El anuncio del jeque. Sharon Kendrick

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El anuncio del jeque - Sharon Kendrick Bianca

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qué pasa con tu esposa? ¿Ella también quiere conocerlo?

      Se hizo una pausa y Kadir contestó sin emoción en la voz.

      –Mi esposa ha muerto.

      –Lo siento –contestó Caitlin.

      –No, no lo sientes.

      –Siento la pérdida de cualquier ser humano –se defendió–. ¡Aunque sobre todo siento haberme acostado contigo sin saber que estabas casado!

      –Eso es historia, Caitlin –comentó él–. A mí no me preocupa el pasado. El presente sí. No me marcharé de aquí, ni tú tampoco, hasta que acordemos una fecha para ver a mi hijo.

      –Cameron –le corrigió ella.

      –Cameron –repitió Kadir, y Caitlin reparó en cómo su acento escocés hacía que su nombre pareciera más exótico y distinguido.

      Kadir no solo tenía un aspecto diferente al del hombre al que ella se había entregado, sino que además sonaba de manera diferente también. La túnica y el turbante lo hacían parecer frío y distante. Y al mirarlo, Caitlin supo que, si ella se lo permitía, él tomaría el control de la situación.

      «No lo hagas», se dijo. «Mantén tus condiciones. Demuéstrale que no permitirás que nadie te manipule». Ella no era una de sus posesiones. Era una mujer libre e independiente y, además, estaba en su país.

      –Por supuesto que debéis conoceros, pero me gustaría que fuera en territorio neutral –dijo ella, avergonzada de lo pequeña que era su casa comparada con sus lujosos palacios. ¿O era porque no podía soportar la idea de que Kadir irrumpiera con su poderosa presencia en su territorio? Cuando se marchara, el lugar parecería vacío sin él–. ¿Qué tal aquí, en Edimburgo? Sería tan buen lugar como cualquier otro.

      –Estoy seguro, pero me temo que no encaja en mi agenda. Esta semana estaré en Londres –dijo él con frialdad–. Puedes reunirte conmigo allí.

      –¿En Londres? –repitió Caitlin.

      –No hace falta que hables como si fuera Marte –comentó él–. No está tan lejos. Solo a poco más de una hora en avión. No pasaré mucho tiempo en tu país y Londres es donde tengo que llevar a cabo mis negocios.

      –¿Ah, sí?

      –Sí. Lleva a Cameron a Londres. ¿Conoce la ciudad?

      –No –dijo Caitlin, admitiendo las limitaciones que tenía en la crianza de Cameron. Su hijo nunca había salido de Escocia. Ella quería protegerlo del mundo y de la gente. Protegerlo del lado duro de la vida.

      ¿Y no era cierto que había pensado que, si se mantenía escondida, no se encontraría con un escenario como aquel?

      –No, nunca ha estado allí.

      –Entonces, decidido. Estoy seguro de que le parecerá emocionante, y habrá muchas cosas para entretenerlo –sonrió brevemente–. Lo organizaré para que vengan a recogerte en mi avión.

      Caitlin pestañeó. ¿Tenía su propio avión?

      Por supuesto, ¿pensaba que el rey de uno de los países más ricos del mundo haría cola en un aeropuerto como la gente corriente?

      –Eres muy amable –repuso ella–, pero soy capaz de llegar a Londres por mi cuenta.

      La miró de arriba abajo fijándose en la ropa que llevaba. Un jersey, una falda de punto hasta la rodilla y unas medias de lana grises.

      –Aunque no con un poco más de estilo, ¿verdad?

      Caitlin se sintió molesta al oír su comentario. La última vez que se vieron, él no hizo ningún comentario acerca de su ropa. Había estado más preocupado por quitársela que por ofrecer una crítica sobre moda. No obstante, ella no debía ir por ese camino. Iba a resultarle muy difícil gestionar sus emociones sin recordar cómo se había sentido entre los brazos de Kadir mientras él la besaba de forma apasionada.

      –Creía que venía a una entrevista de trabajo como fotógrafa. Y por lo que sé, sujetar una cámara cuando hace un tiempo desapacible requiere ropa cómoda y no elegante –comentó–. Respecto al viaje a Londres, me gustaría que Morag me acompañara. Si es que puedo convencerla de que haga el viaje.

      –¿Quién es Morag? –preguntó él, frunciendo el ceño.

      –Es una enfermera retirada que me conoce desde que yo era pequeña. Ahora cuida de Cameron mientras yo estoy trabajando.

      –¿Y con qué frecuencia sucede eso? ¿Cada cuánto has de dejar a nuestro hijo en manos de esa señora?

      Era una acusación injusta y su tono posesivo era un poco preocupante, pero Caitlin decidió que estaba enfadado y que la gente decía todo tipo de cosas cuando se enfadaba. Respiró hondo y lo miró con calma.

      –Nunca lo dejo a menos que sea completamente necesario. Nunca acepto cualquier trabajo, ya que estoy tratando de crearme una buena reputación. Trabajo mucho para una agencia, a través de la que supongo has conseguido citarme en este hotel con la promesa de una oferta laboral. Una oferta que no existe, ¿verdad, Kadir?

      Él negó con la cabeza a modo de respuesta. Cuando sus miradas se encontraron, ella vio un brillo en sus ojos que sus espesas pestañas no pudieron ocultar. ¿Se había imaginado el suspiro que parecía había escapado de sus labios y que provocó que ella recordara cómo se había sentido cuando él la besó? De pronto, un montón de recuerdos invadieron su mente sin que ella pudiera hacer nada por mantenerlos bajo control.

      Se preguntaba si él había pensado alguna vez en las circunstancias en las que se habían conocido. Ella estaba tratando de capturar la imagen de un águila real y, después, él le comentó que nunca se había quedado cautivado por el cuello de una mujer. Ni por su trasero. Al parecer, él pensaba comprar la enorme finca que ella estaba fotografiando, pero la venta nunca se realizó. Caitlin se preguntaba si él la habría comprado si él no la hubiera conocido, o si su infidelidad le había dado cargo de conciencia y por eso había cambiado de opinión. Sin duda ella era la última persona con la que él desearía encontrarse. Caitlin puso una sonrisa de amargura. A menos que no solo hubiera tenido una aventura extramatrimonial con ella.

      –Por supuesto que el trabajo no existe –dijo él, con frialdad–. Prepara a Cameron para salir mañana a primera hora. Una de mis asistentes irá a buscaros para acompañaros a Edimburgo –hizo una pausa–. ¿Qué vas a decirle, Caitlin? ¿Cómo vas a explicarle a mi hijo quién soy yo?

      –Todavía no lo he decidido. Tengo que pensarlo.

      –¿Sabe quién es su padre?

      –No –negó con la cabeza–. Nunca lo ha preguntado.

      –¿Estás segura?

      –¡Sí! Lo prometo.

      Caitlin vio que él suspiraba despacio.

      –¿Cómo puedo creerte? ¡A pesar de que pongas la mano sobre tu corazón!

      –Me creas o no, ¡es la verdad!

      Él la miró con ojos entornados.

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