La chica que se llevaron (versión española). Charlie Donlea
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Se preguntó si a se trataba de una prueba. Si se atrevía a salir por la puerta y adentrarse en el bosque, existía la posibilidad de que él la estuviera esperando. Pero si la puerta abierta y el hecho de haber podido liberarse momentáneamente del grillete fueran fruto de un descuido, el primero que él había cometido en dos semanas, se trataría de una oportunidad única para ella. La primera vez en la que no se encontraba encadenada a la pared del sótano.
Maniatada y con las manos temblorosas, empujó la puerta y la abrió. Las bisagras chirriaron en la noche antes de que su quejido se amortiguara bajo el incesante sonido de la lluvia. Aguardó un instante, inmovilizada por el miedo. Cerró los ojos con fuerza y se obligó a pensar, tratando de sobreponerse al sopor de los sedantes. Las horas de oscuridad del sótano le atravesaron la mente como un relámpago en una tormenta. También la promesa que se había hecho de que, si surgía la oportunidad de escapar, la aprovecharía. Había decidido días atrás que prefería morir luchando por su libertad antes que entregarse como oveja al matadero.
Salió con paso vacilante de la cabaña y se encontró bajo una lluvia espesa y pesada que le resbalaba a chorros fríos por la cara. Se tomó un momento para bañarse en ella, para dejar que el agua le lavara la niebla de la mente. Luego, echó a correr.
El bosque estaba oscuro y la lluvia caía como una catarata. Con las manos atadas con cinta adhesiva, trató de desviar las ramas que le azotaban el rostro. Tropezó con un tronco y cayó sobre hojas resbaladizas; se obligó a incorporarse de nuevo. Había contado los días y creía haber desaparecido hacía doce. Tal vez trece. Aislada en un sótano donde su secuestrador la mantenía encerrada y la alimentaba, podía haberse olvidado de algún día en los que el cansancio le hundía en un largo sopor. La había trasladado al bosque esa misma noche. El miedo se había apoderado de ella cuando rebotando en el maletero del coche, presa de náuseas, imaginó que se acercaba el fin. Pero ahora tenía por delante la libertad; en algún lugar más allá del bosque, de la lluvia y de la noche, podía encontrar el camino a casa.
Corrió a ciegas, de manera errática y perdiendo todo sentido de orientación. Por fin oyó el rugido de un camión que rodaba por el pavimento mojado. Respirando agitada, corrió a toda velocidad hacia el ruido y subió un terraplén que llevaba a la carretera. Las luces traseras del camión se desvanecían a medida que se alejaba, con cada segundo.
Se tambaleó hasta el centro de la carretera y, con piernas temblorosas, corrió tras las luces como si pudiera alcanzarlas. La lluvia le pegaba en el rostro, apelmazándole el cabello y empapándole la ropa andrajosa. Descalza, continuó impulsándose hacia adelante con pasos irregulares por el corte profundo que tenía en el pie derecho, producto de su desesperada huida por el bosque. Iba dejando una línea sinuosa de sangre detrás de ella, que enseguida la tormenta se encargaba de borrar. Presa de pánico de que él pudiera emerger del bosque, se obligó a avanzar con la sensación de que él se encontraba cerca, listo para alcanzarla, cubrirle la cabeza con el saco y llevarla de nuevo al sótano sin ventanas.
Deshidratada, creyó estar sufriendo alucinaciones cuando la distinguió: una pequeña luz blanca a lo lejos. Se tambaleó hacia ella hasta que la vio dividirse en dos y agrandarse. Permaneció en el medio de la carretera, agitando las manos atadas por encima de la cabeza.
El automóvil aminoró la velocidad al acercarse y encendió las luces largas para iluminarla: de pie sobre el asfalto, empapada, descalza, con rasguños en la cara y la sangre que le corría por el cuello y teñía de rojo la camiseta.
El coche se detuvo; los limpiaparabrisas salpicaban agua hacia los lados. Se abrió la puerta del conductor.
—¿Te encuentras bien? —gritó el hombre por encima del rugido de la tormenta.
—¡Necesito ayuda! —respondió ella.
Eran las primeras palabras que pronunciaba en varios días y la voz le salió áspera y seca. La lluvia, notó por fin, tenía un sabor maravilloso.
El hombre la miró con más atención y la reconoció.
—¡Dios mío! ¡Todo el estado te está buscando! —La rodeó con el brazo, la llevó hasta el coche y la ayudó con cuidado a sentarse en el asiento delantero.
—¡Vámonos! —exclamó ella—. ¡Está a punto de venir, lo sé!
El hombre corrió al otro lado del automóvil y lo puso en marcha antes de cerrar la puerta. Condujo a gran velocidad por la autopista 57 mientras llamaba al 911.
—¿Dónde está tu amiga? —preguntó. La joven se quedó mirándolo:
—¿Quién?
—Nicole Cutty. La otra chica que ha sido secuestrada.
LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO
Doce meses después
Nueva York
Septiembre de 2017
08:32 horas
SENTADA ERGUIDA EN LA SILLA, Megan McDonald observó a Dana Campbell leer las notas de la entrevista, mientras una maquilladora le empolvaba la nariz y a su alrededor se desplegaba un caos general de productores vociferando órdenes y cambios de luz durante el tiempo restante de la pausa comercial. Los movimientos de hombros y las inspiraciones profundas no habían servido de nada; de hecho, se le había formado un nudo en el trapecio que sentía tensarse. Megan se sobresaltó y dio un respingo cuando otra maquilladora le tocó la mejilla con un pincel.
—Perdón, tesoro; tienes demasiados brillos. Cierra los ojos.
Megan cerró los ojos mientras la mujer le pasaba el pincel por la cara. Una voz en la oscuridad, al otro lado de las cámaras de televisión, comenzó una cuenta atrás. Megan sintió la boca como si estuviera llena de algodón seco y las manos comenzaron a temblarle. Los maquilladores desaparecieron y de pronto quedó sola frente a Dana Campbell, bajo las intensas luces.
—Cinco, cuatro, tres, dos… estamos en directo.
Megan escondió las manos temblorosas debajo de los muslos. Dana Campbell miró a la cámara y habló con el tono y la cadencia ensayados y perfeccionados de los presentadores de programas de televisión matutinos, entre los cuales el suyo destacaba por su gran audiencia.
—Todos conocemos la terrible historia de Megan McDonald. Una típica joven estadounidense, hija del alguacil de Emerson Bay, raptada en el verano de 2016. Un año después, Megan ha publicado su libro, Perdida, el relato verídico de su secuestro y valiente huida. —Dana Campbell apartó los ojos de la cámara y sonrió a su invitada—. Megan, bienvenida al programa.
Megan inspiró una bocanada seca y vacía que casi le hizo atragantarse.
—Gracias —respondió.
—El país entero y, por supuesto, Emerson Bay, han querido conocer tu historia desde hace más de un año. ¿Qué te ha inspirado