E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу E-Pack HQN Sherryl Woods 2 - Sherryl Woods страница 3

Автор:
Серия:
Издательство:
E-Pack HQN Sherryl Woods 2 - Sherryl Woods Pack

Скачать книгу

casarme con Elliott —dijo Daisy tirando de ella de nuevo en dirección al altar—. Vamos a darnos prisa.

      Karen miró a su hijo de cuatro años para asegurarse de que Mack no se había quitado la corbata que le había puesto ni se había empapado de refresco el traje nuevo. También comprobó que las alianzas seguían firmemente sujetas al cojín que el pequeño llevaría hasta el altar.

      Dana Sue Sullivan, su jefa, amiga y dama de honor, le puso la mano en el hombro.

      —Todo va bien, Karen. ¿Qué tal esos nervios?

      —De punta —respondió sinceramente—. Pero entonces me asomo ahí dentro, veo a Elliott esperando y todo se calma.

      Miró a Daisy y a Mack, que ya estaban entrando en la iglesia.

      Tras una indicación de la que Karen ni siquiera se percató, el organista empezó a tocar para que entraran. Daisy recorrió el pasillo casi corriendo y lanzando pétalos de rosa con entusiasmo y entonces, cuando alguien comentó algo entre susurros, se giró hacia su madre y empezó a caminar más despacio. Mack iba justo detrás de la niña con gesto solemne y fue avanzando muy concentrado hasta que estuvo al lado de Elliott.

      Dana Sue fue a continuación y le guiñó un ojo a su marido, que estaba sentado en primera fila; después le dirigió una amplia sonrisa a Elliott que, nervioso, se pasaba un dedo bajo el cuello de la camisa.

      Karen dio un último y profundo suspiro y se recordó que esta vez su matrimonio sería para siempre, que por fin lo había logrado.

      Alzó la mirada y, una vez Elliott la miró, dio el primer paso por el pasillo, un paso cargado de confianza y esperanza hacia el futuro que prometía ser todo lo que su primer matrimonio no había sido.

      Ahora que el otoño estaba a la vuelta de la esquina, Karen Cruz se encontraba experimentando con una nueva receta de potaje de judías para el almuerzo del día siguiente en Sullivan’s cuando su amigo y ayudante de chef, Erik Whitney, se asomó sobre su hombro, asintió con gesto de aprobación y preguntó:

      —Bueno, ¿te hace ilusión lo del gimnasio que Elliott va a abrir con nosotros?

      Sorprendida por la inesperada pregunta, a Karen se le vertió en el guiso toda la caja de sal que tenía en la mano.

      —¿Que mi marido va a abrir un gimnasio? ¿Aquí, en Serenity?

      Claramente desconcertado por lo perpleja que se había quedado, Erik esbozó una mueca de vergüenza y dijo:

      —Veo que no te lo ha dicho.

      —No, no me ha dicho ni una palabra —respondió. Por desgracia, cada vez era más típico que cuando se trataba de cosas importantes de su matrimonio, cosas que deberían decidir juntos, Elliott y ella no hablaran mucho del tema. Él tomaba las decisiones y después se las comunicaba. O, como en esta ocasión, ni se molestaba en informarla.

      Después de tirar el potaje, ahora incomible, empezó de nuevo y pasó la siguiente hora dándole vueltas a lo poco que Elliott tenía en cuenta sus sentimientos. Cada vez que hacía algo así, le hacía daño y minaba su fe en un matrimonio que consideraba sólido y en un hombre que creía que jamás la traicionaría como había hecho su primer marido.

      Elliott era el hombre que la había cortejado con encanto, ingenio y determinación y su empatía hacia sus sentimientos era con lo que la había ganado y convencido de que darle otra oportunidad al amor no sería el segundo mayor error de su vida.

