La chica que se llevaron (versión española). Charlie Donlea
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—Estoy en la Universidad de Carolina del Norte. Mi madre me acaba de contar que han encontrado a un hombre allí en el pueblo. Flotando en la bahía.
—Ajá… —Livia se preguntó cómo se habría enterado Jessica de que ella estaba implicada en ese caso.
—¿Estás enterada del caso? —quiso saber Jessica.
—Emmm… sí —respondió Livia—.He escuchado hablar del tema. Unos pescadores lo encontraron flotando, creo. Pero se dice que tal vez no saltó, que puede haber sido un asesinato.
—Ajá.
—Vi una foto del tipo. Del muerto.
—¿Cómo, una foto?
—En las noticias. Mi madre me envió el artículo del periódico. No se da cuenta todavía de que en Internet está todo.
Livia aguardó.
—O sea… emmm… solo quería decírtelo porque… bueno, pensé que querrías saberlo.
—¿Saber qué, Jessica?
—El muerto… Casey… al que han sacado de la bahía. Es el que salía con Nicole aquel verano. Antes de que desapareciera.
VERANO DE 2016
“Déjalos que babeen”.
-Nicole Cutty
CAPÍTULO 5
Julio de 2016
Cinco semanas antes del secuestro
ESTABAN SENTADAS EN EL BORDE de la piscina, con los pies en el agua fría y el sol del verano sobre los hombros. A lo lejos, debajo de la escalinata enclavada en la rambla que llevaba de la piscina a la orilla, se veía la bahía Emerson. Una barcaza y una lancha a motor flotaban junto al muelle; las amarras a la sombra y protegidas, estaban vacías. El hermano de Rachel y un amigo surcaban la bahía en sus jet ski Yamaha, saltando las olas producidas por las estelas de las lanchas. El zumbido de los motores se oía desde la piscina donde estaban las chicas. Era viernes por la tarde y Emerson Bay bullía. Las lanchas arrastraban esquiadores y gente sobre neumáticos enormes, y los veleros escoraban en el viento. Desde las barcazas cerca del local Eddie’s se escuchaba música a todo volumen.
Las tres muchachas —Jessica Tanner, Rachel Ryan y Nicole Cutty— eran amigas desde el primer año de secundaria. Al principio se habían acercado por descarte, debido a que las amistades de la primaria se habían dispersado según los deportes que practicaban, los barrios donde vivían, el índice de popularidad del que gozaban o el centenar de otras categorías que separan a las chicas de secundaria. Jessica, Rachel y Nicole, al igual que muchas otras adolescentes, tuvieron que arreglárselas solas a comienzos del primer año. Una lección que se aprende en la adolescencia, así como en la vida al aire libre, es que conviene no estar solas. Las tres jóvenes se encontraron y se juntaron. Con la misma fuerza que las otras pandillas —animadoras, académicas, locas por la ciencia y reinas de belleza— Nicole y sus amigas formaron su propio grupo inseparable. Solo ahora, al final del verano y con la vida universitaria a la vuelta de la esquina, la situación había comenzado a cambiar.
La casa de Rachel estaba al borde de la bahía, junto a otras 987 casas cuyos dueños tenían la suerte y el dinero para poseer propiedades tan valiosas. Si bien había todo tipo de edificaciones, la mayoría eran grandes estructuras con parques que bajaban por la rambla hasta la orilla de la bahía. Casi todas tenían piscina y contaban con acceso a la playa y algún juguete acuático motorizado, como una lancha, una barca de pesca, una moto acuática o un barco de recreo.
Las tres chicas habían pasado todos los veranos, desde el primer año de secundaria, en casa de Rachel, disfrutando de la piscina o recorriendo el lago en la lancha ArrowCat de Rachel. Allí se habían hecho realmente amigas. La casa, la piscina, la bahía y el verano guardaban sus secretos. En la casita de la piscina Jessica había tenido un romance con Dave Schneider. En el garaje para embarcaciones, Rachel había vomitado después de emborracharse por primera vez. Y Nicole alegaba haber perdido la virginidad en el muelle de los Ryan durante una fiesta el verano anterior, aunque la historia había cambiado tantas veces que ya nadie sabía cuánto de verídico había en ella.
—¿Qué te está pasando últimamente? —preguntó Jessica.
—¿Por qué lo dices? —replicó Nicole.
—Has estado desaparecida en acción. No publicas nada en las redes. Casi no contestas mensajes. ¿En qué andas? Sé que no estás con nadie.
Nicole sonrió y salpicó agua con los pies, mientras se encogía de hombros.
—¡No me digas! ¿Quién es?
—Eso —acotó Rachel, frunciendo el entrecejo—. ¿Quién es?
—No lo conocéis. .
—¿Algún chico de Chapel Hill?
—Por Dios, no. No está en la universidad.
—¿No es universitario? ¿Pero, qué edad tiene?
—No sé, creo que veinticinco.
Jessica se quedó mirándola.
—¡No jodas, Nicole!
—¿Qué pasa? Tengo diecisiete años. No es ilegal. Tienes que tener menos de quince para que sea ilegal.
—Qué importa si es legal. ¿Qué hace un tipo de veinticinco con nosotras?
—Con nosotras, nada. Solamente conmigo.
—Lo que sea —replicó Jessica—. ¿En qué trabaja?
Nicole se encogió de hombros de nuevo.
—No tengo mucha idea. En construcción, creo.
—Ah, claro. ¿Es el que sostiene el letrero de STOP en las obras?
—No sé qué hace.
—Parece que va en serio —comentó Rachel.
—Chicas, estoy harta de los chicos de Emerson Bay. Y de los de la secundaria en general. Son tan predecibles. Tan aburridos.
—¿Cuándo nos lo vas a presentar?
Nicole hizo una mueca de desagrado.
—Pero qué gran idea. Asfixiarlo con mi ansiedad: “¡Por favor, ven a conocer a mis amigas, necesito que te quieran!”.
—Dile que venga a la fiesta de Matt el sábado próximo —la desafió Jessica.
—Seguro. Como si le interesara asistir a una fiesta de secundaria.
—Pero vas a ir, ¿no?
Nicole volvió a encogerse de hombros. Estuvo a punto de bostezar para dejar bien clara su opinión.
—Sí, tal vez. Aunque no creo que me quede mucho tiempo, porque van a estar todas las brujas.