E-Pack HQN Susan Mallery 3. Susan Mallery
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¿Lo sabría? ¿Se habría imaginado qué iba a decirle? ¿Estaría molesto? ¿La consideraba una pirada y estaba tan avergonzado que no quería ni hablar con ella?
Subió los escalones movida por el nerviosismo. Si era algo malo, quería oírlo rápido; él debería decirle la verdad para no darle esperanzas. Después se le partiría el corazón y con el tiempo se recuperaría y...
Se detuvo en el porche al darse cuenta de que la puerta estaba parcialmente abierta, como si alguien se hubiera marchado apresuradamente. Frunció el ceño y dio un paso adelante.
—¿Justice? ¿Estás bien?
Llamó una vez y la puerta se abrió.
Había estado en esa casa montones de veces. Había un salón con un diminuto comedor y una cocina al otro lado. Tenía dos dormitorios y un baño al fondo. Recordaba que había un sofá, un par de sillas y una mesita de café.
Pero allí ya no quedaba nada de eso. El salón estaba vacío, igual que el comedor. No había nada. Ni un cojín, ni una caja o un trozo de papel. Era como si allí nunca hubiera vivido nadie.
Lentamente recorrió la casa y su fuerte respiración fue lo único que se oyó en el silencio del lugar. No lo entendía. ¿Cómo podía haber desaparecido todo?
La cocina estaba tan vacía como el resto. Los armarios estaban abiertos y los estantes vacíos, igual que la pila y los cajones. En el dormitorio de Justice no había ni rastro de que hubiera estado allí alguna vez.
Volvió al salón y parpadeó para librarse de las repentinas lágrimas que la asaltaron. Dio una vuelta sobre sí misma cada vez más asustada.
No podía ser, la gente no desaparecía en mitad de la noche sin más. Algo había pasado. Algo malo.
Salió corriendo hacia la puerta principal y volvió a casa. Entró por la puerta trasera y llamó a su madre a gritos.
—¡Justice no está! ¡No están ni él, ni su tío, ni todas sus cosas!
Su madre entró corriendo en el salón.
—¿De qué estás hablando?
Le contó lo sucedido. Ava agarró una chaqueta, la siguió hasta la puerta trasera y diez minutos después estaba viendo el interior de la casa vacío. Quince minutos más y la policía había llegado.
Patience presenció todo el movimiento y escuchó la conversación. Nadie sabía lo que había pasado. Nadie había oído ni visto nada, pero todos coincidieron en que era muy extraño. Justice y su tío habían desaparecido. Era como si nunca hubieran estado allí.
Capítulo 1
—Recórtame las cejas —dijo Alfred agitando sus blancas y pobladas cejas al hablar—. Quiero estar atractivo.
Patience McGraw contuvo la sonrisa.
—¿Tienes planeada una gran noche con tu señora?
—Y tanto.
Un concepto que resultaría romántico si Alfred y su encantadora esposa tuvieran menos de... pongamos... noventa y cinco. Patience tuvo que contenerse para no decirle que a su edad debían tener cuidado; suponía que la lección más importante que podía sacar era que el amor verdadero y la pasión podían durar toda una vida.
—Estoy celosa —le dijo mientras le recortaba las cejas.
—Elegiste a un hombre pésimo —le contestó Albert encogiéndose de hombros—. Con perdón.
—No puedo quejarme porque me digas la verdad —dijo Patience, preguntándose cómo sería vivir en una ciudad más grande donde nadie supiera cada detalle de tu vida personal. Pero había nacido en Fool’s Gold y había crecido con la idea de que entre amigos y vecinos pocos secretos podía haber.
Lo cual significaba que todo el pueblo sabía que se había quedado embarazada con dieciocho años y que «ese hombre pésimo», que era el padre de su hija, las había abandonado menos de un año después.
—Ya encontrarás a alguien —le dijo Alfred dándole una palmadita en el brazo—. Una chica tan bonita como tú debería tenerlos haciendo cola —le guiñó un ojo.
Pero a pesar de sus cumplidos, resultaba que estaba increíblemente libre de hombres. Por un lado, no es que en Fool’s Gold hubiera mucho donde elegir y, por otro, como madre divorciada, tenía que tener mucho cuidado. Además, estaba el hecho de que a la mayoría de los hombres que conocía no les apetecía tener que cargar con los hijos de otros.
Mientras Patience elegía las tijeras adecuadas para librarse de un par de pelillos rebeldes, no dejaba de decirse que estaba muy a gusto con su vida. Si le dieran a elegir, preferiría poder abrir su propio negocio antes que enamorarse. Pero de vez en cuando se veía anhelando a alguien en quien apoyarse; un hombre al que amar, un hombre que estuviera a su lado.
Dio un paso atrás y observó el reflejo de Albert.
—Estás más guapo todavía que antes —le dijo soltando las tijeras y quitándole la capa.
—Cuesta creerlo —contestó Albert con una sonrisa.
Ella se rio.
—¿Patience?
Se giró sin reconocer la voz que la había llamado. En la puerta del establecimiento había un hombre.
Su mente se percató de varias cosas a la vez. Albert era su último cliente del día. Si ese hombre estaba de paso por allí, no podía saber su nombre. Era alto, con el pelo rubio oscuro y los ojos de un azul intenso. Tenía los hombros anchos y un rostro que bien podía aparecer en una pantalla de cine. Sí, muy guapo, pero no tenía ni idea de quién era...
Al instante, y cuando lo vio avanzar hacia ella, la capa se le cayó de las manos. Era más alto y mucho más musculoso, pero sus ojos... eran exactamente los mismos. ¡Hasta le salieron unas arruguitas cuando le sonrió!
—Hola, Patience.
De pronto, volvía a tener catorce años y estaba en aquella casa vacía, más asustada que en toda su vida. No habían obtenido respuestas, no desde aquel día, ni ninguna solución al misterio. Solo preguntas y la agobiante sensación de que algo terrible había sucedido.
—¿Justice? —preguntó con voz débil—. ¿Justice?
El hombre se encogió de hombros y ese gesto tan familiar le bastó para echar a correr. Se abalanzó sobre él, decidida a no dejarlo escapar en esta ocasión.
Él la abrazó casi con la misma fuerza con la que ella se aferraba a él. Estaba ahí, era real. Patience apoyó la cabeza en su hombro e inhaló su aroma. Un aroma masculino a limpio que no tenía nada que ver con el aroma del chico que recordaba. No podía estar pasando, pensó aún aturdida. Era imposible que Justice hubiera vuelto.
Y, sin embargo, ahí estaba. Pero ese hombre era muy distinto de aquel chico y enseguida la situación se volvió algo incómoda. Se apartó y se apoyó las manos en las caderas.
—¿Qué