Se necesita una madre. Jeanne Allan
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–Es bonito –dijo y le acercó el ramo a Allie–. Huele.
Allie esperaba que después de olerlo, la niña y su padre se marcharían.
–¿Qué se dice, Hannah? –dijo Zane.
–Gracias.
Hannah. Allie sintió una gran pena. La niña se llamaba como la abuela de Zane. Ellos habían planeado que su primera hija se llamaría así. La pequeña podría haber sido la hija de Allie. Hizo un esfuerzo para contener el llanto. Después se puso rabiosa. Le había puesto el nombre a la hija de otra mujer. No es que le importara. Él ya no le importaba.
–Allie, ¿no estás lista todavía?
La voz de Davy la salvó. Le sonrió agradecida.
–Estoy lista y deseando marcharme.
–¿Eres su mamá?
Allie negó con la cabeza. Davy señaló a Cheyenne y dijo:
–Ahora ella es mi madre, así que Allie es mi tía.
–¿Y quién es tu hijo? –preguntó Hannah.
–No tengo hijos –contestó Allie.
–¿Por qué?
–Vamos, Hannah –dijo Zane con voz seria.
–Pero papá, a lo mejor sus hijos conocen a mamá.
Zane agarró a su hija y se marchó.
–¿Estás bien? –preguntó Worth agarrando a Allie por el hombro.
–¿Por qué todo el mundo me pregunta lo mismo?
–Davy dijo que estabas rara.
–Davy cree que estoy rara cada vez que me ve con un vestido. Dice que parezco una chica –imitó la voz de Davy–. Quiere que lleve vaqueros porque le prometí que después de la boda montaríamos a caballo. ¿Dónde ha ido?
–Se ha ido a despedir de los novios.
El barullo llamó la atención de Allie.
–Se marcharán los… –cuando vio la causa del alboroto se calló.
Hannah estaba en brazos de su padre con una gran rabieta. Con una mano sujetaba el ramo de flores, con la otra se agarraba a una de las columnas de metal. El resto de los invitados se reía y Zane se sonrojó. La cría pataleaba.
–Bájame –gritó.
Dejó a su hija en el suelo y ella salió corriendo hasta llegar frente a Allie. Le rodeó el cuello con los brazos y le dio un fuerte beso en la mejilla.
–Adiós –la pequeña se dio la vuelta y regresó donde estaba su padre–. Tenía que decirle adiós a Allie.
El resto de su vida sin Allie. ¿Durante cuánto tiempo tendría que pagarlo? ¿Aún no lo había castigado lo suficiente? Zane había pensado en la respuesta a esas preguntas durante cinco años. Ningún castigo, por duro que fuera, borraría lo que había hecho. Siempre lo perseguiría la cara que puso Allie cuando se lo contó.
Pensó que lo superaría. Que llegaría a aceptar que Allie nunca formaría parte de su vida. Pero desde el momento en que la vio en la boda de Cheyenne, supo que se había estado engañando.
La idea le vino cuando volvía a casa. Quizá el pastel tenía demasiada azúcar. O el aroma de las flores le había afectado al cerebro.
Zane agarró el teléfono, pero lo volvió a colgar. Si bebiese se serviría una gran copa de coraje. Ya no bebía alcohol, y sabía que cuando lo hacía se convertía en un idiota y no en un valiente.
Allie evitó mirarlo durante el banquete. No es que fuera un hombre irresistible. Era un chico normal, moreno y con mandíbula prominente.
Con respecto a Zane, Allie se había comportado como una idiota. Lo suficiente como para enamorarse de él. No iba a dejarse atrapar por su actuación lastimera. No lo creería.
Zane miró el teléfono. Pensó en la potrilla. Maldita sea, aunque él hubiera arruinado su vida, la potra se merecía ayuda. Llamaría.
Allie le colgaría el teléfono.
Enfadado, dejó el aparato y se levantó. Allie reapareció en sus pensamientos. Lo peor eran las noches. Pensando en Allie. Recordando pequeños detalles, como por ejemplo, la forma en que ella sacaba la lengua hacia un lado cuando se concentraba. Zane solía bromear y le decía que un día estaría concentrada montando a caballo y que éste saltaría y ella se mordería la lengua.
El deseo se apoderó de Zane. Quería mordisquearle la lengua. Con cariño. Con amor.
Había desperdiciado ese privilegio, y ese amor.
Observó como pastaban los caballos. La potrilla estaba en el medio. Nunca se quedaría sola. Los otros caballos la protegerían. No se fiaba de las personas.
Allie podría enseñarle a confiar.
Si él no la llamaba, Allie no podría ayudar a la potra. Se dirigió hacia el teléfono, después se detuvo.
Si no la llamaba, Allie no podría decir que no. No había ninguna razón por la que pudiera aceptar, y demasiadas para que dijera que no. Si decía que no…
Zane no recordaba cuándo había conocido a Allie. Al principio sólo era una de las hermanas de Worth. Después, cuando ella tenía dieciséis años, él se enamoró. Cuando Allie cumplió dieciocho, Zane le pidió que se casara con él.
La madre de Allie les pidió que esperaran. Mary Lassiter se casó muy joven. Beau Lassiter era un vaquero de rodeo, encantador, pero de débil personalidad. Cuando Mary se quedó embarazada de Worth, Beau la llevó otra vez al rancho de sus padres. La dejó allí mientras él participaba en el circuito de rodeo. Él volvía al rancho para que Mary lo curara cuando un toro lo tiraba al suelo. Después se volvía a marchar solo, y casi siempre dejaba a Mary embarazada.
Con la ayuda de Yancy Nichols, el padre viudo de Mary, crió a los cuatro niños. Greeley ni siquiera era suya. Mary nunca se quejó. Cuando les pidió que esperaran, Zane supuso que ella quería que Allie estuviese segura. Después se preguntaba si es que él le recordaba a Beau.
No se parecía en nada a Beau Lasitter.
Quería culpabilizar a Beau de lo que había sucedido, por comportarse de forma irresponsable había conseguido que sus hijos se hicieran adultos antes de tiempo. Zane era seis años mayor que Allie. A menudo le decía que tenía que relajarse y vivir un poco, pero ella era inflexible y no toleraba que otros tuvieran un espíritu juvenil. Como él.
No. No tenía excusa. La culpa de lo que había sucedido sólo era suya, de Zane Peters.
No debía de haber ido a la boda de Cheyenne, pero la tentación de ver a Allie, de hablar con ella era superior a sus fuerzas. Cuando la vio junto a su hermana