E-Pack HQN Jill Shalvis 2. Jill Shalvis
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Oh, Dios…
Él deslizó la palma de la mano por su nalga y por la parte trasera de su muslo.
–¿Estás bien?
¿Estaba bien? Hizo un rápido recuento. Estaban en el suelo, y ella nunca se había sentido tan cómoda ni tan satisfecha. No podía moverse, solo podía seguir allí tumbada con su cara en el hueco del hombro de Lucas. Asintió; estaba demasiado relajada como para ponerse a la defensiva por aquella pregunta. Él olía deliciosamente bien, y no pudo resistir la tentación de lamerle la piel.
–¿Acabas de chuparme como si fuera una piruleta? –le preguntó Lucas, en un tono perezoso y lleno de humor.
En vez de responder, ella le clavó los dientes.
Él soltó un siseo y rodó hasta que la tuvo bajo el cuerpo. Le tiró suavemente del pelo para exponer su cuello y devolverle el favor, mordisqueándole la garganta, la curva del hombro…
Y, cuando siguió hacia abajo, ella se arqueó hacia él.
–¿Otra vez? –murmuró, agarrándose a su pelo.
–Oh, sí, otra vez –respondió él.
Sin embargo, en aquella ocasión, la levantó del suelo en sus brazos con un movimiento ágil y atlético.
–Pero, ahora, vamos a tu cama. ¿Dónde está la luz?
Aquella pregunta fue como un jarro de agua fría para Molly.
–¿Por qué? –preguntó.
–Quiero verte.
No. Eso no iba a suceder. Ella se zafó de sus brazos y buscó su ropa a tientas y, cuando tocó algodón, lo tomó y se lo puso por la cabeza.
La tela cayó hasta sus muslos. Era la camiseta de Lucas.
–¿Molly?
–No te muevas –le dijo ella–. Te vas a tropezar.
Caminó hasta la pared y encendió la luz. Pestañeó mientras sus ojos trataban de adaptarse al repentino brillo.
Lucas estaba en el centro de la habitación, desnudo, glorioso, perfectamente adaptado a la luz. Tenía un físico increíble.
Sin embargo, fue su expresión lo que estuvo a punto de pararle el corazón. Era de afecto, de una ligera preocupación.
Ella le gustaba.
Y él le gustaba a ella. Demasiado. Estaba sintiendo demasiadas cosas, y eso la aterrorizaba. Además, no tenía sentido para ella, porque siempre había necesitado sentirse cómoda y segura para enamorarse.
Y no se sentía ni cómoda, ni segura. No creía que aquello pudiera funcionar, así que no tenía ninguna seguridad.
–Me gustas así –dijo él, al verla con su camiseta, y caminó hacia ella–. Pero me gustarías más…
Ella retrocedió, y él se detuvo. Ladeó la cabeza.
–¿Tenemos algún problema? –preguntó.
–Tú no tienes ningún problema. El problema lo tengo yo.
–¿Y cuál es?
Ella miró a todas partes, salvo a él. Al techo, al suelo. Al sofá donde acababan de estar. Dios, ya nunca iba a poder mirar igual aquel sofá…
–Molly.
Ella cerró los ojos con fuerza. Se sobresaltó al oír su teléfono móvil, y fue a responder la llamada.
Era su padre.
–Sharon no ha venido –le dijo él.
Sharon era la enfermera que iba a cuidarlo a casa, por horas. Iba dos tardes a la semana y se quedaba hasta la cena. Ella misma cocinaba, o le llevaba comida preparada. Aquella noche era la noche de Sharon; Molly miró la hora. Era casi medianoche. Su padre llevaba solo demasiado tiempo.
–Yo te llevo la cena –le dijo.
–¿Te he despertado?
–No.
–¿Seguro? Parece que te falta el aire. ¿Va todo bien?
–Claro que sí, papá. ¿Qué quieres cenar?
–Un Big Mac.
–Ya no puedes tomar de esas cosas. Tu médico ha dicho que tienes el colesterol por las nubes.
–Sois unos aguafiestas.
–Estoy allí dentro de media hora.
Colgó el teléfono y se giró hacia Lucas.
–Tengo que irme.
Rebuscó en su mochila los pantalones que se había quitado en el Pueblo de la Navidad para ponerse el traje de elfo.
–No llevas ropa interior –comentó Lucas, en un tono de aprobación, al ver que ella se ponía el pantalón sin buscar las bragas.
Ella lo miró, y él sonrió.
–Solo con eso, voy a tener sueños muy agradables durante mucho tiempo.
Lo mismo iba a ocurrirle a ella solo con haber oído aquella voz enronquecida y sensual. Se puso una de las botas y el tacón se torció, y él se estremeció por ella. Se acercó para sujetarla, pero ella lo apartó.
–¡No pasa nada!
Se sentó en el suelo, se calzó la otra bota y se apartó el pelo de la cara. Después, giró a su alrededor, encontró el impermeable que él le había prestado antes y se lo puso sobre su camiseta. Tomó el bolso y se dirigió hacia la puerta.
–Molly.
–Cierra al salir –le dijo ella, y, sin mirar atrás, salió corriendo como la cobarde que era.
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