E-Pack HQN Jill Shalvis 2. Jill Shalvis
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–Ni hablar.
–No, no pasa nada, de verdad. Ahora mismo vuelvo –dijo Molly.
Rodeó el tráiler hasta que llegó a la puerta, para que no se notara que acababa de salir del bosque, subió las escaleras y entró.
Louise y Santa estaban consultando un libro de contabilidad. Los dos alzaron la cabeza cuando ella entró.
–Hola –dijo, amablemente, saludando con la mano.
Louise sonrió.
Santa Claus, no.
–Solo quería darles las gracias por contratarme –dijo Molly–. Esta noche lo he pasado muy bien, y quería saber qué otras noches van a necesitarme esta semana.
Santa puso los ojos en blanco y pasó por delante de ella sin decir una palabra. Louise abrió el horario en su ordenador portátil.
–Hasta el viernes por la noche, no. Así que, dentro de tres noches.
–Allí estaré –dijo Molly–. Bien, gracias de nuevo. Buenas noches.
Salió por la puerta rápidamente y rodeó el tráiler de nuevo, donde se topó con un muro de ladrillo que le resultó muy familiar.
Lucas absorbió con facilidad el impacto y la rodeó con un brazo. Se la llevó de nuevo hacia los árboles.
–Si querías que estuviéramos a solas, solo tenías que decirlo –le dijo ella con la respiración entrecortada, y no solo por lo rápidamente que caminaban.
–Pues claro que quiero que estemos a solas –dijo él, y le susurró al oído–. Pero, como ya te he dicho, no en medio del bosque, ni…
Se quedó callado al ver que ella sacaba algo de su traje de elfo. Era una cartera de hombre.
–Es de Santa –le dijo.
Él enarcó las cejas.
–¿Te has encontrado la cartera de Santa Claus?
–Se la he levantado del bolsillo trasero.
Lucas se quedó asombrado.
–¿Sin que él se diera cuenta?
–Sí, esa es la definición de «robar».
Él cabeceó.
–No sé si me siento impresionado o…
–¿Espantado? Sí, me lo imagino –dijo ella, encogiéndose de hombros–. Los hombres reaccionan así conmigo muy a menudo.
Empezó a darse la vuelta, pero él la agarró.
–O asombrado –terminó él–. No sé si me siento impresionado o asombrado.
–Es más o menos lo mismo –dijo ella con la esperanza de que él no notara que se estaba ruborizando de placer.
Lucas sonrió.
–Eres tan buena como Joe –dijo–. Pero creo que me gusta más trabajar contigo.
Ella se deleitó con el cumplido. Aunque ya no usaba mucho todo lo que habían aprendido Joe y ella de pequeños, se alegraba de no haber perdido la práctica.
–No he podido echar un buen vistazo ahí dentro –dijo–, vamos a tener que esperar a que se vayan y volver a entrar.
Esperaron unos minutos, hasta que se apagó la luz del tráiler y Louise se marchó.
–¿Estaba Santa con ella? –susurró Molly.
–No creo.
–Tenía que estar. La oficina se ha quedado a oscuras. Debe de haber salido sin que lo veamos. Vamos ya.
–No –dijo Lucas, mientras ella empezaba a subir las escaleras del tráiler–. Molly, espera…
Antes de que él pudiera terminar de hablar, apareció un coche que paró detrás de ellos.
En aquel preciso instante, se abrió la puerta del tráiler. Molly se quedó helada, pero Lucas la abrazó y empezó a besarla apasionadamente. Ella se quedó tan anonadada, que siguió inmóvil.
Pero Lucas, no. Le rodeó la cintura con un brazo y le sujetó la nuca con la otra mano, mientras la besaba de tal modo que a ella empezaron a temblarle las rodillas. Debió de darse cuenta, porque la levantó con facilidad e hizo que apoyara el trasero en la barandilla mientras hacía que el beso se volviera más y más profundo.
Vagamente, ella sabía que lo estaba haciendo para encubrirlos a los dos, pero era difícil concentrarse en eso. Porque, si aquella era su forma de resolver los problemas… le gustaba mucho su forma de trabajar.
–Dios Santo –murmuró Santa Claus, al pasar cerca–. Vayan a un hotel.
Molly apenas oyó que el tipo bajaba las escaleras e iba al coche, donde entró con la bolsa de lona llena de dinero. Se sentó en el asiento del pasajero.
Lucas la soltó y se giró para observar el coche.
Santa y el conductor también se giraron para mirarlo y, por un segundo, todos se miraron fijamente los unos a los otros.
Después, el coche se marchó.
Lucas se volvió hacia Molly, que todavía estaba apoyada en la barandilla, atontada. Al mirarla, él cabeceó con incredulidad.
Ella tampoco daba crédito a lo que había ocurrido. Él había conseguido que pasara del frío al calor en un abrir y cerrar de ojos con aquel beso sensual y erótico. De hecho, se le habían olvidado el caso y la temperatura. Sabía que debía intentar resistirse, porque, a pesar de la atracción física que sentían, para ella aquel asunto iba mucho más lejos.
–El coche no tenía matrícula –dijo él–. ¿Has visto al conductor?
Ella bajó de un salto de la barandilla.
–Llevaba un sombrero bien calado. Tenía un aspecto muy sospechoso. Y eso de llevarse todo el dinero en una bolsa de lona a reventar también es muy sospechoso.
–Sí. En realidad, todo este lugar es muy sospechoso y horripilante –dijo él.
–Ya te dije que sacan pasta. La cuestión es… ¿adónde va ese dinero?
Se giró hacia el tráiler, pero Lucas la agarró.
–Todavía no –le dijo–. Vamos al coche a esperar media hora para que este sitio se quede vacío del todo.
–Ya se ha ido todo el mundo.
–Eso es lo que has pensado la última vez. Ya te has arriesgado lo suficiente por una noche.
Tenía razón.
–Lucas…