¿Acaso no soy yo una mujer?. bell hooks

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¿Acaso no soy yo una mujer? - bell hooks El origen del mundo

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dispares se aproximan, si las mujeres blancas hubieran reconocido el solapamiento entre los términos «negras» y «mujeres» (es decir, si hubieran reconocido la existencia de las mujeres negras), dicha analogía habría sido innecesaria. Por el hecho de hacer continuamente esta analogía, inconscientemente sugieren que, para ellas, el término «mujer» es sinónimo de «mujer blanca» y el término «negro», sinónimo de «hombre negro». Y de ello se infiere que, en el vocabulario de un movimiento supuestamente interesado en erradicar la opresión sexista, existe una actitud sexista y racista hacia las mujeres negras. En la sociedad estadounidense, las actitudes sexistas y racistas no solo están presentes en la conciencia de los hombres, sino que afloran en todos nuestros modos de pensar y ser. Con excesiva frecuencia, en el movimiento de emancipación de la mujer se dio por sentado que era posible librarse del pensamiento sexista mediante la simple adopción de la retórica feminista pertinente; es más, se presupuso que el mero hecho de identificarse como oprimida liberaba de ser opresora. Y, en gran medida, esta grave suposición impidió a las feministas blancas entender y superar sus propias actitudes sexistas y racistas hacia las mujeres negras. Por más que hablaran de sororidad y solidaridad entre mujeres, las suyas eran palabras huecas, pues, en paralelo, desdeñaban a las mujeres negras.

      Tal como en el siglo XIX el conflicto entre reivindicar el sufragio para los hombres negros o para todas las mujeres había situado a las mujeres negras en una posición peliaguda, las mujeres negras contemporáneas tenían la sensación de que se les pedía que escogieran entre un movimiento negro que fundamentalmente defendía los intereses de los patriarcas negros y un movimiento femenino que fundamentalmente defendía los intereses de mujeres blancas racistas. Su respuesta no fue exigir cambios en ambos movimientos y un reconocimiento de los intereses de las mujeres negras. En lugar de ello, la inmensa mayoría de las mujeres negras se aliaron con el patriarcado negro, convencidas de que protegería sus intereses. Algunas mujeres negras, pocas, se decantaron por aliarse con el movimiento feminista. Quienes se atrevieron a apoyar en público los derechos de las mujeres fueron objeto de ataques y críticas. Otras mujeres negras quedaron en un limbo por no querer adherirse ni a los hombres negros machistas ni a unas mujeres blancas racistas. El hecho de que las mujeres negras no se reorganizaran colectivamente contra la exclusión de sus intereses por parte de ambos grupos indica que la socialización sexista y racista nos había lavado el cerebro hasta convencernos de que no merecía la pena luchar por nuestros intereses y hacernos creer que la única opción a nuestro alcance era someternos a los términos de los demás. Ni desafiamos, ni cuestionamos, ni criticamos. Reaccionamos. Muchas mujeres negras denostaron el movimiento de emancipación de la mujer como una «necedad de mujeres blancas». Otras reaccionaron al racismo de las mujeres blancas fundando grupos de feministas negras. Pero aunque denunciásemos como desagradable e insultante la idea del macho negro, no hablábamos de nosotras, de lo que supone ser una mujer negra y de lo que significa ser víctimas de la opresión sexista y racista.

