Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa Southwick
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Читать онлайн книгу Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick страница 22
Emily detuvo el coche en la entrada y apagó el motor. Entonces se dio cuenta de que Cal estaba mirando a través de la ventana del salón. «Que Dios me ayude», pensó reuniendo el coraje para bajarse del coche.
—Hola —dijo él saliendo por la puerta.
—Hola, siento llegar tarde —dijo Emily sacando a la niña de la silla de atrás—. Annie ha dormido más siesta de lo habitual.
Sacó a su hija del coche, que apoyó la dormida cabeza sobre su hombro, y alzó la vista hacia Cal esperando ver la fría expresión que le había helado el corazón unos días antes. Se llevó una sorpresa al comprobar que no la estaba mirando así en absoluto.
—¿Qué ocurre? —preguntó con desconfianza—. Estás sonriendo.
—Estoy contento de veros —Cal frunció el ceño y se cruzó de brazos—. Emily, respecto a lo de la otra noche en tu casa, quiero que…
—Fue un momento de debilidad —tampoco ella quería hablar de esa noche—. Lo cierto es que tenía ganas de sexo. Llevaba mucho tiempo sin hacerlo.
—Entonces, ¿hubiera valido cualquier hombre?
—Estabas a mano. Eso es todo.
—Entiendo.
—No te ofendas, sólo estoy siendo directa y sincera —Emily se encogió de hombros.
—Es bueno saberlo.
Emily estuvo tentada de decirle que no habría más momentos de debilidad, pero decidió no hacerlo porque le había asegurado que no mentía.
—En realidad no era de eso de lo que quería hablar —aseguró Cal.
Emily se preguntó de qué podría tratarse.
—Quería comentar el modo en que me porté después de…
A Emily se le sonrojaron las mejillas.
—Olvídalo.
—No puedo —Cal se pasó las manos por el pelo—. Actué como un imbécil.
Ella se estiró y lo miró a los ojos. Parecía muy serio. El hecho de que Cal Westen admitiera algo semejante le hizo tener esperanzas de que llegara a reinar la paz en el mundo.
—Me comporté mal y quiero pedirte disculpas.
No había ni una nube en el cielo, pero Emily esperaba que en cualquier momento surgiera un relámpago. No podía creer lo que estaba oyendo.
—¿Quién eres tú y qué has hecho con Cal?
Cuando Annie levantó la cabeza, él extendió los brazos y la niña se fue con él.
—Rhonda me dio una perspectiva distinta del tema —debió de percibir algo en su expresión, porque se apresuró a añadir—. No le he contado tu historia. Estábamos hablando en general. Pero yo no tenía derecho a juzgarte. No volveré a hacerlo.
Cal le dio un beso a su hija en el cuello, y a Emily le gustó oírla reír. Eso les alegró el ánimo y disipó la tensión que había entre ellos.
Lo siguió hasta el salón y dejó la bolsa de los pañales en la mesita.
—Ya tiene el bañador puesto —le dijo.
—¿Vas a venir a la piscina con nosotros? —quiso saber Cal.
—Sí.
Sólo que ahora deseó tener un bañador de cuerpo entero en lugar del bikini que llevaba bajo la camiseta y los pantalones cortos.
Annie se retorció en brazos de su padre, lo que obviamente significaba que quería bajar. Cal le quitó el vestido, y Emily aprovechó para desvestirse a su vez, esperando no llamar mucho la atención. Pero Cal no pudo evitar mirarla de arriba abajo con algo parecido a la admiración reflejado en los ojos.
Cal se quitó a su vez la camiseta, quedándose en bañador. Sus hombros anchos y bronceados y el amplio pecho desembocaban en un abdomen plano cubierto de un suave y masculino vello que ella se moría por acariciar. Pero si Cal la tocaba a ella, volvería a convertirse en fuego como antes.
—¿Lista para ir a nadar? —le preguntó él a Annie.
—Primero necesita crema de protección —Emily sacó un tubo de la bolsa de pañales y agarró a la niña para ponerle la crema.
—Tienes mucha maña —dijo él maravillado—. Tiene que ser difícil ponerle la crema con ella en brazos.
—Es cuestión de práctica —dijo ella dándole los últimos toques—. ¿Quieres tú también ponerte crema?
Las palabras salieron de su boca antes de darse cuenta de que estaba jugando con fuego.
—Sí, gracias —Cal le mostró la espalda.
Emily se puso una buena dosis en la mano y se la pasó por los anchos hombros y por los músculos de la espalda. Tocarle la cálida piel le provocó escalofríos, y tuvo que hacer un esfuerzo por concentrarse y asegurarse de protegerle cada centímetro de piel de los peligrosos rayos del sol.
—Ahora te toca a ti —dijo él quitándole el tubo de crema. Hizo un movimiento en círculo con el dedo para indicarle que se diera la vuelta.
Emily obedeció, pero no mirarle era casi tan peligroso como clavar la vista en sus sensuales ojos azules. Entonces sintió sus manos fuertes y grandes untándole la crema por el cuello, los hombros y la espalda. Cal le levantó los tirantes del bikini para asegurarse de que lo cubría todo, y aquel contacto íntimo provocó que ella volviera a estremecerse.
—¿Tienes frío? —preguntó él.
—Sí. Ya sabes lo que me pasa con el aire acondicionado.
—Lo recuerdo —Cal terminó lo más deprisa que pudo y se apartó—. ¿Estás lista?
—¿Cómo? —preguntó ella mirándolo de reojo.
—Para ir a nadar. El último es un huevo podrido.
Cal agarró a Annie y salió. Entonces entró con la niña en la parte poco profunda de la piscina. Annie chapoteó con su manita la superficie del agua y se rió al salpicarse. Cal alzó la vista y vio a Emily cerrar la cancela de la piscina tras ella. Cal se protegía los ojos del sol con unas gafas oscuras.
Ella se sentó a un lado de la piscina y metió los pies en el agua.
—Tenemos que apuntar a Annie a clases de natación. Hay programas para niños de su edad. Si va a pasar aquí tiempo contigo, creo que sería una buena idea.
Cal se la quedó mirando.
—¿Estás dispuesta a dejar a Annie aquí conmigo?
—Por supuesto. Eres su padre.
—Ya