      Respiró hondo e intentó calmarse a la vez que buscaba una explicación razonable para el silencio de su marido sobre una decisión que podía cambiarles la vida. Lo cierto era que tenía la costumbre de intentar protegerla, de no querer preocuparla, y menos con cuestiones de dinero. Tal vez por eso no le había dado la noticia. Sin embargo, tenía que saber que a ella no le habría hecho gracia, y mucho menos ahora.

      Y es que estaban planeando añadir un bebé a la familia. Ahora que Mack y Daisy, fruto de aquel desastroso matrimonio, estaban asentados en el colegio y equilibrados después de tantos trastornos que habían sacudido sus pequeñas vidas, parecía que por fin había llegado el momento.

      Pero entre los fluctuantes ingresos de Elliott como entrenador personal en The Corner Spa y el salario mínimo que le daban a ella en el restaurante, se habían pensado mucho el tema de ampliar la familia. Karen no quería volver a encontrarse nunca en el desastre económico en el que se había visto cuando Elliott y ella se conocieron. Y él lo sabía, así que, ¿de dónde iba a salir el dinero para invertir en esa nueva aventura? No tenían ahorros para un nuevo negocio. A menos que él tuviera pensado sacarlo del fondo destinado para el futuro bebé. Solo pensarlo hizo que la recorriera un escalofrío.

      Y después estaba el tema de la lealtad. Maddie Maddox, que dirigía el spa, la jefa de Karen, Dana Sue Sullivan, y la esposa de Erik, Helen Decatur-Whitney, eran las dueñas de The Corner Spa y habían convertido a Elliott en parte integral del equipo. También la habían ayudado mucho a ella cuando era madre divorciada e incluso Helen había alojado a sus hijos durante un tiempo. ¿Cómo iba a dejarlas plantadas Elliott? ¿Qué clase de hombre haría eso? No el hombre con el que creía haberse casado, eso seguro.

      Aunque había empezado a intentar encontrarle sentido a su decisión de no contarle nada, parecía que esa estrategia no le había funcionado. Estaba removiendo la nueva olla de potaje con tanta energía que Dana Sue se acercó con gesto de preocupación.

      —Si no tienes cuidado, vas a convertirlo en puré —le dijo con delicadeza—. Y no es que no fuera a estar delicioso así, pero imagino que no es lo que tenías planeado.

      —¿Planeado? —contestó Karen con voz cargada de furia a pesar de sus buenas intenciones de dejar que Elliott le explicara por qué había actuado a sus espaldas—. ¿Quién planea nada ya o se ciñe al plan después de haberlo hecho? Nadie que yo sepa y, si alguien lo hace, no se molesta en discutir sus planes con su pareja.

      Dana miró a Erik como si no entendiera nada.

      —¿Me estoy perdiendo algo?

      —Le he dicho lo del gimnasio —explicó él con gesto de culpabilidad—. Al parecer, Elliott no le ha contado nada.

      Cuando Dana Sue asintió, Karen la miró consternada.

      —¿Tú también lo sabías? ¿Sabías lo del gimnasio y te parece bien?

      —Sí, claro —respondió Dana como si no fuera para tanto que Erik, Elliott y quien fuera más quisieran abrir un negocio que compitiera con The Corner Spa—. Maddie, Helen y yo aprobamos la idea en cuanto los chicos nos lo plantearon. Hace tiempo que la ciudad necesita un gimnasio para hombres. Ya sabes lo asqueroso que es el de Dexter. Por eso abrimos el The Corner Spa exclusivamente para mujeres en un primer momento. Esto será toda una expansión. De hecho, vamos a asociarnos con ellos. Su plan de negocio es fantástico y lo más importante de todo es que tienen a Elliott que, con su reputación y su experiencia, atraerá a muchos clientes.

      Karen prácticamente se arrancó el delantal.

      —Bueno, lo que me faltaba —murmuró. No solo su marido, su compañero y su jefa estaban metidos en esto, sino que también lo estaban sus amigas. Sí, de acuerdo, tal vez eso significaba que Elliott no estaba siendo desleal, como se había temido, aunque...

Скачать книгу