E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods
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—Ninguna estábamos segura de que fuera lo suficientemente importante como para decírtelo —dijo Liz con delicadeza—. Así que decidimos vigilarte de cerca. Ahora que tú misma has notado que algo no va bien, bueno... tal vez lo mejor sería ir a ver a un médico.
Frances se sintió cómo si se le hubiera hundido el mundo. ¿Alzheimer? Ninguna había mencionado la palabra, pero estaba claro. Era la enfermedad más cruel en muchos sentidos. Había visto cómo le había robado sus recuerdos a muchos amigos y, peor aún, cómo los había apartado de sus familias mucho antes de que se hubieran marchado físicamente. Siempre le había resultado desgarrador.
—No te asustes —dijo Flo agarrando con fuerza la mano de Frances—. Iremos contigo al médico y he estado informándome sobre el Alzheimer en Internet. Hay nuevos medicamentos que pueden ayudar. Eso, suponiendo que lo tengas. No nos adelantemos a los acontecimientos. Todas nos estamos volviendo olvidadizas a cada día que pasa. A lo mejor solo es eso.
—Claro que sí —apuntó Liz mirando a Frances con compasión—. Sea lo que sea, nosotras estaremos a tu lado, no estás sola en esto.
—¿Me prometéis que, sea cual sea el diagnóstico, no le diréis ni una palabra a mi familia? —les suplicó Frances—. Yo decidiré cuándo es el momento de decirlo. No quiero que se preocupen sin necesidad o que vengan corriendo a Serenity para encerrarme en una residencia de ancianos.
Ninguna de sus amigas asintió de inmediato.
—¿Qué pasa? ¿Es que ya habéis hablado con Jennifer o con Jeff?
—Claro que no —respondió Liz—, pero si considero que ha llegado el momento de que lo sepan y veo que aún no se lo has dicho, no puedo prometerte que no vaya a hacerlo. Primero te animaré a hacerlo tú, por supuesto, pero no permitiré que te pase algo terrible por negligencia mía.
Frances se giró hacia Flo.
—¿Y tú?
—Estoy con Liz. Respetaremos tus deseos siempre que estés bien y a salvo. Y no lo digo solo por ti. Tu hija, tu hijo y tus nietos querrían saberlo si hay algún problema. Querrán pasar contigo todo el tiempo posible.
Frances suspiró. Tenían razón, como de costumbre.
—Me parece bien —dijo con reticencia—. Pero lo más probable es que nos estemos preocupando por nada. A veces meter las llaves en el congelador es solo una señal de tener demasiadas cosas en la cabeza, no señal de estar perdiéndola —pensó en sus previas conversaciones con Elliott y Karen, en lo muy preocupada que estaba por esa pareja que le importaba tanto como por sus propios hijos y supuso que tal vez eso lo explicaba todo, que había estado más pendiente de sus problemas que de ella misma.
—Por supuesto —dijo Liz mientras Flo asentía.
—Creo que me voy a casa —dijo Frances de pronto más agotada de lo que se había sentido en años.
—Te llevo en el coche —se ofreció Flo de inmediato.
—Aún puedo caminar unas cuantas manzanas —le contestó Frances irritada—. No creo que vaya a perderme en un pueblo donde llevo viviendo toda mi vida.
Liz le lanzó una mirada de reprensión.
—A mí también va a llevarme a casa y la tuya nos pilla de camino.
Frances miró a Flo con gesto de disculpa.
—Siento haber reaccionado de forma tan exagerada.
—Lo entiendo —respondió Flo—. Cualquiera de nosotras nos asustaríamos solo de pensar que algo así pudiera pasarnos.
Y Frances sabía que era verdad. Según habían ido envejeciendo, sus amigas y ella habían hablado de todas las enfermedades posibles en algún que otro momento, pero siempre parecía que esa era la que más temían.
Sin embargo, aunque agradecía su empatía, había una cosa que nunca podrían comprender porque le estaba pasando a ella, no a ellas. Y hablar en teoría era muy distinto del miedo ciego que la había invadido esa noche.
Ya era por la mañana cuando, finalmente, Elliott decidió reservar el tiempo suficiente para detallarle a Karen los planes para el gimnasio, ya que la noche anterior se habían desviado del tema por completo.
Había llamado a sus dos primeros clientes para cancelar sus citas y estaba en la cocina haciendo el desayuno cuando ella entró ataviada únicamente con una de sus viejas camisetas. Se le secó la boca al verla y se preguntó si Karen siempre había tenido el poder de arrebatarle el aliento.
Ella lo rodeó por detrás.
—¿Sabes lo sexy que te pones cuando estás cocinando? —le preguntó apoyando la mejilla en su espalda.
—Te sentirías atraída por cualquiera que te preparara una comida después de pasarte todo el tiempo en la cocina de Sullivan’s —bromeó.
—No, es por ti. Eres un tío bueno que parece un modelo de portada con esos abdominales de acero y aquí estás, con el torso desnudo y uno de mis delantales. No se puede estar más sexy —sonrió—. Hay que ser muy hombre para atreverse con los volantes.
Él se rio.
—Uno de estos días tengo que comprarme un delantal de esos para barbacoa que son más masculinos. Si nuestros amigos me pillan así algún día, no me van a dejar en paz con las bromitas. Por cierto, hay zumo de naranja recién hecho en la nevera.
—Me consientes demasiado —le dijo ella soltándolo. Sirvió dos vasos y los puso sobre la mesa—. ¿Cuándo fue la última vez que desayunamos los dos solos tranquilamente?
—Creo que antes de que nos casáramos. Desde entonces todo ha sido un poco locura.
—¿Cómo es que esta mañana vas más tarde a trabajar? Normalmente a estas horas ya te has ido –le preguntó Karen.
—He cambiado la cita con un par de clientes.
—¿Se han enfadado?
—No, y me ha servido como lección. Ahora sé que puedo sacar más tiempo para los dos si me lo propongo.
—Yo también. Tenemos que hacer esto más a menudo. Es bueno para el espíritu —se sirvió una taza de café, dio un sorbo y puso una mueca de disgusto.
—¿Demasiado fuerte?
Ella se rio.
—No lo puedes evitar. Creo que llevas en los genes que el café no es bueno a menos que te ponga los pelos de punta. Le echaré medio cartón de leche, de ese modo, ya estará bien.
Cuando Elliott terminó de servir sus platos de tortilla de verduras, clara de huevo y tostadas integrales, se sentó frente a ella.
—Bueno, de esto trata lo del gimnasio. Será una división de The Corner Spa. En total seremos seis socios a partes iguales.
—¿Quiénes?
—Cal,