E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods

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E-Pack HQN Sherryl Woods 2 - Sherryl Woods Pack

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en ese caso, dejad que os ayude —respondió inmediatamente Frances con entusiasmo—. Desde que os casasteis y os mudasteis a la casa nueva, ya no veo a Daisy y a Mack tanto como me gustaría. Están creciendo mucho. Dentro de poco ni los reconoceré.

      Al instante, Karen la miró sintiéndose culpable. Aunque le había llevado a los niños a menudo justo después de que se hubieran casado, las visitas a Frances se habían ido reduciendo a medida que sus agendas se habían ido complicando. ¿Cómo podía haber sido tan egoísta cuando sabía lo mucho que esa mujer disfrutaba pasando un rato con los niños?

      —Oh, Frances, ¡cuánto lo siento! Debería habértelos llevado más a menudo.

      —Tranquila —le dijo agarrándole la mano—. No pretendía hacerte sentir mal. Iba a decirte que podemos programar un día a la semana para ir y quedarme con los niños mientras Elliott y tú salís por ahí. Me imagino que aún soy capaz de supervisar los deberes del cole y leer uno o dos cuentos. Es más, me encantaría hacerlo —sonrió y un pícaro brillo iluminó su mirada—. O podéis llevarlos a mi casa, si preferís pasar una noche romántica en casa. Seguro que sabría cuidarlos si se quedan a dormir ahora que son más mayores.

      Karen se resistía a pesar de la franqueza con que la mujer le hizo la propuesta.

      —Eres un encanto al ofrecerte, pero no podría imponerte una cosa así. Ya has hecho por mí mucho más de lo que me merezco. Siempre que vienen malos momentos, estás a mi lado.

      Frances le lanzó una mirada de reprimenda.

      —Para mí sois como de la familia y, si puedo hacer esto por ti, sería un placer, así que no quiero oír esa tontería de que es demasiado. Si me pareciera demasiado, no te lo habría ofrecido. Y si rechazas mi ofrecimiento, lo único que harás será herir mis sentimientos. Harás que me sienta vieja e inútil.

      Karen sonrió; sabía que Frances no era ninguna de esas dos cosas. A pesar de haber ido sumando años, su espíritu se mantenía joven, tenía montones de amigos y seguía siendo un miembro activo de la comunidad. Pasaba unas cuantas horas al día llamando a personas mayores que no podían salir de casa para charlar con ellos y asegurarse de si necesitaban algo.

      Finalmente añadió.

      —De acuerdo, si estás segura, lo hablaré con Elliott y fijaremos una noche contigo. Haremos una prueba para ver qué tal marcha. No quiero que Mack y Daisy te dejen agotada.

      La expresión de Frances se iluminó.

      —¡Muy bien! Ahora debería irme. Tengo una partida de cartas esta noche en el centro de mayores con Flo Decatur y Liz Johnson, y tendré que echarme una siesta si quiero estar lo suficientemente espabilada para que no me hagan trampas. Por muy honradas que sean como mujeres, son muy tramposas cuando se trata de jugar a las cartas.

      Karen se rio mientras se bajaba del asiento y abrazaba a su amiga.

      —Gracias. Me hacía mucha falta esta charla; lo necesitaba más que enfrentarme a mi marido.

      —Enfrentarse y hablar está bien, pero no es lo mejor hacerlo estando enfadada —le agarró la mano de nuevo—. Espero que me llames en los próximos días.

      —Te llamaré. Lo prometo.

      —Y cuando llegues a casa esta noche, siéntate con tu marido y habla con él, sea la hora que sea.

      Karen le sonrió y respondió obedientemente:

      —Sí, señora.

      Frances frunció el ceño.

      —No digas eso solo para aplacarme, jovencita. Espero oír que los dos habéis solucionado esto.

      Y claramente satisfecha por haber tenido la última palabra, se marchó.

      Karen la vio alejarse y se fijó en que no hubo ni una sola persona en Wharton’s a quien no le hablara u ofreciera una sonrisa al salir.

      —Es excepcional —murmuró Karen antes de suspirar—. Y sensata.

      Esa noche sería el momento de hablar lo que tenía que hablar con Elliott. Aprovecharía hasta entonces para pensar en toda la situación, descubrir por qué exactamente estaba tan furiosa y encontrar el modo de discutirlo calmada y racionalmente durante la cena. Frances había tenido toda la razón. Gritar no era una actitud madura para resolver nada.

      Y a diferencia de aquella mujer pasiva que había sido una vez, Karen también sabía que la mujer fuerte y segura de sí misma en que se había convertido no permitiría que el resentimiento estallara ni que ese incidente acabara con la paz de su casa. Trataría la situación con cabeza antes de destruir su matrimonio. Al menos había aprendido algo de su matrimonio con Ray: qué no hacer.

      Complacida con el plan, pagó las bebidas y volvió a Sullivan’s, donde Dana Sue y Erik la recibieron con cierto recelo.

      —Eh, no me miréis así —les dijo—. No hemos firmado ningún papel de divorcio. Es más, ni siquiera he visto a Elliott.

      Erik suspiró visiblemente aliviado.

      —¿Entonces dónde has estado? —le preguntó Dana Sue.

      —En Wharton’s con Frances, la voz de la razón.

      Dana Sue sonrió.

      —¿Te ha soltado una de esas sabias charlas que te dejan sumida en la vergüenza? Cuando era mi profesora, podía mirarme con una de esas expresiones de decepción y, prácticamente, hacía que me echara a llorar. Era la única profesora que lograba efectuar esas miradas y hasta funcionaban con Helen.

      —De eso nada —dijo Erik impresionado—. No me puedo creer que alguien intimidara a mi mujer.

      —Pues Frances Wingate podía —contestó Dana Sue—. Tenía a los alumnos que mejor se portaban de todo el colegio. No nos convertimos en las gamberras Dulces Magnolias hasta más adelante —de pronto, su gesto se ensombreció mientras volvía a dirigirse a Karen—. Entonces, ¿ya no estás enfadada ni con Erik ni conmigo?

      —No me había enfadado con vosotros en ningún momento. Sabía que solo erais los mensajeros.

      —¿Y con Elliott? —le preguntó Dana Sue.

      —Aún tengo mucho que discutir con mi marido, pero al menos ahora creo que puedo hacerlo sin tirarle ni tarros ni sartenes, ni esas pesas pequeñas del gimnasio.

      —Pues se dice por ahí que hubo un tiempo en que a Dana Sue se le daba muy bien convertir en armas tarros y sartenes —comentó Erik mirando a Dana con gesto burlón.

      —Pero era solo porque Ronnie se lo merecía —respondió ella sin un ápice de arrepentimiento en la voz—. Ese hombre me engañaba. Por suerte aprendió la lección y, desde entonces, no he necesitado ninguna sartén de hierro fundido para nada más que cocinar.

      Después de una tarde muy tensa, Karen se rio y, de manera impulsiva, fue a abrazar a su jefa.

      —Gracias por devolverme la perspectiva.

      —Un placer haber ayudado. Ahora, si a nadie le importa, vamos a ponernos con la cena antes de que nuestro especial de esta noche sea sándwich de

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