La última vez que te vi. Liv Constantine

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La última vez que te vi - Liv Constantine HarperCollins

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él, rígido.

      Sintió la rabia por dentro como si fuera ácido, empezando en el estómago para subirle después por la garganta. El recuerdo de lo que había sucedido la última vez que lo vio la golpeó con la fuerza de un maremoto, pero se mantuvo en pie. Tenía que estar tranquila, mantener la compostura.

      —La muerte de Lily ha sido una tragedia terrible —comentó—. No es momento para mezquindades.

      Él la miró con frialdad.

      —Qué amable por tu parte volver corriendo —le dijo.

      Se inclinó entonces hacia ella y le puso un brazo en el hombro, un gesto que cualquiera habría interpretado como amistoso, y le susurró con rabia:

      —Ni se te ocurra volver a intentar meterte entre nosotros.

      Blaire retrocedió, irritada porque hubiera tenido el descaro de hablarle de ese modo, y sobre todo aquel día. Estiró los hombros y le dedicó su mejor sonrisa de escritora.

      —¿No deberías preocuparte más por cómo lleva tu esposa el asesinato de su madre que por mi relación con ella? —le preguntó, y borró la sonrisa de su cara—. Pero no te preocupes, no volveré a cometer el mismo error. –«Esta vez me aseguraré de que tú no te interpongas entre nosotras», pensó mientras se alejaba.

      Se dirigía hacia el cuarto de baño del primer piso para lavarse antes de la comida cuando algo de fuera llamó su atención. Se acercó a la ventana y vio a un hombre uniformado de pie en la sombra, junto al camino de la entrada. Tardó un minuto en reconocerlo: era el chófer de Georgina. ¿Cómo se llamaba? Algo que empezaba por R… Randolph, eso era. Él las llevaba en coche cada vez que a Georgina le tocaba encargarse del transporte de las niñas. Le sorprendió un poco que siguiera vivo. Ya le parecía anciano tantos años atrás, pero viéndolo ahora se daba cuenta de que por entonces debía de tener cuarenta y pocos años. Entonces vio a Simon acercarse y estrecharle la mano antes de sacar un sobre del bolsillo del abrigo. Randolph miró nervioso a su alrededor, después aceptó el sobre con un gesto de cabeza y se metió en su coche.

      Simon ya se dirigía hacia la entrada, de modo que Blaire se apresuró a entrar en el tocador antes de que pudiera verla. No imaginaba qué asuntos podría tener Simon con el chófer de Georgina, pero pensaba averiguarlo.

      3

      —El asesino estaba hoy en el cementerio, quizá incluso en nuestra casa. —A Kate se le quebró la voz al entregarle su móvil al detective Frank Anderson, del Departamento de Policía del condado de Baltimore. Su presencia la tranquilizaba, su actitud decidida y segura de sí misma, y de nuevo volvió a sorprenderle lo a salvo que se sentía con aquella apariencia de fuerza física.

      Sentado frente a Simon y a ella en su salón, leyó el mensaje de texto con el ceño fruncido.

      —No saquemos conclusiones precipitadas. Podría tratarse de un bicho raro que ha leído sobre la muerte de su madre y el funeral; se le ha dado mucha cobertura informativa.

      Simon se quedó con la boca abierta.

      —¿Qué clase de perturbado hace algo así?

      —Pero se trata de mi móvil personal —objetó Kate—. ¿Cómo podría haber conseguido el número un desconocido?

      —Por desgracia, en la actualidad es bastante sencillo conseguir un número de teléfono. La gente puede usar muchos servicios de terceras personas. Y había varios cientos de personas en el cementerio. ¿Las conocía a todas?

      —No —respondió negando con la cabeza—. Pensamos en celebrar un funeral privado, pero mi madre estaba tan ligada a la comunidad que sentimos que habría querido que estuviese abierto a cualquiera que quisiera presentar sus condolencias.

      El detective tomaba notas mientras hablaban.

      —En circunstancias normales, daríamos por hecho que se trata de un chiflado, pero, dado que estamos ante un crimen sin resolver, nos lo tomaremos más en serio. Con su permiso, vamos a pedir que le pinchen el teléfono. También me gustaría hacerlo con su teléfono de casa y con sus ordenadores. Así podremos ver en tiempo real si recibe más amenazas, y podremos rastrear la dirección IP.

      —Por supuesto —respondió Kate.

      —Llevo encima un equipo que me permite hacer una réplica de su teléfono. Lo haré cuando hayamos terminado y veremos si puedo rastrear este mensaje y descubrir quién lo envió. Haga lo que haga, no responda si vuelve a saber algo de él. Si se trata de un acosador, querrá que haga justo eso. —Le dedicó a Kate una mirada compasiva—. Siento mucho que tenga que enfrentarse a esto aparte de a todo lo demás.

      Kate sintió solo un ligero alivio cuando su marido acompañó a Anderson hasta la puerta. Pensó en la última vez que había recibido una noticia aterradora por teléfono, la noche en que Harrison había encontrado a Lily. Había visto el número de su padre en la pantalla y, al responder, había oído su voz frenética.

      —Kate. Nos ha dejado. Nos ha dejado, Kate —sollozaba al otro lado de la línea.

      —Papá, ¿de qué estás hablando? —preguntó ella sintiendo cómo el pánico se extendía por su cuerpo.

      —Alguien ha entrado en la casa. La han matado. Dios mío, esto no puede ser verdad. No puede ser cierto.

      Kate apenas había logrado entender sus palabras de tanto como lloraba.

      —¿Quién ha entrado? ¿Mamá? ¿Mamá está muerta?

      —Sangre. Sangre por todas partes.

      —¿Qué ha ocurrido? ¿Has pedido una ambulancia? —le preguntó con tono agudo, a punto de dejarse sobrepasar por los nervios.

      —¿Qué voy a hacer, Katie? ¿Qué voy a hacer?

      —Papá, escúchame. ¿Has llamado al nueve uno uno? —Pero a través del teléfono solo había oído sus sollozos entrecortados.

      Se había montado en el coche y había recorrido aturdida los veinticinco kilómetros hasta casa de sus padres tras escribir un mensaje a Simon para que se reuniese con ella allí lo antes posible. Vio las luces rojas y azules a dos manzanas de distancia. Al acercarse a la casa, una barrera policial le cortó el paso. Al bajarse del coche, vio el Porsche de Simon detenerse detrás de ella. Los del servicio de emergencia, la policía y los CSI entraban y salían de la casa. Con pánico creciente, se alejó corriendo del coche y se abrió paso entre la multitud, pero un agente se le puso delante con los brazos cruzados, las piernas separadas y el ceño fruncido.

      —Lo siento, señora. Se trata de la escena de un crimen.

      —Soy su hija —le dijo ella, tratando de pasar mientras Simon corría hacia ella—. Por favor.

      El agente de policía negó con la cabeza y le puso una mano delante.

      —Saldrá alguien para hablar con usted. Lo siento, pero voy a tener que pedirle que se aparte.

      Y entonces observaron y esperaron juntos, aterrorizados, mientras los investigadores entraban y salían, con cámaras, bolsas y cajas, y colocaban cinta policial amarilla sin ni siquiera mirarlos. Los equipos de televisión no habían

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