E-Pack HQN Jill Shalvis 2. Jill Shalvis

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E-Pack HQN Jill Shalvis 2 - Jill Shalvis Pack

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lo digas –murmuró ella, cuando estuvo frente a él.

      –¿El qué?

      –Lo que piensas.

      Lucas cabeceó. Era mejor no decirlo, porque lo que pensaba era que quería echársela al hombro y llevársela a su casa, donde le quitaría aquel vestido de licra barata y le besaría hasta el último centímetro de piel hasta que ella le rogara más y más.

      –Bueno, he cambiado de opinión –dijo Molly, mirándolo fijamente–. Dímelo.

      No iba a decírselo ni aunque le estuvieran amenazando con una pistola.

      –Estás… verde.

      Ella puso los ojos en blanco.

      –Qué gracioso.

      Entonces, comenzó a caminar por la primera calle. Como avanzó varios metros por delante de él, Lucas pudo admirar su parte trasera tanto como había admirado la delantera.

      Al darse cuenta de que no la seguía, Molly se giró con exasperación.

      –¿Vienes o no?

      –¿Adónde vas?

      –Voy a trabajar en el bingo de las ocho en punto. Pensaba que querrías entrar a la sala, sentarte al fondo y vigilar.

      –Bingo –repitió él.

      –Sí. ¿Estás listo?

      Él la miró a los ojos y se echó a reír. Pensaba que lo había visto y oído todo, pero aquello se le escapaba. No, no estaba listo para ir al bingo. Ni para trabajar tan estrechamente con ella. No estaba listo para ella, en general.

      –Tú primero –le dijo.

      Ella le lanzó una sonrisa y lo dejó aún más embobado que con el pequeño traje de elfo.

      –Sígueme.

      Como si pudiera hacer otra cosa.

      #LocosPorElBingo

      Molly aprendió dos cosas aquella noche. En primer lugar, que el bingo no era una cosa para dulces ancianitas. Más bien, era como un feroz combate de lucha libre cuyo ganador se lo llevaba todo.

      Y, en segundo lugar, que Lucas era un imán para las señoras mayores. Se sentó solo, pero, a medida que la sala iba llenándose de clientela, se vio rodeado de oohs y aaahs.

      –¿Eres nuevo, cariño? –le preguntó una.

      –No te preocupes –le dijo otra, sentándose al otro lado–. Nosotras te enseñamos cómo va.

      Él miró a Molly. Ella habría pensado que el enorme y peligroso Lucas Knight no le tenía miedo a nada, pero en aquel momento tenía una mirada de aprensión. Ella le sonrió y le hizo un gesto con los pulgares en alto para darle ánimos.

      Dos segundos después le llegó un mensaje de texto que decía: Me vengaré.

      Vaya. Se arriesgó a mirarlo de nuevo y lo vio rodeado por moños grises temblorosos. Pero, aun así, Lucas le lanzó una sonrisa que consiguió derretirla por dentro.

      ¿Por qué cada vez le resultaba más difícil resistirse a él?

      –¿Qué tengo que hacer? –les preguntó a dos elfos de gorro verde, que se habían presentado como Shirley y Lorraine.

      –Ya que eres el elfo más guapo que se haya visto por aquí –dijo Shirley–, puedes dar los números. Cuando salgan en la pantalla, tú los cantas en voz alta. La mayoría de los jugadores son sordos, así que también los proyectamos en la pantalla grande. Eso lo hace Lorraine. Que no se te olvide flirtear con el público, hacer guiños y cosas de esas.

      –Y hazlo con gracia –le dijo Lorraine–. Puede que así nos den propinas más grandes y, por fin, el jefe se ponga contento y nos pague una parte mayor de ellas esta noche.

      –Yo no he llegado a conocerlo –comentó Molly–. ¿Acaso está… descontento?

      –No debería –dijo Janet, acercándose a la mesa del bingo–. Siento llegar tarde.

      Molly se quedó mirándola sorprendida, porque la otra noche, en su casa, había dicho que no iba a trabajar más hasta que no le pagaran lo que se merecía.

      Janet se encogió de hombros.

      –Los elfos de gorro verde ganan más propinas –dijo–. Y necesito el dinero.

      –Pues parece que Santa Claus, también –comentó Shirley–. Acaba de hacerse una casa en Napa, y se ha comprado un coche nuevo. Y ha empezado a reformar el salón de bingo –dijo y señaló la mitad posterior del edificio, que estaba completamente tapado con grandes lonas.

      –Y mandó a su última mujer a un crucero de tres meses por el mundo –dijo Lorraine–. Que no se te olvide eso.

      –Pero… ¿No te has enterado? Carol lo dejó el mes pasado. Se dice que él está con otra.

      –Un momento… ¿Es que tampoco os paga vuestra parte de las propinas? –preguntó Molly, intentando que no se desviaran del tema principal.

      Ellas se miraron y, de repente, se quedaron calladas.

      –Bueno, no quiero cotillear –dijo Molly–, pero tenéis derecho a cobrar vuestras propinas. Si todas dijerais algo, puede que…

      –Escucha –dijo Shirley y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie las estaba mirando–. Eres nueva y no lo sabes, pero no es muy seguro hacer demasiadas preguntas por aquí.

      –¿Qué significa que no es seguro? –preguntó Molly–. ¿Es que estamos en una película de gánsteres?

      Las mujeres no sonrieron.

      Vaya…

      –La mujer que me contrató en la oficina, Louise, me dijo que todas ganamos el sueldo mínimo, una parte de las propinas y un porcentaje de los beneficios.

      Los elfos dieron un resoplido.

      Shirley miró a su alrededor y se inclinó hacia delante.

      –Nos imaginamos que están cometiendo desfalco, robando todos los beneficios, y eso nos deja a nosotras con el sueldo mínimo nada más.

      –¿Y estáis seguras de que hay beneficios? –preguntó Molly.

      –Sí –dijo Shirley–. Lo verás por ti misma al final de la noche.

      Entonces, empezaron a dirigir el bingo, que duró tres horas, para una legión de ancianos que se tomaban el juego muy en serio.

      –Pensaba que la gente mayor se cansaba enseguida –le comentó Molly a Shirley en cierto momento.

      Shirley

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