcanzaron trascendencia mediática. Por otro lado, el punto de partida de este libro es el espectáculo, visto como un reducto de libertad en el que, siempre con talento, se pueden abarcar muchas cuestiones. De ahí que se queden fuera los escritores Federico García Lorca, Terenci Moix y Eduardo Mendicutti, siempre posicionados en su obra y su persona. Respecto a los transformistas de principios del siglo pasado, entre los que destacan Derkas, Luisito Carbonell, Mirko y Edmond de Bries, lamentablemente no hay entrevistas a nuestro alcance ni forma de plasmar sus palabras. Puesto que la poca información que existe sobre ellos ya ha sido recopilada en otras obras, han sido omitidos en esta, pero no quiero dejar de mencionar lo transgresores que fueron, considerando que la Ley de Vagos y Maleantes se instauró durante la Segunda República.

      A través de casi un centenar de entradas, Libérate pretende ser un homenaje a esa cultura que hizo que este país se tornara en color tras largos años viviendo en blanco y negro. Un homenaje repleto de fechas, títulos, espectáculos, cabarets y otros muchos datos que solo han podido ser obtenidos a través de una exhaustiva labor de hemeroteca. Algunas de las personas aquí destacadas fallecieron recientemente; tal es el caso de Violeta la Burra, Juan Gallo y Carmen de Mairena, cuyas trayectorias apenas fueron recogidas con esmero por sus obituarios y semblanzas, debido a que la información que pulula por internet suele ser escasa y repetitiva. Quizás este libro sirva para dejar constancia en adelante de todo ello y se haga así justicia a todas esas carreras labradas a golpe de escenario. Porque la historia de nuestra cultura LGTBQ todavía se está escribiendo, y hay que empezar por ordenar lo que ya ocurrió, de manera precisa y fehaciente, otorgando a todos los referentes el lugar que merecen. Tener constancia de nuestro pasado nos permitirá asentar los cimientos de nuestro futuro. Libérate.

      Valeria Vegas, octubre de 2020

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       Adela

      Película estrenada en 1987 y dirigida por Carlos Balagué. Tiene el mérito de ser la primera película española protagonizada por una actriz trans. Hoy en día, que tanto se cuestiona a la industria por el hecho de que sean siempre intérpretes cisgénero los que encarnan la transexualidad en pantalla, se pasa irónicamente por alto este filme. Lo que ocurre siempre en España: se olvida pronto y se reconoce menos. Yani Forner fue la elegida, saliendo bien parada en su cometido; eso sí, tuvo que ser doblada, en parte porque se rodó sin sonido directo. El actor Fernando Guillén fue el otro protagonista y, además de dotar de veteranía al largometraje, le aportó un tirón más comercial.

      El argumento gira en torno a un policía llamado Andrés que, tras llevar veinte años en el cuerpo, consigue ascender a comisario jefe. Su ascenso viene acompañado de multitud de frustraciones, entre ellas, la tristeza de haber perdido a dos de sus compañeros —fallecidos en misiones—, una rutina estresante y el hastío de la convivencia con una esposa a la que ya no ama. Su vacía existencia se revitaliza cuando llega a comisaría Adela, una mujer transexual detenida en ese instante y conocedora de los bajos fondos de la ciudad de Barcelona. Surge en él una inevitable pasión, por lo que comienza a seguir los pasos de Adela hasta provocar un encuentro. Convertidos en amantes, ambos urdirán un plan a espaldas de la policía para sacar beneficio a un alijo de droga. La vida de Andrés no volverá a ser la misma.

      El 14 de julio de 1986, el diario La Vanguardia se hacía eco del rodaje y titulaba: «Fernando Guillén es un policía enamorado de un transexual en una película de Carlos Balagué». Dejando a un lado el incorrecto uso del determinante masculino, cabe destacar la declaración del célebre actor en torno a la relación que emprende su personaje: «Es la historia de un amor atípico, pero creo que estas cosas pueden ocurrir. Para mi personaje, un perdedor, casi un marginado, un transexual no es una especie de demonio. Se trata de la historia de una destrucción, una historia dura en la que se reflejan los aspectos más sórdidos de la labor policial». Hay que matizar que la Jefatura Superior de la Policía no quiso colaborar en la producción y se negó a facilitar el vestuario y los automóviles solicitados por los productores.

      Yani Forner se encontraba trabajando en el cabaret Barcelona de Noche cuando Carlos Balagué la descubrió. Nacida en Málaga en 1960, comenzó a trabajar en distintas salas de fiestas en Málaga, Madrid y la Ciudad Condal, donde residió la mayor parte de su vida. Antes de protagonizar Adela, había participado en breves secuencias de La tercera luna (1984) y La rubia del bar (1986), esta última dirigida por Ventura Pons. Continuó desarrollando su carrera como vedete, sin más incursiones en el cine, hasta que falleció en 1993, con tan solo 32 años, a causa del sida.

      Pese a estar ejecutado con dignidad, el personaje de Adela resulta sensual e incluso perverso pero nunca emotivo. Su constante vinculación con los bajos fondos no tendría por qué ser impedimento para mostrar sus temores o ensoñaciones y ahondar en la relación con su familia, sus compañeras de trabajo o sus ambiciones. Aun así, no se puede quitar mérito a la apuesta actoral de Balagué, así como al hecho de que la protagonista absoluta del cartel sea Forner. Conviene apuntar también la aparición del cómico transformista Pierrot en una secuencia en la que recrea su labor de maestro de ceremonias del Barcelona de Noche.

      Como suele suceder con este tipo de películas, Adela no obtuvo gran reconocimiento, pese a críticas como la que publicó el periódico La Vanguardia el 12 de abril de 1987, dos días después de su estreno:

      El talón de Aquiles del relato, sin embargo, reside en la omisión por parte del director —también guionista— de adentrarse en las zonas oscuras de su héroe, en las raíces de su «amour fou» por ese travesti fatal, que hemos de dar por simplemente supuesto cuando es, ni más ni menos, el mismísimo revés de la trama: si Adela fuese realmente una mujer, no puede decirse que esta película variaría en lo más mínimo. […] Con toda su modestia, hay en Adela mucho más cine del que suelen ofrecer muchas otras producciones nacionales de mayor pretensión y presupuesto: una virtud tradicional, por lo demás, en el thriller

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