Guiño. Rob Harrell
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Ríe y desenrolla su revista.
—Podré ser viejo, ¡pero no estoy muerto! Y tengo nietos. He visto un par de las películas —me mira de arriba abajo—. ¿Y también es por eso que tienes ese ojo cerrado?
—Sí —desvío la vista.
Las puertas que conducen al pasillo se abren, y Frank hace su entrada. Se detiene unos momentos para enterarse de lo que sucede.
—Muy bien, Ross. Aquí los jóvenes vamos a tener un rato de diversión con los protones. Dejemos que este anciano caballero se dedique a sus revistas para jubilados.
Tomo mi mochila y lo sigo, agitando la mano para despedirme de Jerry.
Levanta la mano y sonríe.
—Nos vemos, Alcancía.
Frank me mira.
—¿Alcancía?
Pongo los ojos en blanco y señalo mi cicatriz. Frank suelta una risotada.
—Me encanta.
—¿¡¿U2?!?
Frank parece decepcionado. Suspira, mirando el disco compacto que tiene en la mano.
—Bueno, Ross… yo pensé… Esto es rock de padres, pero… bueno, es mejor que lo de la vez pasada. Creo… —su voz se apaga mientras da media vuelta y camina lentamente hacia la repisa del estéreo. Parece que tuviera que arrastrar los pies a través de arena movediza.
La noche anterior había pasado un rato explorando la colección de discos compactos de papá, y estaba seguro de haber elegido uno en verdad bueno.
Callie no me ha colocado el candado de bicicleta, así que todavía puedo hablar.
—Entonces, para no decepcionarte en el futuro, ¿qué era lo que esperabas que trajera?
Eso hace que Frank se detenga. Regresa a la mesa metálica.
—U2 está bien. Son una banda buena, bien armada. Sí. Pero ¿nunca te aventuras a explorar cosas fuera de lo común? En términos de música, quiero decir. ¿Nunca oyes algo diferente o que se salga del terreno conocido? ¿O al menos en las márgenes de ese terreno?
Permanezco ahí tendido, dado que no me puedo mover.
—Supongo que no.
—Muy bien. Mañana quiero que traigas algo que te guste, pero que no estás seguro de si le gusta a alguien más. Algo extraño y quizás un poco arriesgado.
Espero un momento antes de responder.
—Bueno… lo hubiera hecho… pero los compactos son para… para viejos…
Se queda mirándome fijamente.
—¿Oíste lo que acaba de decir, Callie? ¿Lo oíste? Te dije que había indicios de vida interior en éste —cuando Callie llega con la pieza en forma de U, Frank se hace a un lado—. Callie dijo que eras medio aburrido, pero yo dije que no, que no te perdiéramos de vista porque había algo en tu interior, pero teníamos que hacerlo salir a la luz.
Callie sonríe y mueve la cabeza para dirigirse a mí:
—Si quieres que lo echemos, pestañea dos veces.
Frank da media vuelta y se dirige al estéreo, agitando las manos en forma teatral.
—¡Aquí vamos, Ross! Aquí viene tu rock de estadio, ¡con sello de aprobación de deportistas! Aquí vamos, hacia el lugar de las calles sin nombre.
Callie revisa que la masa azul para mi nariz haya quedado bien colocada, y me pide que ignore a Frank.
El tratamiento me parece largo ese día, y no sé bien por qué. En varios momentos siento que mi ojo se desvía de la X y me insulto mentalmente. Lo último que necesito ahora es un ojo frito.
Al terminar, le digo a Frank que debería traer algunos de sus discos para el día siguiente, ya que siempre me han interesado las antigüedades.
—Lo dice el muchacho que trajo un álbum de hace treinta años —Frank oprime el botón de las puertas eléctricas y pasamos a la sala de espera, que está prácticamente vacía. Jerry debe estar en su tratamiento en la otra sala de radiación.
—Ya lo verás. Te voy a quitar las ganas de volver a oír eso de los 40 principales en cuestión de días.
Y entonces, la recepcionista me avisa que el doctor Throckton, el hombre que tiene todas las respuestas, quiere hablar conmigo, si es que tengo un momento libre. Dos minutos después, estoy sentado frente a él en un consultorio, y me entero de que las cosas van de mal en peor, directo hacia lo catastrófico.
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