Illska. Eiríkur Örn Norddahl
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—Joder, qué católica eres.
—Yo no soy católica. No pretendo asistir a una audiencia del papa. Lo que quiero es ver la Capilla Sixtina.
—Eres una fundamentalista religiosa en la negación.
—Vamos a dejar eso, si no te importa.
—Te estoy tomando el pelo.
—Esto es ridículo. No puedo creer que sea así.
—¿El qué?
—Que la forma más barata para ir a Lituania sea comprar vuelo, alojamiento y coche de alquiler para Italia.
—De todos modos, es carísimo.
—En coronas.
—Malditas coronas de mierda.
***
En cierta ocasión, en el Tercer Reich, una mujer dio una conferencia (totalmente en serio) explicando el intercambio verbal con un perro que se cruzó en su camino. En la fuente de que dispongo no se indica qué raza de perro era, pero se puede suponer que sería un pastor alemán. En cualquier caso, el perro tenía que ser germánico.
Excepto que. La mujer se dirige al auditorio y afirma haberle preguntado al perro: «¿Quién es Adolf Hitler?», como si fuera la cosa más normal del mundo. Como si los perros supieran ese tipo de cosas. Como si alguien capaz de entender la lengua hablada no supiera (en el año 1939) quién era Adolf Hitler. Cuando precisamente, el Time Magazine acababa de nombrarlo «Hombre del año». Y esto sucedía en la época en que la gente leía el Time Magazine. Mucho antes de internet.
Y, naturalmente, el perro (que conocía la lengua hablada), sabía quién era Adolf Hitler, y respondió alto y claro: Mein Führer!
Un miembro del auditorio se puso en pie y gritó a la mujer. Pero a qué venía una historia de tan mal gusto. Pero la mujer, que por lo menos era tan lista como el perro, respondió altanera: «Ese inteligente animal sabe que Adolf Hitler ha promulgado leyes contra la experimentación con animales, así como contra el sacrificio ritual judío de animales, y, agradecido, aprendió que Adolf Hitler es su Führer».
***
Una noche, poco antes de la medianoche, Ómar vomitó en el trabajo. Los vómitos se repitieron en la Radiotelevisión Nacional al día siguiente. Si él hubiera sido Agnes, probablemente se habría hecho una prueba de embarazo (no eran las personas más conscientes de lo estupendos que son los métodos anticonceptivos). Pero como no era muy explicable tener vómitos matutinos por las mañanas y por las noches, se dejó de farmacias y fue directamente al médico. Era el treinta de noviembre y solo faltaban cuatro días para tomar el avión a Roma con Agnes.
El médico miró muy atentamente los ojos de Ómar y le preguntó si había hecho algún viaje recientemente. Como si esperase que le fuera a mentir en el examen clínico.
—No. Pero salgo de viaje dentro de unos días.
El médico carraspeó.
—¿Ha tenido dolores de cabeza? ¿Fatiga? ¿Mareos?
—Sí. Pero las últimas semanas he trabajado muchísimo. Pensaba que sería solo por eso.
—¿Solo vomitó dos veces?
—Una vez anoche y otra esta mañana.
El médico anotó algo. Luego sacó un largo bastoncillo de algodón y se lo metió un momento en la boca a Ómar, lo sacó y metió el bastoncillo en una bolsa de plástico con precinto. Luego sacó otro bastoncillo y se lo metió por la nariz. El médico no consideró necesario decir nada, se limitó a sujetar la frente de Ómar y moverle la cabeza adelante y atrás, como si no estuviera fija a los hombros, sino que dispusiera de bisagras.
—Vuelva dentro de tres horas.
***
Hitler no era político, sino un fantástico prestidigitador, dijo David Bowie (nada más ver El triunfo de la voluntad con Mick Jagger, ¡no me lo he inventado yo!). Qué métodos usa con los espectadores, prosiguió Bowie. Las chicas querían follárselo y los chicos querían ser él. El mundo nunca volverá a ver algo parecido. Convirtió a todo el país en su escenario personal.
***
Ómar salió del hospital central como perdido, cruzó el antiguo bulevar Hringbraut y entró en el restaurante de la estación de autobuses turísticos. Pidió un menú grande, con café gratis. Sabía perfectamente lo que se avecinaba, y pensó en no volver por el hospital. Todo se había jodido y no se podía hacer ni una mierda. ¿Por qué siempre pasa lo mismo? Era como si le hubieran echado una maldición. ¿Por qué nunca tenía un momento de respiro? Mierda de los cojones.
Sacó el teléfono para llamar a Agnes. Entonces le avisaron. Su hamburguesa estaba lista. Cogió la comida y volvió a sentarse. Respiró hondo. Juntó las manos. Probablemente parecería que estaba rezando sus oraciones de antes de comer. Pues bueno. Resopló. Se metió en la boca una patata frita y levantó el teléfono. Era incapaz de llamar. Un SMS.
Probablemente no podré ir a Lituania. Creo que tengo la gripe porcina.
***
No me veis todos, dijo Hitler en el congreso de los nacionalsocialistas de 1936.
Y yo no os veo a todos.
Pero siento que estáis aquí.
Y vosotros sentís que yo estoy aquí.
CAPÍTULO 11
Llevábamos juntos muy poco tiempo. Dijo que me iba a leer la mano. La examinó un momento y luego se tapó la boca con la mano derecha. No tienes línea de la vida, dijo. ¿Qué significa eso?, pregunté yo. Me resultaba realmente desagradable la idea de no tener algo que tenían todos los demás. A veces me apetecía ser excepcional, pero me apetecía aún más pertenecer a un grupo. Agnes se echó a reír. Me estoy riendo de ti. No sé leer las rayas de la mano. Dejé caer la mano que aún tenía extendida. A veces pensaba en lo que pensaría la gente del trabajo. Si creían que volvería. Pero lo más normal es que no pensara nada en el trabajo. No iba a ningún sitio, en realidad. Me compré una camiseta de manga corta en Brno, comí kebab de pollo en Belgrado y Bucarest y contemplé el Adriático entre Italia y Albania. En Bolzano miré el arco mussoliniano del triunfo en recuerdo de los caídos en la primera guerra mundial, con la inscripción:
Hic patriae fines siste signa hinc ceteros
excolvimvs lingva legibvs artibvs.
La apunté enseguida en mi estado de Facebook. Aunque no sabía lo que significaba. Google Translate me dijo: «¡En este punto las normas de la una parte del resto del país, los extremos del vuelo! Las leyes se desarrollan habilidades del lenguaje». Pero sonaba un tanto raro. Y encima, nadie me puso ningún like. Comí pasta boloñesa en Bari y pizza tropicana en Florencia. Longaniza en Zaragoza y gambas a la parrilla en Marsella. Habían robado el rótulo de Auschwitz. Lo robaron y lo cortaron en pedazos con una sierra, colocaron una copia, volvieron a encontrarlo, lo restauraron y lo pusieron en el museo —en el último momento renunciaron a volver a