Retrato hablado. Javier Darío Restrepo

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Retrato hablado - Javier Darío Restrepo

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y macizas”, y no “confusas, profusas y difusas”. Claras y de preferencia, cortas. Hay que formular una a la vez. De otra forma, el entrevistado responderá la que le resulte más cómoda. Hay que evitar inducir la respuesta y formular las preguntas cerradas que se responden con un “sí” o con un “no”. Pero no es regla, a veces incluso lo que debemos buscar es el “sí” o el “no”. Por ejemplo, cuando es importante conocer si un funcionario público sabía, o no, algo. Si participó en un hecho o realizó una acción. “¿Firmó usted la autorización de tal cosa?”. Otro caso en el que el monosílabo es importante tiene que ver con los políticos. Especialmente cuando están en campaña no quieren comprometerse claramente con alguna postura y entonces suelen responder con evasivas. En esas situaciones las preguntas cerradas los obligan a expresar su postura sobre algo. Si preguntamos qué piensa sobre la despenalización del aborto, probablemente responda con una larga disertación en la que no queda clara cuál es, a fin de cuentas, su posición. Podemos entonces preguntar: “¿Votaría a favor de tal propuesta ley?, ¿sí o no?”.

      Las preguntas formuladas inadecuadamente nos llevan a respuestas igualmente inadecuadas, muy especializadas o muy ambiguas, intrascendentes, impertinentes, obvias o repetidas.

      ¿Cuántas preguntas hay que hacer? Las que sean necesarias, según el alcance de la entrevista. En ocasiones unas pocas preguntas bastan para elaborar una noticia breve. Si vamos a trabajar una entrevista que se llevará cuatro páginas en una revista, obviamente necesitaremos más. En cualquier caso, siempre más de las que necesitemos para cubrir el espacio asignado y siempre menos de las que aburran al entrevistado. Preguntar más de lo que estrictamente requerimos nos da margen de maniobra para seleccionar las mejores respuestas. Por otro lado, no deben ser tantas que atosiguen y cansen a nuestro interlocutor. Más vale dejarlo con ganas de seguir conversando con nosotros que harto de hacerlo. Es cuestión de sentido común y de hacer caso a la sabiduría popular que dice: “Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”.

      En este proceso, el periodista tendrá claridad sobre el objetivo de su entrevista. Puede ser que lo más importante sea obtener información que tiene el entrevistado. Tal vez lo que queramos sea conocer su opinión en torno a algún asunto. Una tercera opción es centrarnos en conocer a la persona. No son excluyentes, pero sí tenemos que elegir una línea dominante. Si el tema es la discusión del presupuesto federal, resulta irrelevante preguntar al entrevistado sobre sus pasatiempos. En una entrevista de semblanza suelen sobrar las preguntas que tienen que ver con asuntos coyunturales. Es importante tener un hilo conductor claro para dar fuerza a la entrevista y evitar que las respuestas se diluyan en un mar de preguntas inconexas.

      Previsiones prácticas

      Revisar los asuntos prácticos es también parte muy importante de la preparación. Conozco algunas historias de entrevistas frustradas no por la negativa del entrevistado o por la incapacidad del reportero para plantear una buena conversación, sino por descuidos en temas aparentemente menores en los que no solemos poner atención por estar concentrados en los aspectos mayores. No está mal considerar la máxima que dice: “Si algo puede salir mal, va a salir mal”. Eso nos mantendrá más atentos.

      Hay que asegurar que el bolígrafo funcione y que la libreta tenga suficientes páginas en blanco. Tenemos que verificar que la grabadora tenga batería, que cuente también con espacio suficiente para registrar toda la conversación y que no vayamos a hacerlo sobre una grabación previa importante. Muchos de los momentos más incómodos que he pasado en las entrevistas tienen que ver con esto. Pocas cosas hay tan vergonzosas como tener que pedirle al entrevistado que nos preste su bolígrafo o que nos regale unas hojas para escribir.

      Verificar la dirección o el sitio donde se llevará a cabo la entrevista y saber cómo llegar al lugar es también fundamental. Sobre todo en ciudades en las que hay cinco calles que tienen el mismo nombre y en las que la numeración no es consecutiva sino aleatoria. Si la cita es en un café o en un restaurante con varias sucursales, habrá que precisar en cuál de ellas será. Yo siempre prefiero llevar a cabo la entrevista en la casa o en el lugar de trabajo de la persona porque ahí podemos encontrar elementos más significativos que los que puede haber en un establecimiento comercial, aunque si el entrevistado elige ese lugar también nos estará hablando de sus preferencias y de los sitios que encuentra cómodos y “familiares”.

      Salir a la cita con más tiempo del requerido es también importante. Hay innumerables imprevistos que se pueden atravesar en nuestro camino. Es probable también que estando ya muy cerca del lugar no lo encontremos. Más vale estar en el sitio con anticipación y esperar tranquilamente a que llegue la hora de la cita, que llegar tarde, sudando, con el corazón a punto de explotar y más preocupados por las excusas que tendremos que dar que por las preguntas que queremos hacer.

      Hay que considerar la posibilidad de que el entrevistado cancele la cita a última hora. Tener un “plan b” nunca está demás. Ya en 1966 Manuel del Arco nos alertaba sobre esto.

      Empieza el calvario. Localizarlo, dar con él, entablar contacto y concertar la entrevista. Aparentemente esto parece fácil, ¿verdad? Pues bien: la inmensa mayoría de las veces, en una gran ciudad, es tarea de muchísimos pasos y de interminables esperas. ¡En cuántas ocasiones mandaríamos a paseo esta tarea que nos hemos impuesto, cuando estamos esperando!

      La grabadora

      Sobre el uso de la grabadora en la entrevista hay una añeja discusión. Algunos periodistas están en contra. Consideran que intimida y cohíbe al entrevistado, que el reportero pierde concentración y no escucha con suficiente atención a su interlocutor porque le delega esta tarea al aparato. Con ello, pierde la oportunidad de lanzar nuevas preguntas a partir de las respuestas y de comenzar a jerarquizar la información en el mismo momento en que se produce. Además, se pierde mucho tiempo en transcribir la conversación. Existe además un gran riesgo; la tecnología no tiene palabra de honor y el periodista se puede llevar la sorpresa de que al momento de querer escuchar la entrevista, ésta simplemente no se grabó o resulta inaudible. Uno de los más acérrimos enemigos de la grabadora es García Márquez. Dice:

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