Una aventura salvaje. Elizabeth Duke
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Su aspecto era muy diferente del que tenía un año y medio atrás. Tom Scanlon siempre había sido un hombre muy alto, de hombros anchos, impresionante, pero entonces era robusto, casi con problemas de peso. Natasha tuvo que tragar saliva al verlo. Estaba fantástico… más fuerte, más musculoso, más atractivo que nunca. Debía tener treinta y seis años, pero parecía mucho más joven.
¿Sería su nueva novia la responsable de aquel cambio?
Los ojos de Natasha se convirtieron en hielo. Había sido un error dejarlo entrar, aunque solo fuera para decirle que no quería volver a verlo en toda su vida. Su presencia despertaba toda clase de sentimientos… unos sentimientos que creía haber enterrado para siempre.
—Os dejaré solos —dijo su padre.
—¡No hace falta que te vayas, papá! —exclamó ella. El traicionero «papá» se le había escapado por los nervios—. El señor Scanlon va a marcharse enseguida.
Natasha volvió a mirar a su visitante y sintió un estremecimiento.
Aquel no era el Tom Scanlon del que ella se había enamorado. Era un extraño… un extraño bien afeitado con un aspecto completamente diferente. ¿Dónde estaban la barba rufianesca y el largo y rizado cabello castaño? ¿Dónde estaban los vaqueros gastados y la camisa con las mangas subidas? ¿Dónde las botas llenas de polvo y la gorra?
¿Y dónde estaba el cigarrillo que siempre tenía en las manos?
Llevaba una chaqueta de ante marrón, zapatos de piel y una camisa azul, aunque sin corbata. Eso sí que hubiera sido increíble; Tom Scanlon con corbata. Llevaba el primer botón de la camisa desabrochado. Pero solo un botón, no la camisa abierta como era su costumbre.
Se había cortado el pelo y lo llevaba cuidadosamente peinado hacia atrás, aunque un mechón rebelde amenazaba con caer sobre su frente.
Natasha disimuló su turbación y respiró profundamente, para reunir fuerzas.
—Vaya, vaya… Tom Scanlon —dijo, intentando parecer despreocupada—. El hombre que decidió que el matrimonio no era para él.
—Tash…
Tash. Natasha sintió una punzada de amargura. Tom era el único que la llamaba de ese modo. Una vez había sido un nombre muy especial… una vez. Pero, en aquel momento, no podía soportar que la llamara así.
—¡No te atrevas a llamarme Tash! —exclamó, con ojos relampagueantes—. No puedo creer que tengas la cara de venir a verme como si nada hubiera pasado.
«Justo cuando estaba empezando a olvidarme de ti… cuando estaba empezando a pensar que podría sobrevivir sin ti», pensaba.
—Todo eso ha quedado atrás, Tash… Natasha.
De modo que no había ido a pedirle perdón, pensó ella. No, ese no era el estilo de Tom Scanlon. «Todo eso ha quedado atrás», había dicho. Eso era lo que su relación había sido para aquel hombre. Natasha levantó la barbilla, el azul de sus ojos convirtiéndose en gris helado. Pasara lo que pasara, no iba a decirle el daño que le había hecho.
—Sí, el tiempo pasa y la vida sigue.
No le preguntó qué había estado haciendo durante aquellos dieciocho meses. Él y su nuevo amor. Ni si seguía viviendo en Sidney, ni qué clase de trabajo hacía desde que había dejado de pilotar helicópteros. Conociendo a Tom, estaría trabajando en cualquier otra cosa. Antes de hacerse piloto, había trabajado como domador de caballos salvajes, dinamitero, carpintero y otras cien profesiones más, pero nunca había trabajado detrás de un escritorio. Siempre había preferido hacerlo en espacios abiertos. Siempre había preferido la libertad…
¿Su nueva novia lo habría convencido para que trabajase en una oficina?, se preguntaba. Una vez le había dicho que también tenía el título de contable. Que lo había hecho porque le iría bien cuando tuviera su propio rancho… su sueño de toda la vida.
Pero solo era un sueño. Un hermoso sueño irrealizable.
Todo en Tom Scanlon era un sueño. Nada de lo que hacía o prometía era real. «Cuando encuentras al amor de tu vida, quieres sujetarlo con las dos manos y no dejarlo escapar», le había dicho cuando le pidió que se casara con él.
El corazón de Natasha se encogió al recordar el amor que habían compartido; las risas, las largas conversaciones, las noches de amor. Aunque sus diferentes profesiones los habían mantenido alejados durante gran parte de su noviazgo, habían estado tan cerca como dos personas podían estarlo… o eso había creído ella.
No se le había ocurrido pensar que nada pudiera interponerse entre los dos.
—Pueden pasar muchas cosas en un año y medio —dijo Tom entonces, buscando sus ojos, pero ella apartó la mirada—. No me he olvidado de ti, Natasha. He llegado a Brisbane esta mañana y lo primero que he hecho ha sido venir a verte para ver cómo va tu trabajo, cómo te trata la vida…
Y para saber si seguía amándolo, si su corazón seguía roto o había encontrado otra persona… como había hecho él, pensaba Natasha.
Quizá Tom se sentiría menos culpable si ella se hubiera enamorado de otro hombre. ¿O deseaba que no hubiera encontrado a nadie? Sin duda se sentiría muy satisfecho sabiendo que era irreemplazable.
—Como ves, estoy muy bien —dijo Natasha. Él no tenía que saber nada más, no se merecía saber nada más.
—Me alegro. Estás estupenda, Tash —dijo él, mirándola de arriba abajo como había hecho ella unos minutos antes. Era un escrutinio tan directo que sentía como si la estuviera desnudando.
Su aspecto pulido y elegante la hacía sentirse avergonzada de su desaliño y de las manchas de pintura sobre sus piernas desnudas. Llevaba el largo cabello rubio recogido en una cola de caballo de la que se habían salido varios mechones y, por la expresión de Tom, Natasha pensó que también tenía la cara manchada de pintura.
—No hace falta que me des coba. ¡Y te he dicho que no me llames Tash! —repitió, incómoda.
Se preguntaba cómo sería su nueva novia… la irresistible sirena que «le había robado el corazón», como él mismo le había dicho cuando la había llamado por teléfono desde Sidney para romper el compromiso. El recuerdo de la traición la hizo levantar la cabeza y mirar al hombre sin mostrar la angustia y el dolor que había sentido durante dieciocho meses… y que, de nuevo, volvía a sentir.
—Pues bien, ya has visto que no me he cortado las venas. Y ahora, si no te importa, tengo mucho trabajo que hacer. Charlie, ¿podrías acompañar a Tom? Se marcha ahora mismo.
Tenía que librarse de él antes de que se diera cuenta de que su corazón había vuelto a romperse.
—Lo siento, muchacho, has venido en mal momento —suspiró su padre—. Natasha está muy ocupada. Vamos, te acompaño a la puerta.
«¿Muchacho?» «¿Mal momento?» Natasha miró a su padre como si fuera un traidor. A Charlie siempre le había caído bien Tom. Más que eso; a pesar de su vida nómada y su espíritu aventurero, su padre se había quedado tan fascinado por su irresistible encanto varonil como ella.
Charlie no entendía por