El macho inventado. Gabriel Salcedo
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Una segunda condición examinada es la afirmación del sistema binario de géneros, que caracteriza como un «orden fosilizado», donde «(…) no hay lugar para la diversidad de géneros, multiplicidad de personalidades o la variedad de colores». El autor introduce el estado de sospecha cuando plantea «(…) acceder a los archivos de los ideólogos y del Superior para conocer cuál es el objetivo de todo este despliegue discursivo y vivencial. Quizás su finalidad es inventar un régimen masculino que sobreviva en el imaginario de las personas, durante siglos, por siempre. Quizás es generar una visión masculina del mundo, de la historia y del conocimiento para que se fosilicen las jerarquías del poder. No sé, pero seguramente es algo sospechoso». ¿Qué podemos incluir dentro de su estado de sospecha? Quizá el anhelo de eternidad, de inmortalidad, propio de todos los regímenes religiosos que, alejándose de las mortales vidas humanas, se proponen existir por siempre, sin caducidad. Esta condición se ve conmovida en sus cimientos por las actuales condiciones de pandemia por la Covid-19, que nos advierte sobre la fragilidad de las vidas humanas, con nuestra decepción a las ilusiones de perennidad. En un contexto como este, el reforzamiento del carácter divino del Superior y sus acólitos diseñado en este libro señala un punto de inflexión en la diferenciación entre las fantasías, o como se describe en este texto, entre el mundo ficcional propuesto por algunos sistemas político-económicos-religiosos, y la realidad, que se nos presenta de manera más brutal e irreversible. Se abre entonces la interrogante sobre la tensión creada entre la fuerza de las fantasías, las creencias, el poder de los mundos imaginarios, y la realidad que se nos impone con una potencia desgarradora, como el autor describe en algunos párrafos.
Entre lo que el autor denomina «las artimañas» del sistema ficcional del patriarcado, describe una serie de mitos para configurar el imaginario colectivo que otorgue «(…) forma y contenido al orden establecido por el Superior. Los mitos son políticos y manifiestan el orden jerárquico entre los sexos y dictaminan la subordinación social de las mujeres (y los otros)». Entre esos mitos, cobra fuerza la amenaza de fragilidad, inoculando variados temores hacia la dependencia masculina, tanto las dependencias afectivas como económicas y sociales. El autor propone críticas a la alianza del sistema patriarcal con un modelo capitalista de división sexual del trabajo, según el cual se atribuye a los varones la condición de ser proveedores económicos de la familia, la exhibición de bienes materiales, y el riesgo de mostrarse débil y frágil en caso de no lograrlo. Si esto sucede, las emociones tales como la vergüenza y la angustia son referidas como fragilizaciones subjetivas que operan para «(…) seleccionar a los mejores. Los que logran apropiarse de estos mitos y asumirlos como sana doctrina, se los eleva a la categoría de machos supremos. Estos serán los encargados de profundizar el poder hegemónico del Superior en su reino o patriarcado». Esta descripción tiene el valor de denuncia, no solo de los sujetos que fueron fragilizados y excluidos, sino también de aquellos pactos patriarcales —enunciados por la filósofa Celia Amorós— que establecen algunos varones para afianzar sus principios androcéntricos y desigualitarios. También entran en la denuncia aquellas instituciones descritas por el autor como sostenedoras de estos principios: iglesias, centros académicos, y la institución que denomina «la familia modelo», como espacios privilegiados en los cuales se cultivan los mitos patriarcales.
