E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods
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Aunque había pensado que comentárselo a Tina haría que Dana Sue se diera cuenta de que no iban a dejarla en la estacada, la expresión de Dana indicaba más bien lo contrario.
—Espera un segundo.
Y entonces, para sorpresa de Karen, dijo:
—Espero que vayas a tomar un poco el fresco y a pensar en esto. No pasa nada, Karen. De verdad.
Una hora antes, Karen tal vez lo habría aceptado, pero ahora ya no tanto.
—No estoy de humor para calmarme. La verdad es que estoy pensando en divorciarme de mi marido —contestó con desesperación.
Al salir por la puerta trasera, oyó a Dana Sue decir:
—No lo dirá en serio, ¿verdad?
No esperó a oír la respuesta de Erik, pero lo cierto era que su respuesta no hubiera sido muy reconfortante.
Elliott había estado muy distraído mientras impartía su clase de gimnasia para mayores. Normalmente le encantaba trabajar con esas alegres señoras que compensaban con entusiasmo lo que les faltaba de estamina y fuerza. Y aunque le avergonzaba, incluso disfrutaba viendo cómo se lo comían con los ojos tan descaradamente e intentaban buscar excusas cada semana para hacer que se quitara la camiseta y poder admirar sus abdominales. En más de una ocasión las había acusado de ser espantosamente lascivas... y ni una sola se lo habían negado.
—Cielo, yo ya era una asaltacunas de esas que tan de moda están ahora antes de que inventaran el término —le había dicho en una ocasión Flo Decatur, que acababa de cumplir los setenta—. Y no me disculpo por ello. Puede que te salgas de mi rango habitual, pero hace poco he descubierto que incluso los hombres de sesenta me resultan algo insulsos. Puede que tenga que buscarme un hombre mucho más joven.
Elliott no había sabido qué responder y se preguntaba si la hija de Flo, la abogada Helen Decatur-Whitney, estaba al tanto de lo que pretendía su irreprimible madre.
Ahora miraba el reloj de la pared aliviado de ver que la hora había llegado a su fin.
—De acuerdo, señoras, ya vale por hoy. No olvidéis dar unos cuantos paseos esta semana. Una clase de una hora los miércoles no es suficiente para mantenerse en forma.
—Oh, cielo, cuando quiero que me bombee bien la sangre el resto de la semana, solo tengo que pensar en ti sin camiseta —comentó Garnet Rogers guiñándole un ojo—. Eso es mucho mejor que caminar.
Elliott sintió cómo le ardían las mejillas mientras las demás mujeres del grupo se reían a carcajadas.
—De acuerdo, ya vale, Garnet. Estás haciendo que me sonroje.
—Pues te sienta bien —le contestó sin importarle nada estar avergonzándolo.
Lentamente, las mujeres empezaron a marcharse mientras charlaban animadas sobre el baile que se celebraría en el centro de mayores y especulaban preguntándose a quién le pediría salir Jake Cudlow. Al parecer, Jake era el mejor partido del pueblo aunque, después de haber visto al señor calvo, con gafas y barrigudo en un par de ocasiones, Elliott no podía dejar de preguntarse cuáles eran los criterios de esas mujeres.
Estaba a punto de entrar en su despacho cuando Frances Wingate lo detuvo. Había sido la vecina de su mujer cuando Karen y él habían empezado a salir y ambos la consideraban prácticamente de la familia. Lo estaba mirando con gesto de preocupación.
—Te pasa algo, ¿verdad? Durante la clase has estado totalmente distraído. Y no es que te supongamos un gran desafío, porque probablemente podrías darnos clase sin sudar ni una gota, pero normalmente muestras un poco más de entusiasmo, sobre todo durante esa parte de baile que Flo te pidió que añadieras —le lanzó una pícara mirada—. ¿Sabes que eso lo hizo solamente para verte mover las caderas con la salsa, verdad?
—Me lo imaginaba. Ya no hay mucho más que pueda sorprenderme o avergonzarme de lo que hace Flo.
Frances no dejaba de mirarlo a los ojos.
—Aún no has respondido a mi pregunta.
—Perdona, ¿qué?
—No te disculpes y dime qué pasa. ¿Están bien los niños?
Elliott sonrió. Frances adoraba a Daisy y a Mack a pesar de que eran unos terremotos.
—Están muy bien —le aseguró.
—¿Y Karen?
—Está genial —respondió aun preguntándose cuánto de eso era verdad.
Tenía la sensación de que dejaría de estar genial cuando se enterara de lo que había estado tramando. Y la verdad es que no tenía ni idea de por qué no le había contado que quería abrir un gimnasio. ¿Es que había temido que no lo aprobara y que acabaran discutiendo? Tal vez sí. Era muy susceptible con los asuntos de dinero después de haberlo pasado tan mal con un exmarido que la había abandonado y dejado con una montaña de deudas.
Frances lo miró como si fuera a echarle una reprimenda.
—Elliott Cruz, no intentes soltarme un cuento. Puedo ver lo que piensas como hacía con todos los niños que han pasado por mi clase a lo largo de los años. ¿Qué pasa con Karen?
Él suspiró.
—Eres más astuta todavía que mi madre y eso que a ella tampoco pude ocultarle nada nunca —dijo lamentándose.
—Espero que no.
—No te ofendas, Frances, pero creo que la persona con la que debo hablar de esto es mi esposa.
—Pues entonces, hazlo —le advirtió—. Los secretos, incluso los más inocentes, pueden acabar destruyendo un matrimonio.
—Es que nunca tenemos tiempo para hablar de cosas —se quejó—, y esta no es la clase de conversación que puedo soltarle en un momento y marcharme corriendo después.
—¿Es algo que causaría problemas si ella se entera por otras personas?
Él asintió.
—Más bien sí.
—En ese caso habla con ella, jovencito, antes de que un pequeño problema se convierta en uno grande. Saca tiempo —lo miró con dureza—, y que sea más pronto que tarde.
Él sonrió ante su expresión de enfado. No le extrañaba que tuviera esa reputación como maestra; una reputación que seguía ahí incluso después de que se hubiera jubilado.
—Sí, señora.
Ella le dio un golpecito en el brazo.