E-Pack HQN Sherryl Woods 3. Sherryl Woods
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El olor que salía de la cocina era delicioso, y se le había hecho la boca agua cuando Boone había pedido todas las especialidades de la casa para que las probara. La influencia de la cocina típica del sur era evidente, pero sin llegar a ser abrumadora, y tanto el pescado como la paella de Luisiana estaban en su punto.
Apartó a un lado una fantástica crème brûlée después de un par de cucharadas, y murmuró quejicosa:
–No puedo más, estoy llena.
–¿Te apetece dar un paseo antes del café?
Ella le miró a los ojos, había llegado el momento.
–¿Por qué no nos lo tomamos en tu casa? –le propuso.
Boone le sostuvo la mirada al contestar con voz suave:
–Sí, ¿por qué no?
Si Emily hubiera podido elegir, habrían salido a toda prisa del restaurante, habrían cruzado el puente a toda velocidad en el coche y habrían cruzado el jardín de Boone a la carrera hasta llegar a la casa, pero el propietario no podía escapar sin más. Algunos clientes habituales querían charlar con él, y el chef quería preguntarle un par de cosas. Pete, su segundo de a bordo, parecía tener que consultarle varias cuestiones, pero a esas alturas a Boone se le había agotado la paciencia y le dijo con firmeza:
–Mañana hablamos.
–Pero…
–¿Va a derrumbarse este sitio si dejamos el asunto para mañana? –insistió él con impaciencia.
Pete miró a Emily, y esbozó una sonrisa al comprender lo que pasaba.
–No, qué va. Pasadlo bien.
–Eso no lo dudes –murmuró Boone, mientras salían del restaurante.
–Salta a la vista que no está acostumbrado a verte en una cita de verdad –por alguna razón, la idea la complacía.
–Aparte de Jenny, nunca me había visto con ninguna otra mujer. Acaba de darse cuenta de que debes de ser alguien especial para mí, y que tengo mejores cosas que hacer que repasar alguna de sus listas.
–¿Se le da bien hacer listas?
–De maravilla. Por regla general, me parece una virtud, pero esta noche es distinto.
–Por fin somos libres –comentó ella, cuando llegaron al coche.
–Sí, y llevo toda la noche deseando hacer esto –la arrinconó contra el vehículo, y se adueñó de sus labios en un beso que reflejaba cuánto la deseaba y lo excitado que estaba.
Ella le dio un pequeño empujón para apartarlo un poco, pero esbozó una pequeña sonrisa para que no se lo tomara como un rechazo y comentó:
–¿No te parece que sería mejor no empezar con esto hasta que podamos llegar hasta el final?
–¿Mi casa? Sí, vamos –alcanzó a decir él, un poco aturdido.
Después de ayudarla a subir al coche, rodeó el vehículo a la carrera, se puso al volante medio frenético, y salió del aparcamiento a toda velocidad.
–Esto me recuerda algo –comentó ella.
–¿El qué?
–A los viejos tiempos, cuando te morías de deseo por mí.
Él la miró con ojos ardientes y admitió:
–Por lo que parece, eso sigue siendo igual.
–¿Preferirías que no fuera así? –necesitaba saber si él lamentaba lo que sentía por ella.
–¿Lo dices en serio? –le preguntó, atónito.
–Necesito saberlo, Boone. ¿Lamentas que estos sentimientos no estén muertos y enterrados?
–¿Vas a hacer que lo lamente?
–Voy a esforzarme al máximo para que no sea así.
Sabía que lo que iba a contarle aquella noche iba a ser una primera prueba de fuego, y también era consciente de que lo correcto era decírselo antes de que dieran aquel paso.
No podía esperar más, acababan de llegar a casa de Boone y él estaba a punto de bajar del coche.
–Espera, tengo que decirte una cosa.
–¿Ahora mismo? –le preguntó él con incredulidad.
–Sí. Tengo que volver a Los Ángeles antes de lo previsto.
–¿Cuándo? –el brillo de sus ojos se había apagado de golpe.
–El domingo, tengo una reunión bastante importante el lunes.
–Ya veo.
–¡Pero voy a volver! Supongo que a mediados de semana ya estaré de vuelta, el fin de semana como muy tarde.
–Vale.
Emily le puso una mano en el brazo, y se dio cuenta de lo tenso que estaba.
–¿Me dejas que te explique por qué es una reunión tan importante para mí?, ¿estás dispuesto a escucharme?
–Supongo que no me queda más remedio que hacerlo, te dije que iba a intentar que esta relación funcionara –no parecía demasiado contento con la situación.
Ella le habló de Sophia, le contó lo de su empeño en ayudar a mujeres que habían sido víctimas de la violencia de género y necesitaban un lugar donde refugiarse.
–Es la primera vez que me pide que forme parte de uno de sus proyectos, aunque supongo que podría haberme negado. Ella no me lo habría tenido en cuenta… bueno, quizás sí, pero el enfado no le habría durado demasiado –le miró a los ojos, quería que él entendiera su postura–. Me puse a pensar en esas mujeres, en el miedo que debe de atormentarlas, en los niños que puede que nunca hayan vivido en un lugar donde se sientan a salvo, y no pude negarme. No pude.
Él cerró los ojos y suspiró antes de admitir:
–Es normal. Sería distinto si quisieras volver por cualquier otra razón, pero no puedo poner ninguna objeción a que accedas a colaborar en un proyecto como ese. Está claro que tienes un corazón enorme.
–No sabes cuánto miedo me daba que no lo entendieras, que pensaras que soy una egoísta y que ya estaba incumpliendo lo que te prometí.
–Ojalá pudiera pensar así, me resultaría mucho más fácil dejarte ir si estuviera furioso contigo.
Ella le dio un codazo cariñoso en el costado, y comentó sonriente:
–Pero