La utilización de la estigmatización de los afectos difíciles de procesar subjetiva y socialmente para los varones, tales como el miedo, la vergüenza y la tristeza, también es señalada como recurso para acallar cualquier voz que pretenda cuestionar el patriarcado, que tendrá como destino ser cancelada, según el autor. Vale la pena destacar que el contexto actual se produce en medio de la cultura de la cancelación: se valen de discursos políticamente aceptables, que suponen corrección social y cultural, para ejercer prácticas violentas y patriarcales. Aunque el autor no lo menciona de este modo, en estos contextos, la ira y la violencia masculinas son señaladas dentro de condiciones de justicia en las que parece prevalecer los paradigmas de la justicia punitiva, de corte patriarcal, donde se supone que siempre existe una lógica dicotómica de antagonistas víctima/victimario, y en las cuales las evaluaciones se realizan en términos de dominador/dominado. Se trata de un modelo de justicia patriarcal que fundamentalmente pretende castigar al culpable, «que pague su condena», un clásico modelo de culpa/castigo. Es un paradigma de justicia que ha demostrado ser inoperante para enfocar y resolver los problemas de violencia, porque fracasa en eliminarla del repertorio de conductas posibles de los varones que no tienen posibilidades de procesar sus vidas emocionales. Como alternativa, la justicia restaurativa propone recursos de impacto múltiple para encarar las problemáticas de las violencias, mediante procesos de reflexión para lograr disuadir la perpetración de nuevos delitos, no con castigos solamente sino contemplando aspectos emocionales tendientes a reparar el daño causado. No basta para ello, según este modelo, reunir a la víctima con su ofensor, sino que se utilizan más acciones para que se produzca el reconocimiento de los valores y de la dignidad de la persona lastimada, con recursos que implican el procesamiento de las vidas emocionales de las personas involucradas. El objetivo sería abordar las problemáticas derivadas de las violencias patriarcales no con las mismas herramientas patriarcales que se critican, sino con recursos no patriarcales, para lograr la reflexión y la rectificación de acciones violentas. En este sentido, las teorías y prácticas feministas, con los estudios de género en el campo académico que enfocan la construcción de las subjetividades, ofrecen recursos de autoconciencia; por ejemplo, para no reproducir acríticamente los traumas vividos y padecidos ni trasladarlos como experiencias traumatizantes a otras personas.
Cuando el autor se refiere a los movimientos de las mujeres, que incidieron con sus planteos críticos y reconstructivos respecto de condiciones de vida enfermantes y desigualitarias, los caracteriza como una «revolución de las gafas moradas». Los modos de lograrlo son expuestos de la siguiente manera: «(…) No lo hicieron por medio de la violencia, de ninguna manera. La violencia era el estilo del patriarcado, ellas debían derrocarlo por medio de la visibilización de sus crímenes, por la protesta constante contra las injusticias, por medio de la denuncia y una permanente teorización de nuevas formas de vida que incluyeran a todas, todos y todxs». Con esto destaca que iniciaron nuevos proyectos para impartir justicia; es decir, las modalidades descritas anteriormente.
Como reacción a estas nuevas condiciones de vivir, de pensar y de desear, el autor describe con gran despliegue de fantasía un peregrinaje de los acólitos del Superior hacia su morada, pretendiendo conocerlo, exponerle sus dudas e interrogantes, y renovar su lealtad patriarcal. En estos últimos capítulos es donde el autor desarrolla un imaginario pleno de figuras fantásticas, describiendo escenarios a veces temibles, otras veces atrayentes, que conducirían a ese ser Superior, hasta encontrarse con la enorme decepción de hallar una realidad hueca, carente de subjetividad, con un vacío representacional respecto de ese ser a quien se había adorado y seguido durante siglos. Sus deseos de reconocimiento y de confirmación narcisista entre sus pares varones y con el Superior quedaron truncos, fallidos, con la revelación de la gran ficción en que habían vivido procurando mantener su masculinidad hegemónica a cualquier precio: «(…) el trono estaba vacío, todo era la escenografía de una sátira», que denomina «ficción patriarcal».
Hacia el final, revela que, en los relatos de este libro, «(…) Mi intención es poder desnudar los artilugios de la violencia machista, la perversión del androcentrismo en cada ámbito de nuestras vidas y permitirme, como hombre, caminar por el sendero de la deconstrucción que libera de la opresión subjetiva y me permite ver el horizonte de una humanidad más diversa, colorida e igualitaria». Es posible que la utilización de este recurso de la palabra escrita para expresar sus pensamientos, los sentimientos y los caminos recorridos a lo largo de su vida, a veces planteados en forma controversial, le haya permitido satisfacer este propósito elaborativo. Asimismo, quizá su tránsito por la Maestría en Estudios de Género de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales lo haya habilitado para contar con más recursos de exploración y de capacidad para enunciar las problematizaciones que manifiesta acerca de la deconstrucción de la masculinidad hegemónica.
Merece