Retrato hablado. Javier Darío Restrepo

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Retrato hablado - Javier Darío Restrepo

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de fabricar clasificaciones ni cuadros de honor, entre otras cosas porque un joven tan pudoroso como Juan Carlos se horrorizaría si lo hiciéramos. Digamos tan sólo que, de nuevo para ambas partes, la experiencia ha valido la pena.

      Juan Carlos venía de Guadalajara y al terminar el máster volvió a su ciudad para incorporarse a Siglo 21, el diario que de la mano de Jorge Zepeda, Diego Petersen y Luis Miguel González había sido en etapas sucesivas y cambiando de nombre, como en la actualidad formando parte de la cadena Milenio, uno de los grandes revulsivos modernizadores del periodismo mexicano.

      Juan Carlos Núñez diríase que se ha pasado una vida de entrevista en entrevista y de 202 instantáneas, publicadas semanalmente en su periódico, cuyo actor central es siempre Guadalajara, ha elegido un centenar para hacerlas antología en este libro, que es en sí misma una exclusiva: la entrevista a una ciudad. Para ello ha hecho una selección de protagonistas entre los que las personas predominan sobre las personalidades, donde no faltan artistas pero se ven gloriosamente superados por los artesanos; donde figuran quienes podríamos calificar de intelectuales, aunque los que predominen sean por encima de todo seres inteligentes, sensibles y con algo que aportar; y en el campo de las presuntas excentricidades, donde con frecuencia se encuentran más respuestas que en la sabiduría o el conocimiento convencionales, encontramos a un chino “nacionalizado” tapatío, una bailarina exótica, un monje budista, un podólogo y toda una galería de representantes de lo más vivo de una ciudad, lo que está muy lejos de significar que tengan que ser sus representantes oficiales. Por eso no es exagerado decir que nos hallamos ante un retrato hablado de una Guadalajara tan auténtica como escasamente mostrada por la información institucional.

      Y luego, pero no menos importante, hay que anotar también una cuestión de técnica, con la que quien esto firma no puede sino estar muy de acuerdo porque es la que se practica en la Escuela de El País, de la que uno acontece que es profesor. Juan Carlos no compite con el entrevistado a ver quién es más listo, a ver quién tiene razón, sino que tiene como misión hacer que hable, se revele a sí mismo y a la ciudad en la que vive. Preguntas incisivas, breves, directas conforme al carácter de médium casi invisible que debe de tener el periodista, tal como nosotros entendemos su función; preguntas que no necesariamente fueron formuladas de la manera exacta en que se reproducen en el libro, sino que en el papel aparecen quintaesenciadas, convertidas en el reclamo inteligible de sí mismas, dejando todo el protagonismo al personaje, aunque para que cristalizaran una a una esas respuestas haya sido preciso preguntar y repreguntar, perseguir al personaje para que, como decimos en el argot de la prensa española, no se nos “escapara vivo” y sacáramos todo lo que esperábamos obtener de él.

      Muy acorde con todo lo anterior es, asimismo, la introducción al volumen que en una treintena de páginas imparte una auténtica lección de periodismo. ¿Qué es una entrevista?; ¿Cómo se prepara? ¿A quién debo hacérsela y para qué? hasta componer ese fresco o mural por el que desfila toda una ciudad con lo que tiene, con lo que le falta, con aquello a lo que aspira, a lo que sueña, a lo que luchará por conseguir. Y un gran mérito que redondea la obra es que siendo 100 entrevistas muy distintas a personajes muy diferentes, el conjunto posee una unidad pasmosa, que es la de una realidad viva, de un organismo real, activo, un tanto antropomórfico como si la ciudad acabara por tener cara, extremidades, complexión social y política y fuera una abstracción pero de carne y hueso. Si México existe y, aún con las dificultades de todos conocidas, es una gran nación, es porque existen colectividades como Guadalajara.

      Juan Carlos Núñez califica al periodista, y sobre todo al periodista entrevistador, de paleontólogo, pero yo prefiero, sin alejarme apenas del modelo, decir espeleólogo, porque el profesional ha de bucear en todo lo que en el encuentro se ha dicho y hallar en sus profundidades la verdadera entrevista, el arcano que valdrá la pena exhumar para conocimiento y aprovechamiento del lector. Un tesoro que ni siquiera aparecerá de una sola pieza, sino que tendremos que recomponerlo en el taller de la redacción, con la ayuda de los instrumentos que sea menester, la grabadora sin duda, pero sobre todo nuestra memoria, sin la cual la palabra hablada sería sólo una serie de agregaciones alfabéticas, faltas de la vida de la entonación, de la intención, de la finalidad. Y con ello llegamos a otro punto crucial, quizá el más importante, de lo que debe poseer una buena entrevista: el mérito de la utilidad, porque todo lo que se escribe no puede ya justificarse a estas alturas del progreso tecnológico única o básicamente por criterios de belleza o de calidad literaria, aunque en modo alguno los menospreciemos, sino que, para que esté justificada su publicación, ha de servirle a alguien de algo. De una buena entrevista el lector tiene que aprender, adquirir información que le sea relevante para la vida; el buen periodismo, especialmente en estos tiempos digitales de comunicación que nunca cesa, ha de constituir el electrodoméstico número 49 del hogar. Leemos periódicos porque nos sirven para la vida. Y eso Juan Carlos Núñez Bustillos lo sabe y lo practica tan bien como el mejor.

      En la Escuela de Madrid somos muchos los que por todo ello le recordamos como gran alumno y mejor amigo.

      La entrevista, un retrato pintado con palabras

      Un juego, una pelea, una herramienta. Un arte, una mentira, un género. Las maneras de entender y de hacer entrevistas para ser publicadas como escritos periodísticos son muchas y variadas. Algunos la defendemos por las posibilidades que nos brinda para obtener y publicar información de interés público que difícilmente podríamos conseguir de otra manera. Otros la consideran no sólo un recurso facilón sino incluso una farsa. Ya en 1895 el periodista y diplomático estadounidense W. L. Alden, decía:

      Hay, qué duda cabe, entrevistas como las que describe Alden. Las encontramos con frecuencia en algunos medios de comunicación. Sin embargo, podemos ver muchas otras entrevistas en las que no aparecen los más “hermosos y falsos sentimientos del entrevistado”, sino que, por el contrario, el personaje se muestra en su complejidad y con sus claroscuros. La entrevista es un encuentro con el “otro” mediante el diálogo y como tal es una oportunidad para asomarse en su forma de estar en el mundo y de interpretarlo. El buen entrevistador lleva al entrevistado a autoexplorarse y a profundizar en temas que no necesariamente le resultan cómodos. Federico Campbell, dice:

      Ese es el gran valor de la entrevista periodística, esa es su magia, la posibilidad creadora que tiene el diálogo de dos personas que al ser únicas hacen también único el resultado. Las mejores entrevistas son aquellas en las que tanto el entrevistado como el entrevistador descubren cosas que al comenzar el encuentro no habían previsto. Si el periodista termina la entrevista sin haber descubierto nada nuevo, habrá cumplido con la tarea, pero no podrá sentir el gozo del paleontólogo que descubre un fósil. Para el entrevistado, el diálogo con un periodista es una oportunidad que le permite generar nuevas reflexiones, profundizar en sus convicciones y ordenar algunos puntos de vista.

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