Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa Southwick

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Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick Omnibus Julia

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el alma, pero resultaban infernales para el corazón.

      LAS cosas iban lentas en urgencias, y aquélla fue una de las pocas ocasiones en las que Cal deseó estar ocupado, o mejor dicho, demasiado ocupado como para no pensar en otra cosa que no fueran sus pacientes. Emily le había asegurado que no iba a mentirle ni a manipularle, pero al día siguiente en el trabajo, Cal seguía preguntándose por qué debería creerla.

      Se acercó al mostrador de la sala de descanso de urgencias, donde había una cafetera y una pila de vasos de papel. Se sirvió un café y tomó asiento en una de las sillas naranjas de plástico para leer la sección de deportes del periódico. Pero lo único que veía eran un par de ojos marrones y tentadores.

      Cuando se abrió la puerta, miró agradecido a Rhonda Levin.

      —¿Qué pasa? —le preguntó—. ¿Me necesitas?

      —Tranquilo, doctor —respondió la mujer—. He venido a tomarme un café.

      —Oh.

      —Pareces desilusionado. ¿Estás aburrido? —preguntó acercándose al mostrador—. No sé si alguien te lo ha mencionado, pero la autocompasión y las indirectas agresivas no son lo mejor para crear un buen ambiente de trabajo.

      —¿Qué se supone que quiere decir eso?

      —Quiere decir que el personal ha venido a quejarse de tu comportamiento —aseguró Rhonda sirviéndose un café—. Hoy has sido grosero y sarcástico con todo el mundo. Estás a punto de perder tu título de «médico del año». Las enfermeras y los celadores están normalmente encantados de trabajar contigo, pero hoy no es el caso. ¿Qué te ocurre, Cal? ¿Qué está pasando con Emily?

      Estaba a punto de soltarle un ladrido, pero sabía que Rhonda tenía razón.

      —El día que Emily vino a urgencias fue para decirme que había tenido una hija mía —aseguró mirando a su amiga a los ojos—. Se llama Annie.

      —Eso ya lo sabe todo el mundo —aseguró Rhonda.

      —Estás de broma, ¿cómo es posible?

      —Mitch lo mencionó. Y esto es un hospital. Las noticias se expanden como los virus.

      —De acuerdo —en realidad no estaba molesto con Mitch—. ¿Tú qué opinas de entregar a tu bebé en adopción?

      Rhonda se lo pensó durante un instante.

      —Depende de la situación —dijo cruzándose de brazos—. Tú has visto niñas violadas en urgencias, igual que yo. En esos casos es mejor entregar al bebé.

      —¿Y una adolescente soltera?

      —¿Por qué lo preguntas? —Rhonda parecía desconcertada.

      Cal no podía contar un secreto que no era suyo. Tal y como Rhonda había señalado, aquél no era un lugar que se caracterizara por la discreción.

      —Emily está al frente de un programa de madres adolescentes.

      —Bien por ella —aprobó Rhonda—. Lo ideal no es que unos niños cuiden de otros niños. Para los adultos ya es todo un reto, así que imagínate tratar de sacar adelante una vida cuando la tuya está apenas empezando.

      Al ver la situación a través de los ojos de Rhonda, Cal adquirió una perspectiva diferente.

      —Entonces, ¿crees que las madres adolescentes deben entregar a sus hijos?

      —No pongas palabras en mi boca —le advirtió ella—. Las cosas no son blancas o negras. Cada mujer tendrá que tomar su propia decisión. Pero déjame que te diga que siento un gran respeto por las mujeres que anteponen el bienestar de su bebé por encima del suyo.

      —¿A qué te refieres? —preguntó Cal.

      —Es una decisión muy valiente que demuestra un amor incondicional. Imagina a una chica que no pueda darle a su bebé todas las oportunidades que quiere para él. Alguien capaz de reunir el coraje para entregarle su hijo a unos padres amorosos que no pueden concebir.

      Cal la miró y vio unos rasgos de dolor que le cruzaron el rostro.

      —¿Qué ocurre, Rhonda?

      Ella parpadeó y trató de sonreír, pero no fue capaz de disimular.

      —Yo no podía quedarme embarazada, y quería tener hijos —aseguró con dulzura—. Mi marido no estaba a favor de la adopción. Dijo que a él le bastaba con estar los dos juntos. Conseguimos que funcionara. Seguimos juntos y somos muy felices.

      —Me alegro por vosotros.

      —La cuestión es que dar a un bebé en adopción no debería ser visto como algo negativo. Es una oportunidad para que ese niño tenga una buena vida —Rhonda se pasó un dedo por la nariz—. Pero a tu hija no la han dado en adopción. Emily te ha hablado de su existencia, y más vale tarde que nunca. Y por cierto, voy a darle el beneficio de la duda porque la conozco, y es de las buenas.

      —No eres la primera que me dice eso.

      —Mira, Cal, ésta es sólo mi opinión, pero no te estás haciendo más joven. A diferencia de las mujeres con las que sales últimamente. Y utilizo el término «mujeres» en su sentido más amplio.

      —¿Qué quiere decir eso?

      —No te hagas el tonto conmigo. Los dos sabemos que al salir con chicas que apenas alcanzan la edad legal, estás evitando a una mujer madura que busque un compromiso.

      —Las mujeres con las que salgo no me exigen tanto. A mí me funciona. Estoy encantado con mi vida social —era Emily quien lo perturbaba.

      —Estás escupiendo al viento, si quieres saber mi opinión.

      —¿Y con eso qué quieres decir?

      —Si continúas poniendo obstáculos donde no los hay, vas a terminar convertido en un viejo solo —Rhonda se acercó a la puerta y la abrió antes de mirarlo por última vez—. Mi marido y yo no pudimos tener hijos, pero lo superamos y llevamos una vida plena y feliz. Si no haces las paces con lo que te esté privando de tu felicidad, no estarás bien.

      No estaba bien.

      Emily era la única mujer que había lamentado perder hasta que descubrió que ella también le había mentido. Cal había descubierto hacía mucho que estar solo era mucho mejor que estar con alguien que te hacía desgraciado con sus mentiras.

      A veces tener razón era un infierno, pensó Emily mientras recorría el sábado las calles que llevaban a casa de Cal. Su instinto le había dicho que él nunca comprendería por qué había entregado a su bebé en adopción, aunque ese bebé fuera a parar a un hogar armonioso que ella había sido capaz de proporcionarle. Por desgracia, Cal no la había decepcionado.

      No lo había vuelto a ver desde aquella noche a principios de semana. Un instante le estaba haciendo el amor, y al siguiente no podía soportar tenerla delante. Aquella cita para acudir con su hija a la piscina era lo que menos le apetecía hacer, pero había

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