E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras
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—Muy acogedor —le dijo Drew a su hermano, intentando ignorar el calor que recorría su cuerpo.
Miró a su alrededor y entró detrás de ella. Dejó el petate y la bolsa del traje sobre la cama. Deanna estaba junto a un jarrón de rosas que estaba encima de una cómoda cercana a la ventana. Sus dedos acariciaban los pétalos con sutileza. Su imagen se reflejaba en el enorme espejo que estaba apoyado en el suelo contra la pared, justo enfrente de la cama. Al lado había un hogar lleno de leña, listo para ser encendido.
Ella tenía el cabello alborotado alrededor de los hombros y su expresión era insoportablemente irresistible mientras tocaba las flores. De repente, Drew sintió una gota de sudor que se deslizaba agónicamente a lo largo de su espalda. Se quitó la chaqueta y la tiró encima de una silla en un rincón. J.R. tenía una discreta sonrisa en los labios al entrar en la habitación. Dejó la maleta de Deanna en el suelo al pie de la cama.
—El cuarto de baño está aquí —les dijo, haciendo señas—. Hay más mantas y almohadas en el armario de allí. Si necesitáis algo más, nos llamáis.
Drew sabía que lo que Deanna quería era un dormitorio aparte. Sin embargo, ella se limitó a sonreír y le dijo a su hermano que todo estaba perfecto.
—Muy bien. Entonces os veo en el desayuno —J.R. salió del dormitorio y sonrió—. O no —añadió, cerrando la puerta.
A solas con Drew, Deanna se alejó de las rosas y le miró de frente.
—No pude evitarlo —le dijo él en voz baja—. ¿Qué querías que hiciera? ¿Que le dijera que no dormimos juntos?
Ella hizo una mueca.
—Jamás se creería que no te acuestas con una mujer que ha venido contigo, y mucho menos si es tu prometida.
Drew casi sintió el ardor del rubor en las mejillas, lo cual era una estupidez. Ya no era un quinceañero. Y por supuesto se acostaba con todas las mujeres con las que salía. De hecho eso era todo lo que hacía con ellas. No estaba buscando una compañera de vida ni nada parecido.
—Dormiré en el suelo si así te sientes mejor.
—No creo que sea muy cómodo —pisó con fuerza con sus botas de piel y soltó el aliento—. Bueno, tendremos que arreglarnos con la cama — sacudió la cabeza y apartó la vista—. Por lo menos es una cama enorme. Podrían dormir cinco en ella.
Aquello era una exageración, pero Drew lo dejó pasar. Pensara lo que pensara, esa noche estarían los dos solos en ella. Y su imaginación se había vuelto muy calenturienta de repente.
Seguramente su pelo parecería un puñado de ascuas ardientes sobre aquel edredón blanco…
Drew se aclaró la garganta, pero aquellas turbadoras imágenes no desaparecieron así como así.
—Ha sido una noche muy larga. Adelante… — señaló la cama—. Acuéstate. Yo no tengo sueño todavía. Voy a ver si averiguo dónde guarda el whisky J.R.
Deanna puso una cara de alivio que no pasó inadvertida para Drew. Estaba claro que ella sí tenía muy presente el objetivo de aquel compromiso de conveniencia.
—Si no te importa… —ella dejó las palabras colgando en el aire y él asintió con la cabeza.
Necesitaba recordar cómo había reaccionado ella aquella vez que la había besado. Aquel día había hecho el ridículo y ella se había quedado perpleja. La única razón por la que no había dejado el trabajo era porque le había dado pena. Su madre acababa de morir. Y él le había jurado que jamás volvería a pasar.
—Sí —le dijo, mintiendo—. No hay problema. Acuéstate y duerme. Mañana será un día muy ajetreado.
Ella miró el reloj.
—Querrás decir «hoy».
—Sí. Hoy —agarró el picaporte y le dio la vuelta suavemente—. Feliz Año Nuevo, Dee.
Deanna sonrió como pudo. Las rodillas le temblaban.
Sabía que lo mejor era que él se marchara durante un rato, pero una parte de ella deseaba pedirle que no se fuera. Y eso era motivo suficiente para poner distancia entre ellos, aunque sólo fuera durante unos minutos.
—Feliz Año Nuevo, Drew.
Él salió y cerró la puerta tras de sí.
Nada más quedarse sola, la sonrisa de Deanna se le borró de la cara. Sin su abrumadora presencia, la habitación volvía a resultar espaciosa, tal y como debía de ser en realidad. Cuando él estaba allí, en cambio, las paredes parecían encoger en torno a aquella enorme cama.
De pronto vio su propio reflejo en el espejo.
—Ésta es la consecuencia de una decisión impulsiva —susurró para sí.
El silencio de la casa sonaba igual que las manecillas de un reloj. Agarró la maleta y la puso encima de la cama. Drew le había dado un pequeño respiro y más le valía aprovecharlo. Lo último que quería era que la encontrara allí parada a su regreso, como una mojigata, temerosa de meterse en la cama. Soltó los cierres, abrió la maleta y sacó el vestido que había metido encima de todo lo demás. Al pasar por su apartamento, de camino al aeropuerto, había hecho todo lo posible por impedir que Drew entrara en su casa, pero él no había captado la indirecta y no había sido capaz de encontrar ninguna excusa para dejarle esperando en el coche.
No había tenido más remedio que entrar con él, preparada para oír toda una serie de comentarios sarcásticos e incisivos. Sin embargo, él se había limitado a mirar los montones de cajas de embalaje que estaban esparcidas por todo el salón, en el suelo, en la mesa, e incluso en el sofá. Las cajas contenían cosas de lo más variopintas, desde potitos de comida para bebé hasta aparatos de ejercicio, pasando por separadores de armario. Aquello era todo lo que se había llevado de la casa de su madre para devolverlo por correo. Pero Drew no había hecho ni el más mínimo comentario. Había mirado aquel desorden sin siquiera pestañear. Y ella le había estado tan agradecida por ello que no había puesto objeción alguna cuando él la había acompañado hasta el dormitorio.
Se había parado en el umbral mientras ella abría la maleta que tenía preparada para el fin de semana en el spa y le había dicho que pasarían cuatro días en Texas. Afortunadamente, para eso no necesitaba mucha ropa, pues tampoco tenía nada en el armario que no fuera ropa cómoda de estar en casa o aburridos trajes de trabajo. Tenía las camisetas que llevaba al gimnasio, donde dirigía un equipo amateur de vóleibol, vaqueros, los consabidos trajes… Pero no tenía nada apropiado para una boda de tarde. Y así, después de mucho rebuscar, se había dado la vuelta y le había dicho que era mejor que fuera solo a Texas. Después de todo, podía anunciar el compromiso él solo, ¿o no?
Pero entonces él había puesto esa mirada que tan bien lo caracterizaba… esa mirada que veía más allá… Y le había dicho que metiera en la maleta uno de los trajes y que no se preocupara más al respecto.
—No voy a ponerme algo así para una boda —le había dicho ella, quitándose la chaqueta y sacudiéndola en el aire—. Esto es para el trabajo.
—Bueno, hasta eso podría ser discutible