El gran reto presente. Rolando Carrasco Antonio

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El gran reto presente - Rolando Carrasco Antonio

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(2009) describe la sociedad de la «información y/o conocimiento», entre otras, como aquella que supone el uso intensivo de tecnologías involucradas en un nuevo y limpio estilo de producción, junto a la distribución de productos dentro de una modalidad flexible. La evolución de la sociedad, desde una sociedad con fábricas humeantes y sucias hacia una sociedad postindustrial, de industrias con tecnología limpia, nuevos sistemas multimedia masivos de comunicación e información para el consumo, para a su vez desembarcar en otro medio basado en el intercambio sinérgico de información y conocimiento, es visto de manera muy optimista. Se trataría de una sociedad con oportunidades inigualables para todos. Persiguiendo este propósito, los países desarrollados realizan altas inversiones en educación, capacitación, investigación, comunicación, desarrollo e innovación, generando con ello un gran impacto en la industria, en la administración y en el desarrollo de comunidades y organizaciones. Como hemos señalado, este esfuerzo es menor en el caso de un país como Chile, que para estos efectos constituye un ejemplo de país en desarrollo.

      Esta energía que «transforma y mueve» a las sociedades se halla en las ideas, en el aprendizaje y en el conocimiento. Trabajo y producción, hogar y consumo, comercio y entretenimiento, globalización económica e internacionalización de mercados y capitales, nuevos modelos de organización empresarial con deslocalización territorial industrial, con propuestas educativas transnacionales dadas por la aparición de nuevas herramientas de hardware y software aplicables a la gestión del conocimiento. Estos desarrollos desafían con generar múltiples inequidades y desfasajes digitales, atentando a la privacidad para obtener un efectivo control social y una normalización cultural de nuestras vidas. Y todo esto solo por nombrar algunos pocos pero complejos rasgos del tránsito actual de nuestras sociedades.

       Competencia

       Innovación científica

       Derechos de propiedad diversos

       Acceso a la medicina moderna

       Una sociedad de consumo

       Una ética de trabajo

      La mentalidad minera y el persistente subdesarrollo

      Chile lleva más de doscientos años de independencia de su cliente

      imperial (España), pero en cierto modo sigue en su papel de productor de

      materia prima (o sea productos primarios) para otros países más

      desarrollados. Continúa la ausencia de «integración vertical», que incluye el proceso y tratamiento de las materias primas para sumarles mayor valor agregado. De este modo se podría conseguir, por ejemplo, la conversión de minerales en metales valiosos, como cobre y litio, incorporados en productos más elaborados. Los enfoques de los reformadores chilenos se han basado en ideologías puras como las de Karl Marx (el modelo socialista) y Milton Friedman (el libre mercado). Ninguno de los dos modelos, sin embargo, ha logrado cambiar la «mentalidad minera» o «mentalidad colonialista», que sigue en evidencia en Chile y que se constituye en una de las mayores debilidades de su economía, al hacerla significativamente sometida a mercados de exportación dominados por los productores finales, y dependiendo fuertemente de importaciones más elaboradas y de mayor valor. Este modelo de «mentalidad minera» se aplica asimismo a los demás países latinoamericanos, donde cambia simplemente el recurso básico que se explota: petróleo, estaño, café, frutas, etc.

      La mentalidad minera a la que aludimos se puede definir como la de «extraer los recursos naturales sin crear un producto nuevo e invertir para alcanzar una producción más sofisticada, con mayor valor agregado». Es decir, se trataría de seguir explotando los recursos primarios sin considerar los daños colaterales o la menor sostenibilidad de la producción futura, y sin invertir en la integración vertical con otras industrias. La «mentalidad colonialista», por su parte, consiste en hacer lo de siempre, ya que es tentador y sencillo mantener la mirada solamente en el corto plazo. En combinación, las dos aludidas mentalidades dan como resultado una alta dependencia de la explotación de las materias primarias, hasta que estas se agotan o hasta que quienes compran encuentren otra fuente o incluso descubran una manera de prescindir de ellas. El caso del salitre chileno que en los años treinta fue sustituido por un producto elaborado en Europa, es emblemático a este respecto.

      Otras consecuencias de la mentalidad minera es la concentración de la riqueza en pocas manos, dando también cuenta de severos daños medio ambientales así como la privación de los beneficios a largo plazo que se derivarían de una mayor variedad productiva en la economía. En Chile, el cobre aporta un 10% del valor del PIB, y concentra un 33% de la inversión extranjera. Un 50 % de las exportaciones corresponde a productos de la minería del cobre, donde además de los costos de la mano de obra y los costos de la operación (sobre todo los de Health and Safety) son bajos, al menos comparativamente a los demás países productores, y existen pocos incentivos para automatizar la producción. La creación de productos nuevos también está limitada por la ausencia de iniciativas con mirada de largo plazo, que den lugar a proyectos de inversión atractivos. Por ejemplo, el litio que se producirá en Chile al radicar allí una de las mayores reservas del mundo, se prevé que estará destinado a otros países en forma de insumo básico para la fabricación de baterías. Lo mismo sucede actualmente con el cobre, donde se provee el mineral sin realizar su purificación o mayor elaboración que pueda dar mayor valor agregado a la materia prima.

      Existen otros muchos ejemplos en economías en desarrollo que representan mal uso de los recursos y daños colaterales. Por ejemplo, la pesca de arrastre que se basa en la operación de un barco que remolca una gran malla atrapando en el piso marino todo lo que puede, dejando así una enorme estela de destrucción ambiental. Del mismo modo, Chile cuenta con reservas de hierro, potasio, yodo, recursos forestales, agricultura y ganadería que no son generalizadamente objeto de inversiones destinadas a modernizar la producción y sumar mayor valor agregado. Son pocos aún los ejemplos, como el salmón, el vino y las frutas, en que se han introducido innovaciones en la dirección de industrializar y sofisticar la producción.

      El papel de la ciencia

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