Escuelas que emocionan. Jose´ Ramiro Viso

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Escuelas que emocionan - Jose´ Ramiro Viso Biblioteca Innovación Educativa

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style="font-size:15px;">      Para finalizar, me gustaría hacerle una pregunta al lector: ¿qué has aprendido emocionalmente de tus hijos durante este confinamiento? ¿Qué te han aportado? Normalmente, nos preguntamos lo contrario: ¿qué aportamos a nuestros hijos? ¿qué les enseñamos? Pero no podemos olvidar que las relaciones entre los niños y las niñas con los adultos, como el resto de las interacciones humanas, son de doble dirección. Es un ejercicio emocional que os recomiendo, porque es muy gratificante y te puede dar una nueva perspectiva de la situación. Comienzo respondiendo yo. Voy a contaros lo que me han aportado emocionalmente mis hijos durante el confinamiento.

      Como señalábamos al principio de estas páginas, las personas no somos honestas y sinceras, no queremos expresar las emociones negativas que estamos sintiendo porque creemos que implican debilidad. En muchos casos lo hacemos para proteger a nuestros hijos y nuestras hijas, para que no se les contagien nuestros miedos o para que no vean la indefensión en la que nos encontramos, pero, como hemos explicado, es un error psicológico. En este sentido, una actitud muy interesante que nos aportan nuestros hijos y nuestras hijas es que no ocultan sus emociones: cuando están enfadados las expresan y, cuando tienen miedo o están tristes, también. Son más honestos y sinceros que nosotros, y expresan lo que sienten sin disimularlo. Esto es una gran lección, sobre todo en estas circunstancias en las que los adultos nos sentimos muchas veces tratados, por ejemplo, por los responsables políticos como si fuéramos menores y lo que nos gustaría, en cambio, es que estas personas que son nuestros líderes ejercieran un liderazgo emocional más transparente, más sincero, más honesto, en definitiva, que nos trataran como si fuéramos adultos y responsables de nuestras acciones.

      Otra segunda lección que he aprendido en esta situación tan complicada es ver cómo mis hijos disfrutan de las pequeñas cosas, de los detalles, de jugar. En este confinamiento no están devolviendo a los adultos el placer del juego, el placer de crear desde la nada, sin recursos, con lo que sobra, con lo que vamos a reciclar, con la imaginación. Y nos están devolviendo el placer de la sorpresa con su capacidad para impresionarnos con pequeñas cosas como, por ejemplo, que tu hija te diga que te va a mostrar el dibujo que ha hecho de un conejotoro y tú le dices sorprendido “Un conejotoro, ¿eso que es?” Y te dice sonriendo, “No te preocupes, ahora lo vas a ver, Papá” y te lo enseña y te quedas boquiabierto. Nunca te habías imaginado un conejotoro, pues aquí lo tienes.

      Por último, la capacidad que tienen los niños y las niñas de generar y contagiar emociones agradables y positivas, muy intensas, tan intensas que nos devuelven la capacidad de disfrutar de la vida incluso en situaciones adversas. La capacidad que tienen los niños y las niñas de contagiar vida.

      Introducción

      Una escuela que emociona en un mundo emocionante

      Este es un libro sobre emociones, inteligencia emocional, educación emocional y competencias emocionantes. Parece un juego de palabras, pero realmente no lo es.

      Ya el título del libro es toda una declaración de intenciones. Decir escuelas que emocionan no es otra cosa que decir escuelas vivas, escuelas vibrantes. Estaréis de acuerdo conmigo en que no hay nada más triste que una escuela triste. Peor aún, no hay nada más triste que una escuela insulsa. Y, peor si cabe, no hay nada más insulso que una escuela que no dice nada, que no aporta nada, que no vibra, que no contrata a profesores y maestros capaces de emocionarse y de emocionar a los alumnos, y que no matricula a alumnos que se permitan el lujo de emocionarse también.

