La paternidad espiritual del sacerdote. Jacques Philippe
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Una verdadera paternidad se manifiesta así poco a poco en la vida de quienes se dejan configurar con Cristo en su vida de sacerdotes. No es algo que se pueda reivindicar o imponer a los demás: «Soy sacerdote y, a partir de ahora debes acogerme como a tu padre». Eso no funciona, sobre todo hoy. La paternidad es una cosa difícil y exigente, que se merece poco a poco, por actitudes justas, en un camino de conversión continua hacia un amor puro y desinteresado. No se puede dar moneda falsa al pueblo de Dios; se da cuenta muy pronto. No se deviene padre más que muy progresivamente, en particular por un total olvido de sí.
Ser sacerdote y representar al Padre no es un título de gloria, sino una enorme responsabilidad. Cuántas personas se han alejado de la Iglesia por haber quedado heridas por la actitud de algunos sacerdotes.
[1] Mt 23, 9.
[2] Jn 14, 9.
[3] Mt 9, 36.
2.
UNA PENTECOSTÉS SACERDOTAL
CON TODO, CREO QUE EL SEÑOR prepara una renovación del sacerdocio, y que todas las recientes revelaciones dolorosas sobre el pecado de algunos sacerdotes, aunque sin duda son una invitación a una purificación y una renovación en profundidad del sacerdocio, son también las primicias de una obra del Espíritu Santo que le devolverá su hermosura. Querría citar unas líneas de un libro publicado recientemente[1], que refiere palabras de Jesús a un monje benedictino, llamado a consagrar su vida a rezar por la renovación del sacerdocio, y que ha fundado un monasterio en Irlanda con ese fin. Estas palabras se le comunicaron en octubre de 2007.
Hoy, creo que fue durante los misterios gloriosos de Rosario, el Señor me habló de una Pentecostés sacerdotal, de una gracia obtenida por la intercesión de la Virgen María para todos los sacerdotes de la Iglesia. A todos se les ofrecerá la gracia de una nueva efusión del Espíritu Santo para purificar el sacerdocio de las impurezas que lo han desfigurado y para devolver al sacerdocio un brillo de santidad tal como nunca tuvo en la Iglesia desde el tiempo de los Apóstoles.
Otros pasajes de este libro van en el mismo sentido, e insisten en el hecho de que esta renovación sacerdotal, esta purificación y curación de los corazones, provendrá en particular de la adoración eucarística de los sacerdotes (y de todos los fieles), y de un amor filial a la Virgen María[2].
El autor afirma que, gracias a este sacerdocio renovado, el Señor dará al mundo sacerdotes cuyo ministerio será fuente de consuelo y curación para muchos sufrimientos causados por la ausencia de verdaderos padres.
Comparto plenamente esta convicción. Dios no puede abandonar a su Iglesia, ni a sus sacerdotes, y, según las palabras de san Pablo, «una vez que se multiplicó el pecado, sobreabundó la gracia»[3].
[1] Un moine bénédictin. In Sinu Jesu. Journal d’un moine en prière. Editions du Parvis, p. 22.
[2] En particular, p.159-160 y 197-199.
[3] Rm 5, 20.
3.
LA URGENTE NECESIDAD DE PATERNIDAD
COMO TODOS SABEMOS, hay hoy una crisis de la paternidad. La paternidad es con frecuencia descalificada, toda paternidad o autoridad es sospechosa de ser abusiva o agobiante. La imagen del padre en la cultura moderna es a menudo pálida e inconsistente, caricaturizada, frente a una mujer más inteligente y fuerte… Pocos son en la sociedad moderna los hombres que presentan una imagen positiva de la paternidad. Los padres de familia no juegan siempre el papel que deberían asumir y no saben ya muy bien cómo situarse. La paternidad está en dificultad en la Iglesia; el mundo de la educación y de la escuela sufre también. No hablamos de los políticos, que dan más a menudo la impresión de ser niños que discuten que personas que tengan alguna oportunidad de ser un día reconocidos como «padres de la nación», como alguno de sus predecesores. Hay también una crisis de la masculinidad, que es inevitable, pues a fin de cuentas la virilidad verdadera no puede alcanzarse sino en una cierta forma de paternidad.
A pesar de este contexto —o más bien a causa de este contexto— la necesidad de una verdadera paternidad no ha sido nunca tan grande como hoy. Estamos en un mundo de huérfanos, y tantas personas están desorientadas y sufriendo, pues no han tenido la suerte de encontrar en su vida a quien sea un verdadero padre.
Lo constato particularmente en mi ministerio. Tengo ocasión de encontrarme con muchas personas, y debo decir que me choca ver lo mucho que abunda la necesidad de paternidad. Ya sean niños, jóvenes, parejas, ancianas abuelas, o adultos, todos tienen esta necesidad de una figura paternal. No siempre lo expresan, a causa del pudor, o a veces del orgullo, que impide hablar de eso, pero existe en todos sin excepción. Me ha sucedido en mi ministerio tener ante mí a importantes hombres de negocios, al frente de importantes empresas, que venían después de una conferencia a pedirme un abrazo. Sentían la necesidad de un big hug, como se dice en inglés, y estaban al borde de las lágrimas cuando les apretaba entre mis brazos.
Todo hombre y toda mujer necesita encontrar un padre en el que apoyarse y por quien ser reconocido, amado y animado. Este padre es por supuesto primero el Padre del Cielo, pero cada vez que un hombre o una mujer se encuentra con alguien que, por su manera de ser, representa una imagen auténtica de la paternidad de Dios, supone para esa persona un inmenso regalo.
4.
SUFRIMIENTOS DEBIDOS A LA AUSENCIA DEL PADRE
LA AUSENCIA DE LA FIGURA del padre (la del mismo Dios, pero también la de quienes de una manera u otra son mediaciones humanas de la paternidad divina) trae consecuencias dolorosas en la vida de las personas. No quiero hacer una lista exhaustiva, sino mencionar solo cuatro puntos.
PROBLEMA DE LA TRANSMISIÓN
El papel del padre es inscribir al hijo en una línea de ascendientes, darle acceso a una herencia, una herencia que el hijo deberá luego transmitir a otros. Esa es toda la cuestión de la transmisión, y se sabe lo difícil que resulta hoy transmitir de una generación a la siguiente todo lo que constituye la riqueza y la belleza de la existencia, las virtudes humanas y espirituales, la cultura, las tradiciones propias de un país… La carencia de un papel paternal hace evidentemente más difícil este asunto de la transmisión. Se comprueba la existencia de un cierto tipo de personalidad que produce esta laguna: el individuo que no tiene ninguna conciencia de lo que debe a los que le han precedido, ni ningún sentido de responsabilidad frente a los que vendrán después de él. Sin gratitud por el pasado, sin responsabilidad ante el porvenir de los demás, se contenta con aprovecharse de la vida al máximo de manera egoísta e individualista. Esta clase de comportamiento no es algo raro hoy.
SIN PATERNIDAD, NO HAY YA MISERICORDIA
Al mundo moderno le ha parecido bien proclamar la muerte de Dios. Ha cedido ante la gran mentira del ateísmo: mediante sus leyes y mandamientos, Dios impide al hombre ser libre; hay que deshacerse de él, y la persona será por fin libre y feliz, liberada de la coacción y la culpabilidad. Esta