Mensaje urgente a las mujeres. Jean Shinoda Bolen

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Mensaje urgente a las mujeres - Jean Shinoda Bolen

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un avión en San Francisco y, tras más de diecinueve horas de vuelo, se presentó en Amman, Jordania. Víctor González, de diecinueve años, había muerto en combate en Iraq apenas un mes después de haber llegado. Durante los ocho días que pasó en Jordania, Amalia Ávila González se reunió con refugiados iraquíes, entre los que había madres que, como ella, habían perdido a un hijo o a un pariente en la guerra. Los delegados de la organización internacional de derechos humanos Global Exchange y de la organización de mujeres por la paz Code Pink, organizadoras del viaje, habían facilitado un servicio de traductores, pero la señora González dijo que entendía lo que sentían aquellas mujeres debido al lazo que, como madre, la unía a ellas: «Lloraban».

      La maternidad. El arquetipo de la Madre

      La Global Peace Initiative of Women Religious and Spiritual Leaders [Iniciativa para la paz global de líderes religiosas y espirituales femeninas] celebrada en Ginebra en 2002, y a la que tuve ocasión de asistir, fue un histórico primer encuentro de cientos de delegadas. A comienzos del siglo XXI, ésta fue una reunión internacional sin precedentes, patrocinada por la Organización de las Naciones Unidas, en la que hubo un reconocimiento del potencial sin explotar de las líderes espirituales y religiosas femeninas como fuerza necesaria para la paz. En el curso de la conferencia, el Ghandi- King Peace Award [Premio Gandhi-King a la no-violencia] (con el que anteriormente habían sido galardonados Kofi Annan, Nelson Mandela y Jane Goodall) le fue otorgado a Amma, más conocida en Occidente como “la guru de los abrazos”. En su discurso de aceptación, esta líder espiritual de la India dijo: «Con el poder de la maternidad que hay en ella, una mujer puede influir en el mundo entero. El amor de la maternidad consciente es un amor y es una compasión que se siente no sólo hacia los propios hijos, sino hacia todas las personas, los animales y las plantas, las rocas y los ríos…, un amor que se extiende a todos los seres».

      La definición que Amma dio de la maternidad fue arquetípica y elocuente: «No está restringida a las mujeres que han dado a luz; se trata de un principio inherente tanto a las mujeres como a los hombres. Es una actitud de la mente. Es amor: un amor que constituye el aliento mismo de la vida».

      El arquetipo de la Madre, el desvelo maternal, y la descripción que Amma hace de la maternidad, son intercambiables entre sí. Mientras el desvelo maternal no tenga una voz potente –a la que sea imposible no prestar atención– en cuestiones relacionadas con la paz y la seguridad, continuará sin cambiar el orden de prioridades del mundo; seguirá centrado en el control y la ambición de poder, que son las metas patriarcales básicas. Los asuntos específicos del orden del día cambian, pero los fundamentos permanecen. Los líderes orientados hacia la consecución del poder determinan qué es lo importante; los hombres les siguen; las mujeres obedecen a los hombres y se ocupan del hogar y de los hijos. El patriarcado considera que éste es el orden natural, y que la guerra es un medio efectivo o necesario para hacerse con el control.

      Diferentes puntos de vista respecto a la guerra: diferencias de género

      Seis meses después de la Iniciativa para la Paz Global celebrada en Ginebra, el presidente de Estados Unidos decidió que el peligro que representaba Saddam Hussein hacía que fuera necesario invadir Iraq. Cuando comenzó la invasión había reporteros que iban con el ejército y equipos de televisión sobre el terreno. Había mapas con flechas que indicaban el progreso libre de obstáculos de la invasión, que recibió el nombre de “Operation Shock and Awe” [Operación de conmoción y pavor]. En general (con esto quiero decir que lo que afirmo puede aplicarse a la mayoría de los hombres y a la mayoría de las mujeres, pero indudablemente no a la totalidad), hubo una indiscutible división de géneros en la respuesta a la invasión, incluso cuando se trataba de mujeres que la consideraban necesaria.

