Egipto, la Puerta de Orión. Sixto Paz Wells
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–Querido Jürgen, hay una fuerza superior a mí, que no sé cómo explicar, que me hace seguir sin medir las consecuencias y con una confianza absoluta. No sé si será fe, pero me ha convencido de que mi vida ha sido guiada desde siempre y que estoy haciendo lo que debo de hacer, y que al final seré conducida a realizar un servicio superior y trascendentalmente positivo.
»El estar tan cerca de los patrocinadores me permite estar siempre un paso por delante de ellos y saber o sentir lo que traman.
»Al principio lo único que me interesaba era demostrar mis teorías, aprender y conocer en profundidad la historia, y claro, como a cualquiera, llegar a ser famosa por mis descubrimientos. Pero de repente se fueron cruzando delante de mí sin haberlo anticipado todos los aspectos de la gran conspiración que hay contra el ser humano, que me han llevado a conocer el terrible peligro en que nos encontramos por vivir ignorantes de una trama maquiavélica que busca liberar a una serie de entidades exiliadas en este mundo a costa de destruir al planeta y acabar con la humanidad.
»Lo único que sé es que por razones que no entiendo ellos me necesitan y yo les soy extremadamente útil y necesaria. Sin mí, ellos están ciegos, sordos y torpes. No pueden captar lo que para mí es más que evidente.
»He descubierto que mi intuición complementa muy bien todas las capacidades y aptitudes que tengo. Y eso me da ventaja y me protege. Y que siendo la persona escogida para guiarlos en cierta forma puedo proteger también a la humanidad.
»Sinceramente te digo que ya no me interesan la fama, el prestigio o la riqueza.
–¡Aunque no te interesen ya los tienes, y mucho, Esperanza!…
–Tú bien sabes que todo lo conseguí rápido y sin buscarlo. Ahora lo que me interesa es llegar hasta el final para orientar de la mejor manera el desenlace final.
–¡Pero ellos no son tontos, Esperanza! ¡Ya deben estar sospechando tus intenciones y podrían querer deshacerse de ti en cualquier momento!
–¡No lo harían antes del final! Por eso me conviene hacerme imprescindible para ellos. Debo hacer que no puedan conectar los cabos sueltos sin mi ayuda e intervención, y cuando llegue el momento veremos qué es lo que decido o lo que puedo hacer, que espero que sea lo correcto y lo más adecuado.
–O simplemente déjate guiar como hasta ahora, cariño…
–¡Cierto! ¡Me voy a la ducha!
Esperanza se dio la vuelta y se quitó la camisa de manera sensual quedándose de espaldas completamente desnuda y caminando a propósito lentamente hacia el baño, dejando a su novio fascinado por su la belleza y picardía.
Estaba enjabonándose el cuerpo cuando Jürgen, igualmente desnudo, irrumpió en la ducha por detrás abrazándola y, tras besarle el cuello, le acercó un anillo con un hermoso diamante.
–¿Y esto? ¿No me digas que lo tenías todo planeado? ¡Eres un bribón!
–Ahora sí, formalmente somos novios. Déjame colocártelo en tu dedito.
Esperanza observó el romántico anillo en su dedo y se le saltaron las lágrimas, pero de felicidad. Se giró y abrazó a su novio.
–¡Jürgen, te amo!
–¡Y yo a ti, preciosa!
Se quedaron fuertemente abrazados bajo la ducha cuando sonó el móvil de Esperanza. Seguía sonando, por lo que ella tuvo que interrumpir aquel hermoso momento, ponerse una toalla y salir con el cuerpo mojado a contestar.
–¡Hola, buenos días!
–¡Hola, buenas tardes desde Roma, querida amiga!
–¿Padre Antonioni? ¿Es usted?
–¡Sí, querida Esperanza! ¡Soy yo!
–¡Qué alegría, padre! ¿Cómo está usted? Ha pasado ya mucho tiempo desde nuestro primer encuentro en Cuzco, luego en el Paititi y finalmente en Roma.
–¡Sin duda el tiempo pasa muy rápido, querida Esperanza, y más aún cuando se vive intensamente! Cuando mi trabajo se circunscribía a ser bibliotecario y paleógrafo en los subterráneos de la Santa Sede, cada día parecía una eternidad. Ahora es todo lo contrario.
»¿Cómo estáis tú y Jürgen?
–¡Jürgen está muy bien, padre Dante! Con mucho trabajo. Y precisamente hace un rato ¡me pidió matrimonio! ¿Lo puede creer? ¡Soy muy feliz!
–¡Enhorabuena, Esperanza! Hacéis una linda pareja. Se ve que estáis hechos el uno para el otro. Lo pude apreciar en la aventura del Paititi.
»¿Tienes pensado venir por Europa pronto? Porque si no fuese así queríamos invitarte a que vinieras nuevamente a Roma.
–Estos días iba a coordinar con mis patrocinadores aquí en los Estados Unidos un viaje que me llevaría a Egipto, pero necesariamente tendría que pasar por Europa. Hasta estaba pensando visitar varios lugares del viejo continente antes de llegar a terminar mis investigaciones en El Cairo.
–¿Y se puede saber qué es lo que vas a investigar en Egipto, Esperanza?
–¡La existencia de un portal dimensional! Algo similar a lo que hallamos en El Paititi.
–Pero, ¿por qué en Egipto? –preguntó Antonioni ocultando todas las informaciones previas que conocía al respecto.
–Mis patrocinadores quieren que encuentre la exacta localización de la Puerta de Orión, esa que conectaría con el lugar de origen de los guardianes y vigilantes extraterrestres que terminaron perdiendo la batalla del cielo.
»La de Egipto, padre, conectaría directamente con Orión.
–¡Caramba, caramba! Estás hablando de los ángeles que fueron deportados a la Tierra.
–¡Así es, padre Dante!
–Muy bien, suena fascinante y revelador. Ahora te pregunto: ¿recuerdas que en el interior de la caverna de la meseta del Pantiacolla en el Paititi estaba el gran disco de oro de los incas?
–¡Sí, lo recuerdo como si hubiese sido ayer!
–Pues recordarás también que al pie del gran disco había cuatro cristales verdes, y que uno de ellos servía de llave para que, tocando el disco de oro, este abriera el portal dimensional. Los otros se usaban de apoyo para localizar el lugar de salida y de entrada.
–¡Así es, padre!
–Muy bien, Esperanza. Estos cristales, como sabes, vinieron del cielo. No vinieron todos juntos, sino gradualmente, y aseguraron que la Tierra existiera en el tiempo alternativo.
»Si estás buscando la Puerta de Orión tendrás que localizar primero los cristales para esa puerta; ellos tendrían que ser tu prioridad.
–¡Tiene razón, padre! ¡Qué bien que me lo ha recordado y confirmado!
–A ver, Esperanza, y para complementar la información: ¿qué sabes de la Línea Sacra?
–¿Por