E-Pack HQN Jill Shalvis 2. Jill Shalvis
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Ella se cruzó de brazos.
–No sé si te has dado cuenta, pero, cuando alguien me dice que no, tengo tendencia a rebelarme por el mero hecho de rebelarme.
–Me alegro de saberlo –dijo él, y señaló hacia el tráiler–. Entonces, pídele trabajo a un tipo que es un desgraciado y, posiblemente, un criminal.
–El criminal es su hermano –dijo ella.
Lucas hizo un gesto negativo con la cabeza.
–Muy bien. Entonces, ve a trabajar para dos criminales.
–Me parece un buen plan –dijo ella. Le entregó su limonada y fue hacia la puerta.
–Mierda –murmuró él–. Te lo has ganado a pulso, listo –se dijo.
Tiró el vaso de limonada a una papelera y la siguió.
Ella alzó una mano.
–No, tú vas a esperar aquí.
Él siguió andando, y chocó con su mano.
–¿Cómo tú esperaste en casa de mi madre?
Ella dejó la palma de la mano en su pecho. No sabía cómo lo conseguía, pero siempre estaba caliente y, teniendo en cuenta que los latidos de su corazón eran lentos y constantes, siempre estaba calmado.
–Tienes que esperarme aquí –dijo ella–. No me van a contratar si voy con un guardaespaldas grande y malhumorado.
Él cubrió su mano con la de ella.
–Me encantaría ser tu guardián en cualquier momento, pero no te olvides de que tenemos un trato. Somos socios.
–Sí, ya lo sé. Así que yo voy a investigar aquí mientras tú investigas desde otro ángulo, y nos reunimos después para comparar lo que hemos averiguado.
–Molly…
–No digas que no puedo hacer esto.
–En realidad, tú eres inteligente y muy astuta para salirte con la tuya. Yo creo que puedes hacer lo que te propongas. Pero esta noche, estás limitada.
Ella se puso tensa.
–No…
–Estás tratando de no forzar la pierna. Y mucho. Si tenemos que salir corriendo…
–Puedo correr. Paso las pruebas físicas de Archer todos los años, como el resto de vosotros –dijo ella, acaloradamente, porque él estaba tocando su fibra más sensible en aquel momento.
–Pero te duele –dijo él.
–¿Y qué? –preguntó ella, y lo apartó de un empujón–. Yo casi siempre tengo dolor. Me aguanto y resisto, así que tú también puedes hacerlo. Y esto lo tengo controlado. A menos que pienses que no estoy a la altura.
Él era un hombre listo y sabía reconocer un desafío cuando lo tenía delante, así que la soltó. Entonces, Molly entró en la oficina y se encontró a otro elfo detrás de la recepción, tecleando a toda velocidad en una vieja máquina de escribir.
–Hola –dijo Molly–. He venido por el trabajo de elfo.
La mujer alzó la vista. Como las demás, debía de tener unos setenta años, y Molly rezó porque aquello no fuera una condición para ser contratada.
–¿Tú quieres ser elfo? –le preguntó a Molly con incredulidad.
–Sí.
–Pero si tienes… doce años.
–Tengo veintiocho –respondió Molly.
El elfo pestañeó.
–Pero si ni siquiera te van a dar la paga de la seguridad social hasta dentro de un millón de años.
–O nunca –dijo Molly–, teniendo en cuenta el clima político actual, y todo eso.
La mujer no sonrió.
–Me llamo Molly, ¿y tú?
–Louise.
–Bueno, tienes razón, Louise, yo no cobro los cheques de la seguridad social. ¿Eso es un requisito?
–No, no.
–Bueno, y ¿qué hacen los elfos?
–Cumplir las órdenes de Santa Claus. Los elfos con los gorros blancos son las abejas obreras. Han creado los géneros que se venden, llevan los puestos y venden comida. Los elfos con los gorros verdes llevan el bingo. Supongo que tú no sabes hacer punto, ni crochet, ni coser, ni bordar, ¿no?
–¿Y por qué piensas eso?
–Porque no lo hace nadie que tenga menos de cincuenta años.
–Eso es cierto. Bueno, entonces, tendré que ser un elfo de gorro verde –dijo Molly–. ¿Estoy contratada?
–¿Tienes alguna experiencia como elfo?
–Bueno, tengo experiencia con hombres autoritarios, tipo alfa. Sé cómo conseguir que hagan lo que yo necesito que hagan –respondió Molly–. Y el verde me queda muy bien.
–Esas dos cosas son un plus –dijo Louise, y se levantó de su taburete para hacer unos estiramientos de cuello–. Dios, ojalá tuviera sesenta años otra vez –dijo. Tomó una tablilla de madera y se la entregó a Molly–. Rellena este formulario.
–¿Y con eso estoy contratada?
–Si te cabe el último traje que queda, sí –respondió Louise–. Es muy pequeño, porque la mujer que lo utilizaba medía solo un metro cuarenta y siete centímetros con tacones, así que no sé si te va a tapar todo el asunto.
Oh, vaya.
El elfo le enseñó el camino hacia el baño. Ella se encerró y se miró al espejo.
–Por los elfos de todo el mundo –murmuró y comenzó a desnudarse.
Lucas había recorrido todo el recinto mientras esperaba que Molly saliera de la oficina. Le habían sonreído, le habían guiñado un ojo e incluso había recibido una proposición por parte de un elfo muy desenvuelto que había en el puesto de algodón de azúcar.
Había escrito dos mensajes a Molly con un signo de interrogación, y había recibido dos respuestas con dos signos de interrogación cada una.
No sabía qué significaba eso.
Cuando, por fin, se abrió de nuevo la puerta de la oficina, él se había comido tres perritos calientes.
Molly apareció vestida de… Dios. Llevaba un traje de elfo diminuto, con orejas en pico, el gorro de elfo y un