La chica que se llevaron (versión española). Charlie Donlea
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—Fue tiempo, nada más —dijo Megan, eligiendo por fin las respuestas que la sacarían de los potentes focos de luz—. Necesitaba procesar todo antes de poder contárselo a la gente. He tenido la oportunidad de hacerlo y ahora ya estoy lista para relatar mi historia.
—Tiempo para procesar y para sanar, seguramente —añadió Dana Campbell. Por supuesto, pensó Megan. Porque, al fin y al cabo, había pasado un año y ese lapso era sin duda suficiente para sanar. En un año había vuelto a ser una persona completa. Porque, si Megan no daba la impresión de estar sana, feliz y recuperada, Dana Campbell, la reina de los programas matutinos de televisión, quedaría como una malvada por bucear en busca de información. Por favor, pensó Megan, cuéntale a tu audiencia cuán recuperada y sana estoy.
—Eso también, sí —respondió Megan.
—Debe llevar mucho tiempo reponerse de algo así y, de alguna manera, documentar los acontecimientos te habrá resultado terapéutico.
Megan se esforzó porque sus ojos no delataran su irritación. Tenía muchos adjetivos para describir el proceso que había dado nacimiento al libro. Terapéutico no era uno de ellos.
—Lo ha sido. —Megan sonrió con los labios apretados. Era su nueva sonrisa, la mejor que podía ofrecer, tan distinta de aquella resplandeciente que había visto hacía unos días al hojear el anuario de su último año escolar. Allí se la veía con una sonrisa ancha y dientes alineados y brillantes que llenaban todo el espacio entre la curva de los labios. Lo había intentado al principio, pero le resultaba demasiado difícil fingirla, por lo que comenzó a utilizar esta versión: labios juntos, comisuras curvadas hacia arriba. Feliz. La gente se lo creía.
—¿Qué puede esperar el público al leer tu libro?
Megan no estaba del todo segura, pues había escrito muy poco de él; todo el mérito era de su psicoanalista, que apenas había conseguido que lo nombraran en la portada.
—Bien… ejem, veamos… cuenta la noche en la que sucedió.
—La noche en la que te raptaron —aclaró Dana.
—Sí. Y las dos semanas que pasé encerrada. Una gran parte son pensamientos que tuve mientras estuve prisionera. Sobre dónde me tenían cautiva y mis intentos fallidos de huir. Y luego sobre la noche en que… en que me escapé corriendo del bosque.
—La noche en la que huiste.
Megan vaciló.
—Sí. El libro detalla mi huida. —De nuevo la sonrisita apretada—.Y hay un capítulo entero sobre el señor Steinman.
Dana Campbell también sonrió y habló con voz suave:
—El hombre que te encontró en la autopista 57.
—Sí. Es mi héroe. Y el de mi padre, también.
—Seguro. Tuvimos al señor Steinman aquí en el programa, poco tiempo después de tu terrible experiencia.
—Sí, lo vi, y me alegró que tuviera el reconocimiento que merece. Me salvó la vida esa noche.
—Así es. —Dana bajó la mirada a sus anotaciones antes de volver a sonreír—. No es ningún secreto que el país entero se ha enamorado de ti. Hay tanta gente que quiere saber cómo estás y cómo sigue tu vida ahora. ¿Van a encontrar algo de eso en el libro? ¿Algo sobre tus planes para el futuro?
Megan sacó la mano de debajo del muslo y la movió en el aire para ayudarse a pensar.
—Hay mucho sobre lo que ha sucedido desde aquella noche, sí.
—¿Contigo y tu familia?
—Sí.
—¿Y en cuanto a la investigación que se lleva a cabo?
—Lo que sabemos hasta ahora, sí.
—¿Es muy difícil para ti saber que tu secuestrador sigue libre?
—Es duro, pero sé que la policía está haciendo todo lo posible para encontrarlo. —Megan se dijo que recordaría agradecerle a su padre esa respuesta. Se la había brindado la noche anterior.
—Antes de que sucediera todo esto, ibas a comenzar tus estudios en la Universidad Duke. Todos queremos saber si sigues con esos planes.
Megan se pasó la lengua por el interior de los labios ásperos como papel de lija.
—Emm… me había tomado un año después de lo sucedido. Pensaba comenzar este otoño, pero no resultó. No pude… no he podido organizar las cosas a tiempo.
—Debe de ser difícil volver a la normalidad, desde luego. Pero entiendo que la universidad te ha dejado una invitación abierta para cuando estés preparada, ¿verdad?
Hacía tiempo que Megan había dejado de cuestionarse la fascinación de la gente con su secuestro y sus ansias por conocer los datos escabrosos del cautiverio. Y ahora, ese deseo lujurioso de que prosiguiera su vida como si nada hubiera sucedido. Dejó de cuestionárselo cuando por fin comprendió el razonamiento que había detrás. Entrar en la Universidad Duke y llevar una vida normal permitiría a todos los que saboreaban los detalles morbosos de su cautiverio sentirse bien consigo mismos. Para ellos, la normalidad de ella los alejaba de su propio pecado. Porque si ella se mostraba desequilibrada por lo sucedido, ¿cómo podían ellos o Dana Campbell desear tan intensamente adentrarse en los detalles más perturbadores del secuestro? Si ella fuese una joven destrozada, con una vida hecha pedazos que nunca volvería a ser igual, el afán de ellos por conocer su historia resultaría sencillamente inaceptable. No podían permitirse esa atracción por su relato si terminaba de algún modo que no fuera feliz. Sin embargo, si ella había sanado, si se veía que había salido adelante gracias a su libro terapéutico y ocupaba un asiento reluciente en el aula de primer año de la Universidad Duke, y si se la veía como una persona de éxito… entonces todos podían retorcerse como gusanos en la suculenta carne de su inquietante historia y alejarse volando limpios y perlados como mariposas.
Era necesario que Megan McDonald fuera una historia de éxito: tan simple como eso.
—Sí —dijo Megan por fin—. Duke me ha ofrecido muchas opciones para el próximo semestre, o incluso para dentro de un año.
Dana Campbell volvió a sonreír con mirada suave.
—Bien, sé que has pasado por muchas cosas y que eres una inspiración para supervivientes de secuestros en todas partes. Y no dudo que este libro será un faro de esperanza para ellos. ¿Vendrás a conversar con nosotros de nuevo más adelante? ¿A ponernos al tanto sobre tu vida?
—Por supuesto. —Sonrisa apretada.
—Megan McDonald, mucha suerte.
—Gracias.
Después de repetir para la audiencia dónde podía adquirirse el libro Perdida, la señora Campbell dio paso a una pausa comercial y el estudio volvió a llenarse de voces procedentes de la zona a oscuras detrás de las cámaras.
—Has