      El intento más destacado por parte de las mujeres negras de articular sus experiencias, su concepción del papel de la mujer en la sociedad y el impacto del sexismo en sus vidas fue la antología de Toni Cade The Black Woman. Ahí acabó el diálogo. La creciente demanda de literatura acerca de mujeres creó un nicho de mercado en el que prácticamente todo lo publicado se vendía o recibía cierta atención. Así ocurrió, en particular, con la literatura acerca de mujeres negras. El grueso de esa literatura que surgió para colmar la demanda del mercado estaba repleto de presunciones racistas y sexistas. Los hombres negros que optaron por escribir acerca de mujeres negras lo hicieron desplegando un machismo predecible. Aparecieron multitud de antologías con material extraído de los escritos de mujeres negras del siglo XIX, obras que solían revisar y editar personas blancas. Gerda Lerner, una mujer blanca nacida en Austria, editó Black Women in White America. A Documentary History y recibió una generosa beca para financiar sus investigaciones. Y aunque considero que dicha colección es una obra importante, es significativo que, en nuestra sociedad, mujeres blancas reciban becas para realizar investigaciones sobre mujeres negras y, sin embargo, yo no haya sido capaz de encontrar ni un solo ejemplo en el que una mujer negra haya recibido fondos para investigar la historia de la mujer blanca. Y dado que, en gran medida, la literatura antológica sobre mujeres negras surge de los círculos académicos, donde la presión de publicar es omnipresente, me inclinó a preguntarme si a los expertos les motiva un interés sincero por la historia de las mujeres negras o simplemente se limitan a nutrir un nicho de mercado disponible. La tendencia a publicar textos antológicos de mujeres negras en el mundo editorial se ha normalizado tanto que me pregunto si también refleja una desidia por parte de los teóricos de abordar el tema de la mujer negra de un modo serio, crítico y erudito. Cuando leía estas obras, con frecuencia, en los prólogos, los autores afirmaban que se precisaban estudios globales sobre el estatus social de la mujer negra, estudios aún por escribir, y yo me preguntaba por qué a nadie le interesaba escribir esos libros. La obra de Joyce Ladner Tomorrow’s Tomorrow sigue siendo el único estudio serio en formato libro sobre la experiencia de la mujer negra escrito por una sola autora que puede encontrarse en los estantes de las librerías en la sección de mujeres. De tanto en cuando, mujeres negras publican en diarios artículos sobre racismo y sexismo, pero parecen reacias a examinar el impacto del sexismo en el estatus social de la mujer negra. Escritoras negras como Alice Walker, Audre Lorde, Barbara Smith y Cellestine Ware han sido quienes más empeño han puesto en contextualizar sus escritos en un marco feminista.

      Cuando se publicó el libro de Michele Wallace Macho negro y el mito de la Supermujer, se anunció como el libro feminista sobre la mujer negra definitivo. En la cubierta aparece la cita siguiente de Gloria Steinem:

      El libro de Michele Wallace podría ser a la década de 1980 lo que el libro Política sexual de Kate Millet fue a la década de 1970. En él, la autora traspasa la barrera de los sexos y las razas para conseguir que todos los lectores entiendan las verdades políticas e íntimas de crecer en los Estados Unidos siendo mujer y negra.

      Dicha cita se antoja irónica si se tiene en cuenta que Wallace es incapaz de abordar el tema del estatus social de las mujeres negras sin perderse antes en una extensa diatriba acerca de los hombres negros y las mujeres blancas. Resulta curioso que Wallace se catalogue como feminista cuando apenas habla de las repercusiones que la discriminación de género y la opresión sexista tiene en las mujeres negras ni analiza la relevancia del feminismo de las mujeres negras. Si bien el libro es un relato interesante y provocador de la vida personal de Wallace que incluye un análisis agudo e ingenioso de los impulsos patriarcales de los activistas negros, no tiene relevancia ni como estudio del feminismo ni como estudio sobre la mujer negra. Su relevancia radica en que se trata del relato de una mujer negra. Con excesiva frecuencia, en nuestra sociedad se da por supuesto que uno puede saber todo lo que hay por saber acerca de las personas negras escuchando única y exclusivamente el relato personal y la opinión de una sola persona negra. Steinem cae también en esta presunción racista y estrecha de miras al sugerir que el libro de Wallace tiene un alcance similar a la obra de Kate Millet Política sexual. El libro de Millet es un examen teórico y analítico de la política sexual en Estados Unidos que abarca una exploración de la naturaleza de los roles de género, un estudio de su trasfondo histórico y un análisis de la omnipresencia de los valores patriarcales en la literatura. Con más de quinientas páginas de extensión, no se trata de una obra autobiográfica y, en muchos aspectos, es de una pedantería extrema. Es razonable inferir que Steinem cree que el público estadounidense puede informarse acerca de la política sexual de las personas negras limitándose a leer un análisis del movimiento negro de la década de 1960, un examen superficial del papel de las mujeres negras durante la esclavitud y la vida de Michele Wallace. No pretendo denigrar el valor del libro de Wallace, pero creo que hay que situarlo en su contexto adecuado. Por lo general, un libro que se etiqueta como feminista suele centrarse en algún aspecto de la «cuestión femenina». A los lectores de Macho negro y el mito de la Supermujer lo que más les interesaba eran los comentarios de la autora acerca de la sexualidad masculina negra, que constituían el grueso del libro. Su breve crítica de la experiencia de las esclavas negras y su característica aceptación pasiva del sexismo se pasó en gran medida por alto.

      Aunque el movimiento de emancipación

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