      Creo que sería razonable decir que los hombres estaban impresionados, que sentían interés por ver y oír hablar del armamento y la estrategia. En los bares había grandes pantallas de televisión retransmitiendo el conflicto de la misma manera que hubieran retransmitido un partido de fútbol. La experiencia era, de hecho, muy similar a la de estar viendo una retransmisión deportiva. Las flechas que señalaban los movimientos de las tropas eran iguales a las que se utilizan para indicar las buenas jugadas: quién está en posesión del balón, quién hace una interferencia, cuántos metros se ha avanzado en terreno contrario. El que nuestro equipo sea mayor, más poderoso y juegue decididamente con ventaja es razón de más para vitorearlo a medida que avanza y va marcando tantos. Sólo que la guerra no es un juego, por mucho que aparezca en una pantalla.

      Durante los primeros días de la invasión, la mayoría de las mujeres seguían también a través de la televisión lo que estaba sucediendo, más que con admiración con desasosiego. Para una madre, un hijo o una hija de 18 a 24 años es poco más que una criatura. Era fácil imaginar a los propios hijos en peligro. Asimismo era fácil suponer que se iba a hacer daño a personas inocentes. Cuando el cielo por la noche se iluminaba con la explosión de las bombas, cruzaba por nuestras mentes lo espantoso que debía de ser vivir allí, y lo aterradas que estarían las niñas y los niños.

      El fin de semana de la invasión coincidió con un encuentro del Millonésimo Círculo en el Bay Area. Varias amigas que habían venido con motivo de la reunión se alojaron en mi casa, y nos sentamos juntas ante el televisor, horrorizadas de que aquello estuviera ocurriendo. La única nota de levedad la ponían los comentarios que hacíamos sobre el encomiable trabajo de David Bloom, nuestro reportero favorito de entre los allí presentes. Al cabo de pocas semanas supe que había muerto. En el curso de aquel año, lo que nosotras, las madres de más edad, temíamos, sucedió: cada día aparecían fotografías de jóvenes que habían muerto en Iraq, y junto a ellas sus nombres, rango, edad y ciudad natal. No se mencionaban los seis o diez soldados heridos, algunos de forma terrible, por cada soldado muerto, ni el silencioso daño que irá surgiendo a la superficie, dando lugar a alteraciones traumáticas derivadas de la tensión, cuando las tropas regresen a casa. No tenía valor como noticia el número de víctimas entre la población civil.

      Existen diferencias de género. El psicólogo Simon Baron-Cohen explica que la diferencia esencial es que las mujeres sienten una empatía natural, mientras que los hombres son más propensos a sistematizar. La mayoría de las mujeres a las que se les hizo una prueba coincidieron en afirmar: «Me siento mal cuando en los telediarios veo a la gente sufrir», o «Me duele ver sufrir a un animal»; y también: «Mis amigos me hablan a menudo de sus problemas», o «Normalmente soy capaz de comprender el punto de vista de otra persona, incluso no estando de acuerdo con ella». Los hombres a los que se les hace la misma prueba generalmente no comparten estas afirmaciones.

      Mientras la programación de la actividad mundial la determinen los hombres, nos encontraremos con que las medidas y acciones que afectan al planeta, a sus gentes y a todos los seres vivos de la Tierra las decide el sexo que, muy probablemente, no conoce, o no tiene en cuenta, lo que otros sienten, viven o padecen. Mientras las mujeres no tomen realmente parte activa en la marcha del mundo, no se pondrán sobre la mesa la información esencial y los problemas cruciales.

      ¿Qué sucedería si dependiera de las madres el tomar la decisión de ir o no ir a la guerra? Así sucedía en la Confederación Iroquesa, pueblos conocidos también como Naciones Seneca, y que todavía conservan su soberanía al Noreste de Estados Unidos. El Consejo de Madres del Clan electo estaba compuesto por abuelas, mujeres con hijos ya mayores y que habían dejado atrás la edad fértil. Ellas determinaban las prioridades de la confederación, y, entre éstas, si ir o no a la guerra. En caso afirmativo, los pormenores de la guerra, incluida la elección de un jefe, pasaban entonces al Consejo de Hombres, cuyos miembros habían sido nominados por el Consejo de Madres del Clan. Se deliberaba sin prisa, tomando en consideración la experiencia de las siete generaciones anteriores y los efectos de la decisión sobre las siete generaciones venideras. Era una sabia y sensata reflexión, ya que la guerra y sus consecuencias invitan a las represalias, a la revancha, a la venganza del pasado en la que pueden verse involucradas

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