Illska. Eiríkur Örn Norddahl
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«Otras gentes» hablan (en «extranjero») de holocausto o sacrificio total (del griego holókauston). El holocausto es un método bíblico de sacrificio en honor del Señor, en el que la víctima se quema por completo, hasta no dejar nada. Los holocaustos eran los sacrificios más potentes y preciados que se podían hacer al Señor. A los judíos, como es natural, no les gusta demasiado esta expresión y prefieren hablar de shoah o catástrofe. En Lituania se habla de holokaustas o de katastrofa, que originalmente significa contrario a lo que se esperaba, y hasta mucho después no empezó a significar desgracia de grandes proporciones.
***
La cama era de matrimonio. No se había dado cuenta hasta ese momento. Directamente, al menos. Ómar también tenía una cama de matrimonio en la que siempre dormía solo. Probablemente a Agnes le pasaba igual. En realidad, cuando compró la cama de matrimonio, Ómar no contaba con que solo serviría para agrandar su soledad. Pero así eran las cosas. Y la mitad de la cama estaba casi siempre vacía, pese a los deseos de Ómar. Una cama doble era una evidente declaración de intenciones. No se podía entender de otro modo una cama de matrimonio medio vacía.
Cuando terminó de arreglar el doble símbolo de soledad, fue a la cocina. Era una estancia estrecha, en forma de U con una ventana a la altura de los hombros que daba al parterre. Agnes vivía en un apartamento de sótano. Armarios a ambos lados, arriba y abajo, y un fregadero al extremo. Estaba lleno de platos sucios. En la mesa de la cocina, delante de los fogones, se veían rodales viejos dejados por tazas de café y un ordenador portátil también viejo, una antigualla conectada a dos pequeños altavoces portátiles rodeados de cables. Agnes abría y cerraba armarios, gesticulaba y rebuscaba.
—Se ha acabado el café.
***
Noveno intento de contextualización.
En la expresión «viaje a hel de los judíos», el atributo es de los judíos. Lo mismo sucede en Shoah, Holocausto, Katastrofa, donde se sobreentiende de los judíos. Naturalmente, sería totalmente absurdo hablar de viaje de los nazis a hel —porque ellos no se fueron al infierno durante el Holocausto (eso pasó más tarde)—. El énfasis recae en que el crimen fue contra los judíos, no en que fue realizado por los nazis. Hay que verlo en pasiva, no en activa. El énfasis no se centra en que los nazis asesinaron, sino en que los judíos fueron asesinados.
***
Agnes se pasó con fuerza la mano izquierda por la cara mientras se mordía el labio superior, pensativa.
—¿Salgo a comprar café? —preguntó Ómar.
—¿Y si nos vamos a una cafetería y nos alegramos el día?
—¿Qué maravillas hemos hecho para merecernos semejante cosa?
—¿Es que hay que hacer maravillas para merecerse un café?
—Pues lo dijiste tú misma hace un momento.
—Conseguí que te corrieras. Podemos festejarlo.
—¿Entonces yo no puedo tomar café?
—Claro que sí, yo te invito. El vencedor invita. El perdedor recoge las migajas que caen de la mesa. ¿No es así como funciona? —Agnes dio dos pasos rápidos hacia Ómar, lo cogió por la cintura y lo besó en la boca—. Estás más guapo vestido, ¿lo sabías?
***
Décimo intento de contextualización.
Por algún resquicio entre las palabras se nos escapan dos millones de católicos polacos, millón y medio de gitanos, se nos escapan prisioneros de guerra, presos políticos, misioneros, sacerdotes, homosexuales, dementes, discapacitados, travestis, en conjunto se nos escapan once millones de víctimas del viaje a hel, y las olvidamos.
Pero no osamos decirlo en voz alta, porque alguien podría pensar que nuestra intención es minimizar el Holocausto. Al contrario, lo que queremos es maximizar el Holocausto y decir: No, no moristeis solos. Nosotros morimos con vosotros. Y seguimos muriendo con vosotros.
***
Casi una hora después estaban sentados en un café de la calle Hamraborg, alternándose para mirar por la ventana. Habían hecho un recorrido rápido por la información principal: edad, sexo y trabajos previos. Agnes había terminado el grado en Historia y estaba haciendo el máster; Ómar estaba en paro. Agnes había nacido en Hjallir, en Kópavogur, donde se había criado, pero sus padres eran de Jurbarkas, en Lituania. Ómar había nacido en Akranes y se había criado alternativamente en casa de sus padres divorciados, que entre otros sitios vivieron en Selfoss, Egilsstaðir, Akureyri, Keflavik, Patreksfjörður, Látrarbjarg y Thisted, en Dinamarca. Dos años después de irse él de casa, sus padres volvieron a juntarse. Y se volvieron a casar. Agnes, en realidad, no tenía el pelo negro, sino castaño oscuro, y Ómar afirmó que ya la había visto una vez.
—Me atendiste en la librería Pennan de Kringla hace como un mes. Compré El jugador, de Dostoyevski.
—Así que no eres totalmente desmemoriado —dijo ella.
—No —respondió él, y los dos siguieron mirando por la ventana. A lo largo de la mañana había ido subiendo la temperatura, y el hielo de las calles se había convertido en un barrillo marrón medio helado. Los coches recorrían Kringlumýri arriba y abajo a toda velocidad, la nieve se fundía en la ensenada de Fossvogur y Ómar y Agnes miraban alternativamente la ventana y sus tazas de café.
—Yo también trabajé en una librería —dijo Ómar al poco.
Agnes no respondió.
***
Décimo primer intento de contextualización.
Da exactamente igual lo que queramos comparar con el Holocausto: todo parece minúsculo, e incluso justo y bello. Los violadores de niños nunca han llegado a matar a millones de personas por la única razón de pertenecer a determinada tribu. Tampoco los necrófilos. La crisis financiera fue mala, pero no fue nada en comparación con la hiperinflación de Alemania, que costó decenas de millones de vidas. El artista que mató de hambre a un perro en una galería de arte era un imbécil desequilibrado, pero ¿habéis visto las acuarelas de Adolf Hitler? Lo peor de padecer cáncer de testículos es convertirte en alguien como él. Aunque él nunca padeció cáncer: el testículo lo perdió por un disparo. Eso dice la historia (yo no sé si es verdad).
***
—¿Qué quieres decir con eso de que intentaste que no te afectara demasiado? —preguntó Agnes cuando el silencio se estaba haciendo ya incómodamente largo.
—¿Que no me afectara qué?
—Que tus padres se hubieran reconciliado. Dijiste que intentaste que no te afectara demasiado.
—Sí —respondió él.
—¿No te alegrabas de que tus padres volvieran a estar juntos?
Ómar daba vueltas en el plato a la taza vacía.
—Claro que sí. De verdad. Y me alegro. Pero, ay, es que es muy raro. Se separaron cuando yo tenía cuatro años y se reconciliaron diecisiete años después. Apenas los recuerdo juntos. Cuando se divorciaron no hacían más que machacar con que aquello