      En esta obra se va a hablar precisamente de eso, de emociones, sí, de esas misteriosas criaturas que se mueven por nuestro cerebro y que no dejan títere con cabeza por donde pasan; esas misteriosas reacciones —cada vez menos, afortunadamente, gracias a los conocimientos científicos— que impregnan de un color y una fuerza especiales todo lo que tocan: nuestro cuerpo, nuestros pensamientos y, por supuesto, nuestros actos. Las emociones existen, están ahí, en nuestro cerebro, y se activan y se desactivan decenas de veces a lo largo del día. Por tanto, no se pueden obviar y, menos aún, reprimir. Además, estas emociones están muy relacionadas con todo lo que decidimos y hacemos a lo largo del día. Y están ahí porque llevan miles de años localizadas en estructuras muy específicas de nuestro cerebro, colaborando a su manera para que los seres humanos hayan sobrevivido a todo tipo de peligros y amenazas a lo largo de toda la historia de la humanidad.

      Sentir es algo connatural a la especie humana, pero las emociones no pueden estar en el puente de mando del cerebro. Si utilizáramos la alegoría de que nuestra vida es una película en la que participan actores y actrices (las emociones) dirigidos por un director (el cerebro ejecutivo), bien podríamos decir que no sería posible la película sin los actores y las actrices, pero todos llegaríamos fácilmente a la conclusión de que solo con un director que armonice el trabajo del cuerpo de actores la película tampoco podría llegar a buen puerto. Las emociones son, por méritos propios, protagonistas de las vidas de los seres humanos, pero no están diseñadas evolutivamente para ocupar el cargo de director. Este papel le corresponde a las funciones ejecutivas, estrechamente vinculadas con el lóbulo prefontral del cerebro humano.

      Una vez dicho esto, y delimitado el papel que a cada cual le corresponde, es cierto que las investigaciones muestran una mayor evidencia sobre el hecho de que la relación entre el director (el cerebro ejecutivo) y el cuerpo de actores las (emociones) no puede ser una relación tiránica sino colaborativa. El cerebro ejecutivo tiene capacidad para tomar decisiones, puede planificar acciones, puede prever el futuro y mirar al pasado, pero también necesita la información que le proporcionan las emociones. En este sentido, si la relación es tiránica, el director de cine puede planificar a su antojo y ejecutar, punto por punto, coma tras coma, fríamente, el guion establecido, lo cual no es garantía de que la película sea un éxito, especialmente si actores y actrices no se sienten implicados en la historia. Sin embargo, si el director quiere hacer una buena película, una película vibrante, no tiene más remedio que contar con su grupo de actores, escuchar sus aportaciones, e incluso acomodar y modificar el guion a partir de las nuevas ideas que surjan durante el rodaje. De ser así, la película será una película llena de vida y de verdad. Esta es la relación de colaboración que se produce en el cerebro humano para que las vidas de las personas sean emocionantes.

      Espero que esta alegoría nos haya dado las claves para entender el concepto de inteligencia emocional que vamos a explicar puesto que este libro no solo habla de emociones, sino que pretende ofrecer además una visión de lo que es la inteligencia emocional y de aquello que se puede hacer para que todos los miembros de la comunidad educativa se conviertan en personas emocionalmente más inteligentes. En este sentido, no está de más recordar en qué consiste la inteligencia emocional.

      Todos sabemos que el principal objetivo de la inteligencia es la adaptación del individuo al medio. En consecuencia, el principal objetivo de la inteligencia emocional, puesto que se trata de una forma de inteligencia, sería la adaptación del individuo al medio. Si tenemos en cuenta que los modelos de inteligencia emocional como ejecución consideran que esta es la capacidad para manejar la información de tipo emocional y, además, sabemos que la característica esencial de cualquier tipo de inteligencia es la capacidad de resolver problemas, ya podríamos esbozar una primera definición. Podríamos decir que la inteligencia emocional es la capacidad de resolver problemas que tienen que ver con la gestión de las reacciones emocionales.

      Sin embargo, lejos de quedar completamente resuelto el asunto, aún quedaría por abordar y dirimir la siguiente cuestión: solucionar problemas, ¿por qué y para qué? Sencillamente porque los seres humanos necesitamos solucionar problemas para adaptarnos convenientemente al medio. Esta adaptación tiene tres importantes implicaciones: por una parte, la supervivencia, que no es otra cosa que la capacidad de mantenerse vivo, lo cual, dicho sea de paso, resulta cuanto menos insuficiente para un ser tan evolucionado como el ser humano; en segunda instancia, el bienestar personal, que es una manera mucho más evolucionada y sofisticada de estar

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